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Elecciones // Máxima polarización

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Septiembre 2020 / 83

Fotografía
Adam Schultz

Origen
Biden for President

Los estadounidenses se disponen a votar en una de las elecciones presidenciales más enmarañadas de su historia, convertidas en un referéndum sobre la figura de Trump.

A falta de escasas semanas para las elecciones presidenciales, la confusión, la ansiedad y la incertidumbre atenazaban a una sociedad profundamente dividida ante la disyuntiva de reelegir a Donald Trump o emprender un nuevo rumbo con el demócrata Joe Biden al timón. Quizás haya que remontarse hasta el duelo Kennedy-Nixon, en 1960, para encontrar visiones tan diferentes sobre el futuro del país más rico del mundo.

Más allá del clásico enfrentamiento entre demócratas y republicanos, los comicios del próximo 2 de noviembre se presentan como un referéndum sobre la figura de Trump, el estrambótico multimillonario que hace cuatro años derrotó por sorpresa y estrecho margen de votos a Hillary Clinton y que no solamente ha llevado al país a un grado de polarización extrema, sino que ha mermado significativamente su prestigio internacional. Lastrado por una pésima gestión de la pandemia  de coronavirus y por detrás de su rival en las encuestas, el presidente intenta desesperadamente evitar una derrota embarrando el terreno de juego con mentiras, teorías conspirativas e insultos a sus contrincantes políticos. A principios de verano apuntó la idea de retrasar las elecciones, algo que jamás ha sucedido en la historia del país, ni siquiera en tiempos de guerra; más tarde se negó ante las cámaras de televisión a confirmar si reconocerá el resultado de los comicios en caso de derrota y, finalmente, trató de sembrar dudas sobre la fiabilidad del voto por correo —al que recurrirán este año muchos ciudadanos por temor al contagio— afirmando que va a ocasionar “el mayor fraude electoral de en la historia”.  Su intención era al mismo tiempo preparar al país para una impugnación del resultado electoral y desincentivar la participación electoral,  pues la asistencia masiva a las urnas beneficia tradicionalmente a los demócratas. Parece que solo una victoria abrumadora e inapelable de Biden podría disuadir al presidente de recurrir a los tribunales para seguir en la Casa Blanca.

Sabotear el proceso

El esfuerzo del presidente por sabotear el proceso electoral está  alcanzando niveles desconocidos en una de las democracias más antiguas del mundo. Varios medios de comunicación denunciaron a mediados de agosto que el US Postal Service (Servicio Postal de EE UU) inutilizó máquinas de selección del correo y puso en marcha recortes para retrasar deliberadamente la entrega de cartas y paquetes con aparente la intención de menoscabar la confianza de los usuarios. Se da la circunstancia de que el máximo responsable del Servicio Postal es el multimillonario republicano Louis DeJoy, uno de los mayores donantes de la campaña de Trump, nombrado en mayo pasado por el propio presidente.

Un fiasco electoral socavaría aún más el prestigio del país

61% de los partidarios de Biden piensa votar por correo, frente al 24% de los seguidores de Trump

¿Por qué la obsesión con el voto por correo? La respuesta puede estar en una encuesta de la radio y televisión públicas (NPR y PBS) según la cual el 61% de los partidarios de Biden votarán por correo, un sistema que solo prevén utilizar el 24% de quienes apoyan a Trump. 

Las autoridades electorales de los Estados y la mayoría de los expertos coinciden en que el riesgo de cara a la jornada electoral no es que pueda haber fraude en el voto por correo —instaurado durante la Guerra de Secesión (1861-1865)—, sino que el Servicio Postal sea incapaz de entregar a tiempo los sufragios. Si así fuera, cabe la posibilidad de que el recuento no termine la misma noche electoral y no pueda proclamarse un ganador, por lo que habría que esperar días o incluso semanas para conocer el resultado de las elecciones. En la mente de muchos está lo sucedido en Florida en 2000, cuando tuvo que ser el Tribunal Supremo el que declarase presidente al republicano George W. Bush sobre el demócrata Al Gore por tan solo 537 votos de ventaja, cinco semanas después de la votación y tras varios recuentos caóticos y denuncias de irregularidades por ambas partes. 

El candidato demócrata, Joe Biden, y su mujer, Jill. Foto:  Adam Schultz/Biden 
for President

Cada Estado tiene sus propias normas para gestionar el voto por correo. Algunos tienen larga experiencia en ese terreno y cuentan con mecanismos de recuento fiables y rápidos, pero otros carecen de recursos para hacerlo con la diligencia necesaria. Las autoridades electorales del Estaddo de Nueva York sentaron un mal precedente durante el verano al tardar más de seis semanas en proclamar los ganadores de dos elecciones primarias, después de que el número de votos por correo se multiplicase por 10.

Herida abierta

EE UU irá a las urnas sumido en una gravísima crisis económica y con la herida de la muerte de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis aún abierta. En este  contexto, la estrategia de Biden  gira en torno a tres grandes ejes: presentarse ante los votantes como alternativa razonable y moderada a un presidente caótico, llamar a la unidad para afrontar los graves problemas que atraviesa el país y prometer un reforzamiento de la sanidad pública más necesario que nunca. Para el demócrata resulta esencial recuperar el apoyo de votantes tradicionales de su partido que se decantaron por Trump hace cuatro años, entre ellos los trabajadores de zonas industriales como Michigan, Wisconsin y su Estado natal, Pensilvania. Florida es otra pieza clave por su gran peso electoral. Trump derrotó a Hillary Clinton allí por poco más de un punto porcentual y está obligado a ganar de nuevo para seguir en la Casa Blanca. 

Biden aspira también a ganarse el apoyo de las mujeres de los barrios residenciales de clase media, y la elección de Kamala Harris como compañera de candidatura puede ayudar a conseguirlo. Harris, de 55 años, equilibra la candidatura por ser mujer, negra y más joven que Biden, que sería el presidente de más edad de la historia, con 78 años , cuatro menos que su rival. El voto de los jubilados, uno de los grupos sociales más afectados por el coronavirus, también va a ser decisivo. Los mayores de 65 apoyaron a Trump en 2016 por 13 puntos porcentuales de diferencia y ahora, según las encuestas, basculan hacia el demócrata. 

Una mujer protesta en Filadelfia contra los recortes en el Servicio 
de Correos. Foto: Joe Piette

Mientras tanto, Trump trata de presentar a su rival como un títere en manos de radicales izquierdistas y una amenaza para el bienestar de los habitantes de los barrios residenciales, en su mayoría blancos de clase media y media-alta. El presidente no pierde ocasión de presentar a su rival como un hombre demasiado mayor, incapacitado mentalmente para liderar el país. 

Si las encuestas acaban acertando, noviembre puede ser un mes negro para los republicanos, que se arriesgan a perder no solo la Casa Blanca, sino también su frágil mayoría en el Senado. De ese modo, los demócratas, que ya tienen mayoría en la Cámara de Representantes, controlarían el poder ejecutivo y el legislativo.

Pérdida de prestigio

Un fiasco electoral en noviembre podría desencadenar una crisis constitucional sin precedentes que tendría repercusiones en todo el mundo y aceleraría la pérdida de influencia de EE UU en el resto del mundo. El país lo tenía todo para frenar la pandemia: tiempo para anticiparse a la llegada del virus, una medicina de altísimo nivel, recursos económicos prácticamente ilimitados y las empresas tecnológicas más avanzadas del planeta. Sin embargo, ha acabado siendo el epicentro de la pandemia, con cerca de 6 millones de contagiados y 175.000 muertos a finales de agosto."El mundo ha amado, odiado y envidiado a EE UU", escribía el intelectual irlandés Fintan O’Toole en el diario Irish Times. "Ahora, por primera vez, nos compadecemos de él".