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Economistas críticos: del aula a la realidad

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Abril 2016 / 35

Reto: Economistas heterodoxos asumen responsabilidades políticas y de gestión. ¿Tienen margen real para cambiar las cosas?

ACADEMIA: Las ideas fuera de la ortodoxia se enseñan poco FOTOGRAFÍA: ANDREA BOSCH

Poco tiempo después de ser nombrado concejal de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid en el equipo de Manuela Carmena, el economista Carlos Sánchez Mato se reunió con los ejecutivos de los bancos que trabajan con el Ayuntamiento, el más endeudado de toda España, y les dijo: “Señores, no vamos a pedir ni un crédito más en todo el mandato. A partir de ahora, gastaremos sólo lo que seamos capaces de ingresar, con lo que no tenemos la intención de pedirles ni un euro más”. 

Si en la reunión se hubiera entrado no sólo en cuestiones prácticas, sino también teóricas y hasta filosóficas, el concejal no habría tenido reparos en explicar a los ejecutivos una de sus teorías: “La banca privada sin ayuda pública es absolutamente inviable. Bastaría con que estuviera obligada a avalar los 800.000 millones garantizados en España por el Fondo de Garantía de Depósitos para que entrara inmediatamente en pérdidas”.

Antes de acabar 2015, Sánchez Mato no sólo prescindió de los créditos, sino también de las agencias de rating, por mucho que se llamaran Standard & Poor’s y Fitch.

Y es que al frente del mayor ayuntamiento de España, responsable de un presupuesto anual de casi 5.000 millones de euros, está un economista marxista que se formó en el pequeño reducto académico de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) del legendario José Luis Sampedro y de sus discípulos Carlos Berzosa y Ángel Martínez González-Tablas, entre otros. Allí se oteaba el crash mucho antes de que empezara a estallar, en 2007. Mientras los académicos más aclamados del mundo debatían si se habían acabado para siempre los ciclos económicos y las crisis, en este fortín de la economía crítica se diseccionaba ya el gran problema de la financiarización de la economía y el poder excesivo de una banca alejada de la economía productiva.

 

Reducción de la deuda

Ahora Sánchez Mato no sólo estudia la banca privada, sino que puede hacer que el Ayuntamiento de Madrid prescinda de sus créditos. Y no se ha caído el mundo: el plazo de pago a los proveedores del Ayuntamiento ha pasado de 30,8 a 25,8 días de promedio, el plan para reducir la deuda de 7.000 millones a 2.900 a final del mandato avanza según lo previsto —871 millones de reducción sólo en el segundo semestre de 2015, con Carmena de alcaldesa— y la inversión para estimular la actividad económica y mejorar los servicios crece el 50% en los presupuestos para 2016.

Madrid ha despedido a las agencias de ‘rating’ y no quiere pedir prestado a los bancos

Los equipos económicos de Madrid y Barcelona proceden de la tradición crítica

“No es magia, basta con pensar con sentido común qué beneficia a los madrileños sin preocuparse por qué consejo de Administración se ocupará después de la política”, afirma Sánchez Mato en el despacho de la sede de la consejería, en la calle de Alcalá, un buen símbolo en sí mismo de los desmanes de la ortodoxia: el edificio era propiedad del Ayuntamiento, pero en 2000 lo vendió y siguió de alquiler con un compromiso hasta 2019: “En este tiempo se ha pagado en alquileres 10 veces más de lo que costó”, explica. Y añade con socarronería: “¿Qué disparates hacen los ortodoxos, no? No me extraña que los medios prefieran hablar de las túnicas de los reyes magos”. Su plan es que en este mandato el Ayuntamiento de Madrid pase de destinar 50 millones anuales al pago de alquileres en 2015 a apenas 14 millones en 2019, con una inversión máxima de 70 millones amortizable en cinco años.

Durante décadas, los economistas de tradiciones críticas —marxistas, poskeynesianos, ecologistas, etc. (véase Tradiciones olvidadas en la academia)— han vivido casi como los primeros cristianos en las catacumbas: en pequeñas y menguantes cátedras, con el sambenito de no saber qué vale un peine en la vida real y completamente fuera del foco académico, político y mediático, dominado por la ortodoxia neoclásica incluso en la izquierda institucional. Pero ahora, aún en la profundidad de la crisis que estalló en 2008 pese a la cantinela oficial de que “estamos saliendo de la crisis”, varios de estos economistas críticos están saltando la muralla y asumiendo puestos políticos y de gestión relevantes. No ya en pequeños partidos sin apenas posibilidades de entrar en las instituciones, sino al frente de presupuestos millonarios o con responsabilidades en partidos con aspiraciones de gobierno.

 

Lista extensa

Las finanzas del Ayuntamiento de Madrid están en manos de Sánchez Mato, pero las de Barcelona dependen del politólogo Gerardo Pisarelo, que acaba de firmar el libro Un plan para Europa (Icaria) a cuatro manos con el economista poskeynesiano Yanis Varoufakis, que tras su etapa como ministro de Finanzas griego impulsa ahora el movimiento paneuropeo DiEM25. En el equipo municipal de Barcelona están destacados economistas críticos procedentes de ICV, como el concejal de Ocupación, Agustí Colom, y el gerente de Derechos Sociales, Ricard Fernández Ontiveros, que ha incorporado también a Lluís Torrens, apóstol del  decrecimiento y la renta básica.

El líder de IU, Alberto Garzón, es también economista crítico —se autodefine como marxista heterodoxo—, mientras que el responsable económico de Podemos, partido que superó el 20% de los votos en las generales, es el economista Ignacio Álvarez, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid vinculado al Colectivo Novecento —que reúne a economistas críticos  jóvenes— y que se apoyó en poskeynesianos como Juan Torres López y Vicens Navarro. Varios economistas críticos se han convertido en diputados de la mano de Podemos, como Alberto Montero —diputado nacional— y Eduardo Gutiérrez (Asamblea de Madrid), entre otros. Y en las negociaciones para sacar adelante los presupuestos, en Catalunya Junts pel Sí debe lidiar con Josep Manel Busqueta, técnico de la CUP y discípulo en Taifa de Miren Etxezarreta —catedrática emérita, referente de los economistas marxistas—, mientras que en Castilla-La Mancha el PSOE necesita a Podemos, que tiene como técnico para los presupuestos a Antonio Sanabria, del Colectivo Novecento.

España no es un caso único. Es sabido que Varoufakis es un reputado académico poskeynesiano, pero lo es menos que su sucesor como ministro de Finanzas de Syriza, Euclides Tsakalotos; es un economista marxista formado en Oxford, y en su equipo cuenta con Maria Karamessini, que ha colaborado mucho con Albert Recio, una de las referencias de la economía crítica en España. En Reino Unido, el Partido Laborista, el gran partido de la izquierda y alternativa de gobierno, ha situado como responsable de Economía a John McDonnell, un veterano marxista con muchos años de militancia para “derrocar el capitalismo”.

Un alumno de Económicas en la UAB, en un examen. FOTO: ANDREA BOSCH

“La economía no es una ciencia exacta, y el predominio ortodoxo en la universidad y en los puestos de poder no se explica por la solvencia, sino que es fruto de las relaciones de poder”, sostiene Alberto Garzón, quien añade: “En el aula se enseña lo que ha ganado en el terreno de la política. El keynesianismo fue ortodoxia, pero dejó de serlo cuando la socialdemocracia fue derrotada”. Por ello, opina que para que las posiciones de la economía crítica triunfen —desde acabar con la austeridad hasta reformar Europa— es imprescindible “actuar políticamente” y él mismo ha cambiado las aulas por el Congreso.

¿Pero cuál es ahora el margen de maniobra real para estos economistas críticos, que deben jugar en el mundo real con unas cartas repartidas por los ortodoxos? “El margen es limitado, por esto hay que hacerlo bien”, opina Albert Recio, profesor de la Universidad de Barcelona y compañero de viaje de Barcelona en Comú. “Siempre hay margen, pero pequeño. Donde hay más posibilidades es en los ayuntamientos”, sostiene Carlos Berzosa, catedrático de Economía de la UCM, de la que fue rector.

 

Tantear los límites

Madrid y Barcelona están tanteando los límites con recetas parecidas, buscando los recovecos que deja la Ley Montoro para poder dedicar a políticas sociales al menos el superávit presupuestario, reequilibrando las fuerzas con la banca, incluyendo cláusulas sociales para la contratación pública (véase Europa renuncia al asilo), cambiando las prioridades… En Barcelona, el gobierno de Ada Colau ha logrado que la banca haya cedido 455 pisos para alquiler social y en menos de un año ha impulsado ya 300 planes de ocupación, frente a los 33 pisos y 40 planes de ocupación de todo el mandato anterior, de CiU. En Madrid, la reforma de las ordenanzas fiscales ha acentuado la progresividad y aumentado la recaudación. En ambas ciudades, buena parte del superávit —incluso el previsto en 2015— se ha dedicado a financiar políticas sociales, en contra del criterio ortodoxo de consolidarlo o, como mucho, destinarlo a amortizar deuda.

Los economistas heterodoxos con responsabilidades de gestión están con los pies especialmente pegados al suelo para evitar que se descontrole el gasto. Para subrayar la propia solvencia, pero también porque tantos años de estudiar la financiarización de la economía y la dependencia de la banca parece haberles vacunado con respecto a la deuda: “Estamos hablando de invertir el superávit, no de endeudarse: el objetivo es gastar bien en una economía saneada; gastar mal es muy contraproducente”, recalca Agustí Colom, economista de la Universidad de Barcelona y concejal de Ocupación en Barcelona.

La paradoja es que son los economistas de izquierda, con fama de manirrotos en un frame controlado por la ortodoxia, los que más alertan del peligro del endeudamiento y la dependencia de la banca, mientras que el ministro de Economía, el muy ortodoxo y neoliberal Luis de Guindos, no parece demasiado preocupado con la deuda pública rozando el 100% del producto interior bruto (PIB). Lo mismo sucede en Reino Unido: el nuevo responsable económico laborista, John McDonnell, es presentado por la gran prensa como un marxista peligroso para la economía, pero su programa pone énfasis en la cautela extrema ante el gasto: “El socialismo es planificar, y planificar significa asegurar que cada moneda se gasta con eficiencia. Cada moneda que se malgasta se sustrae de la inversión que se requeriría”, explicó recientemente en una entrevista en The Guardian.

Los críticos ponen ahora énfasis en la eficiencia del gasto

Berzosa: “El margen es pequeño, pero mayor en los ayuntamientos”

En el ámbito autonómico, el margen es especialmente complicado, subraya Antonio Sanabria, técnico parlamentario de Podemos en Toledo, como consecuencia del “doble corsé que imponen la Ley Montoro y un pésimo modelo de financiación”. Cuanto más se va subiendo de nivel —nacional, europeo—, más se complica todo.  Sin embargo, Berzosa señala que siempre hay algún margen y más aún en un país como España, que está muy por debajo de la media europea tanto en recaudación fiscal como en gasto social. “Equipararnos a la UE ya sería un cambio impresionante”, sostiene.

Ignacio Álvarez, el economista crítico responsable del programa económico de Podemos, considera que “el fracaso de las políticas de austeridad es tan evidente” que algunos sectores de la economía ortodoxa han empezado a aceptar que se necesitan cambios, lo cual aumenta las posibilidades de llevarlos a cabo. Entre otros, Álvarez cita la necesidad de que la reducción del déficit sea paulatino y no brusco, así como abordar en serio la reestructuración de la deuda.

El abrupto final de la experiencia como ministro de Finanzas del más mediático de los economistas críticos europeos, Yanis Varoufakis, causó desazón entre sus homólogos, pero todos los consultados coinciden en que el margen de maniobra en Grecia, absolutamente intervenida, era casi nulo. En cambio, todos subrayan que su posición de forzar una negociación seria con la UE sí sería posible en un país como España, aunque probablemente exigiría algo más de diplomacia. Uno de los economistas más cercanos a Varoufakis, el británico Stuart Holland —juntos patrocinan un manifiesto para la reforma de la UE—, niega no obstante que la clave del durísimo enfrentamiento en el Eurogrupo fuera un problema diplomático: “Varoufakis fue criticado como si en las reuniones hubiera querido ejercer de profesor más que de político pero el hecho es que ha sido el miembro del Eurogrupo más informado y con alternativas más articuladas, y que los otros no sabían cómo responderle”, le defiende.

No debe de ser fácil ejercer de economista crítico en Bruselas: los activos totales de la banca europea superan el 350% del PIB de la UE, y en el Eurogrupo se sientan varios ex banqueros. En el reducido grupo que tiene la sartén por el mango, la economía crítica todavía suena a broma de mal gusto.

 

PLURALISMO

El gran debate interno: el euro

Yanis Varoufakis, el pasado febrero en Madrid. FOTO: IRENE LINGUA

Uno de los debates que más dividen a los economistas críticos entre sí es el euro, aunque en general los que tienen responsabilidades institucionales en España defienden que, pese a estar mal diseñado, los costes sociales de abandonar la moneda única son superiores a los hipotéticos beneficios. Syriza, el único partido de gobierno en la UE con economistas heterodoxos, ha vivido con intensidad este debate con economistas de tres tendencias que ya no están juntos: Costas Lapavitsas, partidario de recuperar el dracma; Yanis Varoufakis, defensor de forzar la máquina para reformar el euro y convertirlo en moneda común pero no única, y Euclides Tsakalotos,  más pragmático y con el objetivo de resistir como sea a la espera de un cambio en la correlación de fuerzas.