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“La tendencia a buscar un culpable es inherente a las catástrofes”

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Mayo 2020 / 80

Moty Benyakar

Psiquiatra, experto en desastres

“La tendencia a buscar un culpable es inherente a las catástrofes”

Desde su confinamiento de Buenos Aires, Moty Benyakar nos atiende por videollamada, haciendo un hueco en su agitada agenda. Con la crisis del coronavirus estamos en shock. El mundo ha entrado en pánico. 

¿Qué hacemos, doctor? No la vimos venir.

No se piensa que las catástrofes le van a ocurrir a uno. Recuerdo cuando asesoré a un equipo en Madrid. Me dijeron: “Mire, doctor, todo esto de estar preparado para los desastres es muy importante en Israel, que está en guerra. Pero aquí la gente se muere del colesterol, porque come mucho jamón”. Tres meses después tuvieron el atentado de Atocha.

Nadie se esperaba el coronavirus. Fue todo muy caótico.

Tanto la industria, la economía como el individuo tienen que desarrollar lo que yo llamo “inmunidad psíquica”. Esto implica, primero, tratar de saber permanentemente de dónde nos puede venir el mal; segundo, conocer mi reacción personal, y, tercero, tomar medidas para que no me suceda. La inmunidad psíquica es previa al evento. Y permite la resiliencia para superar el evento. Por ejemplo, cuando los bomberos van a una escuela y hacen un simulacro, enseñan a los chicos cómo evacuar, pero no cuál es su propia reacción personal, que en cada caso es distinta. Si se asume: “yo soy miedoso, o negador”, puedo desarrollar mis capacidades y tratar mi resiliencia antes del evento. 

No estábamos preparados...

Hay dos conceptos básicos que utiliza mucho la Unesco. El primero es la prevención. Tomar medidas para lo que ya conozco, como me doy la vacuna para la gripe. Y el segundo es la precaución, que es prepararse para lo desconocido. Una de las consecuencias del coronavirus en países que son relativamente sanos, con sistemas políticos sensibles, es que van a aparecer actitudes precautorias.

Pero la OMS había avisado ya varias veces de que esto podía pasar y nadie se preparó.

Y no va a ser la última vez que pase. 

Y ahora, ¿cómo se sale de esto desde le punto de vista psíquico?

No hay una respuesta absoluta. Lo que hay que tener en cuenta es cuál es la dinámica. La tendencia psíquica en este tipo de situaciones disruptivas es buscar un culpable, lo haya o no. Hoy ya vemos en las redes toda clase de teorías, como que esto es una artimaña de los chinos para quedarse con el mundo y cosas así. Una madre, después de que violan a su hija en la calle, se quedará pensando: la culpa es mía porque no le advertí de lo que podía pasar. Cuando se descubra la vacuna dirán que se creó el virus para venderla.

¿Existe un protocolo aplicable de salud mental?

Los protocolos de salud mental dan una seguridad al profesional, pero no sirven. Yo escribí bastante sobre esto y recomiendo, para quien quiera una guía, las 10 paradojas y las 10Ws en Salud Mental en Desastres”, que escribí. Muchos psicólogos piensan que todos necesitan tratamiento. Yo trato de transmitir que la gente lo que necesita es asistencia en un sentido amplio de la palabra. Y después se trata a quien lo necesite. Se tiende a estandarizar el abordaje psicológico. He escrito muchos artículos contra el concepto del “estrés postraumático” que se suele postular en situaciones de desastre. No todo el mundo lo sufre. Yo prefiero hablar de “impacto disruptivo”. Significa que algo del mundo exterior provocó una alteración en la modalidad propia. Ese cambio puede ser negativo o positivo. Y eso vale para una persona, un país o una industria. Ante lo desconocido cada uno reacciona según los recursos que tiene. En el tsunami asiático se quisieron hacer múltiples entrevistas sobre la reacción de las personas, que se presumía “traumática”. Pero vimos que la gente se paraba frente al mar, rezaba y decía: “Si Dios quiso llevárselos, Dios sabe lo que hizo”. Fue su modo de hacer frente a la situación. Lo que quiero decir es que orientamos en función de las características específicas de cada lugar, y no por pautas de lo que se presuponen, como lo hacían nuestros colegas americanos.

¿Quién es?

Moty Benyakar siempre intentó comprender el mundo que le rodeaba. Comenzó como maestro de escuela, luego fue psicopedagogo, luego psicólogo, médico, psiquiatra y psicoanalista. Argentino de nacimiento, es pacifista, pero de joven decidió irse a vivir a un kibutz en Israel. Al llegar se topó de bruces con la guerra. En su andadura, fue uno de los 11 profesionales que formó el servicio de salud mental del Ejército israelí. Luego volvió a Argentina y siguió asesorando en catástrofes en todo el mundo. Estuvo después del tsunami en el sudeste asiático, en Nueva York el 11 de septiembre y en muchos otros sitios.

 

¿Usted qué haría ahora con la crisis del coronavirus en España? 

Lo primero es que los profesionales de la salud mental entiendan la esencia de lo que es una asistencia. Es poder entender el tipo de situación a la que se enfrentan, analizar las características del lugar donde se está trabajando, ver qué instrumentos se están usando y de qué manera se puede trabajar en equipo con otros que están trabajando en cada situación de forma específica. Hay que formarlos para ello. Lo que hay que trabajar hoy mismo, ya, es con el personal médico, de enfermería, etc., que está pasando por una crisis muy seria. Trabajar para entender la problemática de cada individuo y de las familias.

¿Hay algo que se pueda decir a la gente de a pie?

Sí. Tienen que saber que ante estas situaciones emerge lo mejor y lo peor de cada uno. Hay que mirar el propio entorno para poder dejar de lado lo peor de cada uno, y desarrollar lo mejor. Pero para eso tiene que haber una dirigencia, tanto a nivel político como a nivel social, que entienda de qué manera se aborda el problema. 

La dirigencia política no está muy unida...

Y es casi seguro que esos enfrentamientos políticos se agraven. Eso de “ahora trabajamos todos unidos contra el virus” en poco tiempo se pierde. Y aparece la tendencia a la desintegración social.

"Lo único que ayuda es dialogar con aquellos que piensan diferente"

"Hay que trabajar ya con el personal sanitario. Está pasando por una crisis seria"

Usted ha estado trabajando en España, en Barcelona y en Madrid. Habrá notado que cada comunidad autónoma tiene su propio mundo.

Siento respeto y admiración por los españoles. Pero cuando trabajé allí me quedé muy impresionado de cómo percibían al otro como “el enemigo”. Cada uno luchaba por su verdad de forma muy agresiva. En la vida cotidiana se veía una relación armónica, pero cuando había un enfrentamiento surgía una agresividad mucho mayor de lo que yo conocía en otras poblaciones. Cuando lleguen los enfrentamientos, la lucha va a ser muy difícil y un poco cruel. Habrá que desarrollar la creatividad en cada entorno para poder llegar a trabajar en equipo. Pero llevo 30 años en Israel y pienso que podría haber sido el mejor de los lugares si israelíes y palestinos trabajaran juntos. Se necesitan. Pero no tienen la capacidad para dialogar. Se necesita al otro como enemigo.

En las redes sociales hay ya un nivel de violencia notable.

Yo diferencio entre agresión y violencia. La agresión, como en la guerra, sucede cuando el enemigo se articula como tal. Yo recibo una ofensa y me puedo defender. La violencia es distinta. Al igual que en el terrorismo, el agresor no se postula como tal. El virus funciona como violencia. Luchamos desde lo sanitario, lo social, lo económico, contra un mal que no sabemos de dónde viene. 

¿Puede que una ultraderecha canalice esta rabia?

Yo me preservo mucho de lo que es “ultra algo”. Se necesita un enemigo contra el que luchar, e incluso tratar de eliminarlo. Los de derecha tienen derecho a ser de derecha y los de izquierda a ser de izquierda. Pero a veces esos “ultra algo” pueden desvirtuar su propia ideología. “Ultra de lo que sea” implica un peligro. Cuando viví en una cooperativa (un kibutz), conocí a “ultra cooperativistas”, tan ultra que en algunos casos hacían una división geográfica, a un kilómetro de distancia, que separaba a familias porque pertenecían a ideologías diferentes. Cada uno se creía dueño de la verdad absoluta. A veces los pueblos encuentran un modo de unirse buscando un enemigo externo, distinto. Pasó en España, con la persecución de los judíos en la Inquisición, donde se pudo llegar a desvirtuar la esencia del catolicismo, que es el amor al otro. Lo mismo con el nazismo. Existe el peligro de que ese enemigo, que ahora es el coronavirus, se transmita, se atribuya, a un grupo. Pero esperemos que no suceda.

“Lo primero que yo haría es crear equipos de niños y de jóvenes para inventar soluciones creativas"

¿Podremos evitar la generación de una política del odio al otro?

El camino es generar diálogo, respetar la existencia del otro. Soy una persona que se tiene que enfrentar con el dolor humano. Y lo que veo es que lo único que ayuda es dialogar con aquellos que piensan de forma diferente. Mire, estuve en cinco guerras y soy ultra pacifista. Supe convivir con el que era diferente a mí.
 
Usted dijo que en momentos de desastres, por cada dañado físico, hay 400 personas con impacto psicológico. ¿Podría desarrollar esta idea?

En este caso, yo hablaría de que, por cada herido físico, habrá miles de afectados de la salud pública. Esto quiere decir que hay mucha gente que va a necesitar asistencia desde todo punto de vista: en su economía, en su familia. Las relaciones personales se van a transformar. La comunicación virtual va a producir un cambio en la manera de comunicarse. ¿Cómo va a ser ese cambio? No lo sé. Pero está claro que va a haber una afectación personal. Y esto se sumará  a las particularidades propias, en la gente que ya tiene patologías. 

¿Cómo afecta esta situación a la gente que ya tiene patologías graves?

Durante la Guerra del Golfo yo trabajaba en un hospital psiquiátrico, en una sala cerrada. Es donde está la gente más aguda. Empezaron a caer las bombas sobre las casas. Quienes se organizaron mejor no fueron las enfermeras ni los médicos, sino los enfermos psiquiátricos. Eran los que calmaban a las enfermeras. Empezaron a servir la comida. Se empezaron a organizar. Fue increíble. Lo que quiero decir es que ante este tipo de situaciones lo inesperable también puede pasar.

 

¿Cómo podemos ayudar a los niños? ¿Qué secuelas psíquicas pueden sufrir?

Hay personas que piensan que los niños son más vulnerables. Mi experiencia me dice que esto no es así. Los niños tienen una mayor fortaleza psíquica para poder desarrollar la creatividad que se necesita. Cuando fue la Guerra del Golfo, los padres estaban en las casas trepando por las paredes. No sabían qué hacer. Los niños crearon una red, dando consejos sobre lo que se tenía que hacer. Hoy en ningún equipo de asesores se toma en cuenta esto. Lo primero que yo haría es crear equipos de niños y de jóvenes para crear soluciones. Hay que consultarles. Por supuesto, no se le puede preguntar a un niño cómo resolver los problemas económicos, pero sirve preguntar cómo solucionamos esto.

Hace tiempo se puso de moda el mindfulness. Y ahora está repleto de publicidades para la gente siga ese camino. ¿Sirve?

Hay mucha gente que siente que le ayuda a superar las situaciones. Es muy saludable siempre que no haga ningún daño. Si viene un gurú que quiere utilizar este tipo de cosas para construir sectas, ya no. Cada uno encuentra su manera de solucionar situaciones, ya sea con mindfulness, yoga, atletismo o lo que sea. Pero eso no pertenece al área del cómo afrontar el impacto ante la incertidumbre. Si hay algo que el hombre no puede aceptar es la incertidumbre. Siempre se busca una manera de atenuarla.

Pero ya era un mundo de incertidumbre. A uno le pueden echar del trabajo en cualquier momento…

Quiero diferenciar lo inseguro de lo incierto. Venimos de un mundo bastante inseguro. Pero cada uno hacía algo para salir. Hacía propuestas. La incertidumbre se da cuando no hay propuestas para afrontar lo que sucede. Ahora estamos en plena incertidumbre sobre las consecuencias del virus: sanitarias, sociales y económicas. Cuando salgamos de esta se buscará fortificar economías esenciales, se buscarán culpables. Eso no siempre responderá a la realidad, sino a intereses personales, grupales, etc.

¿Usted apuesta más por las pastillas?

Saber manejar las pastillas es un deber, sabiendo que no existe ninguna pastilla en psiquiatría que cure nada. Lo que hay son pastillas que pueden ayudar para poder elaborar mejor el proceso de cada uno. Eso ya está en los libros de psiquiatría, pero casi siempre en el último capítulo, y mucha gente no lo lee. Hay muchas escuelas. No importa si se es conductista o psicoanalista. Lo importante es tener la capacidad de análisis de la problemática y que no se trabaje con clichés.