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La hora del erizo // Un análisis de la crisis escrito a contracorriente

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Junio 2014 / 15

La hora del erizo, de Alfredo Pastor, un libro sobre la crisis elaborado desde la crisis, y que, sin embargo, resiste el paso del tiempo.

La hora del erizo
Alfredo Pastor 
Editorial Elba 354 páginas 
2014. Precio: 22 €

Hay economistas que escriben en los diarios. Hay periodistas que escriben de economía. Y luego está Alfredo Pastor. Pastor se distingue de muchos académicos en que carece de engolamiento. No confunde su última idea con una verdad trascendental. Prudente, toma distancias, también de sí mismo, expresando ideas complicadas de forma sencilla —ese privilegio de los maestros— y aderezándolas de ironía. “Es difícil tener toda la razón; también lo es estar completamente equivocado”, concede.

La hora del erizo, su última obra, es un libro especial de economía. Siendo una antología de textos publicados en la prensa, se lee de un tirón porque sigue un hilo conductor potente: la lectura de la crisis financiera, económica y social iniciada en 2008. Es una lectura realizada en caliente, al compás del surgimiento de los hechos y los conflictos. Se trata de un libro sobre la crisis escrito desde la crisis. No muchos autores resistirían la prueba de ser reexaminados años después en sus artículos sobre coyuntura, elaborados para resultar efímeros. Esa es la prueba del nueve de la calidad analítica que emplea el autor.

El foco de Alfredo Pastor se forjó en la intersección del mejor liberalismo y un keynesianismo sin anteojeras. Parte de valores, nada de relativismos oportunistas. Como su reivindicación de la fraternidad, esa receta de encuentro entre sociedades más y menos prósperas. “Me repugna tanto la igualdad impuesta como la desigualdad extrema”, proclama. Pastor despliega matices, quizá también porque él mismo es un cruce de caminos e influencias.

Aproximación al euro // La hora del erizo plantea los interrogantes propios de un europeísmo inteligente y, por tanto, crítico

Hijo de valenciano y suiza, criado en La Seu d’Urgell, doctorado en Massachusetts, secretario de Estado de Economía en la era de Felipe González, decano de la escuela de negocios China-UE con sede en Shanghai, y residente en Barcelona, sería extraño que algo humano le fuera ajeno.

Dos reflexiones destacan en el libro, nadando a contracorriente de la mayoría de los analistas de moda. Una es que la comparación de la actual crisis europea con la de los años treinta, de la unión monetaria con el sistema del patrón-oro, únicamente es válida “en un solo aspecto”, el tipo de cambio fijo entre los países europeos. Pero ahí termina el parecido, pues debe descartarse una guerra comercial, y además los ciudadanos de hoy cuentan con niveles de protección social muy superiores a los de sus antecesores de entreguerras. La otra marca distancias con los nostálgicos de la soberanía monetaria y el manejo del mecanismo del tipo de cambio para sortear una crisis nacional. Devaluar, aunque fuera posible —nos recuerda Pastor en la estela de los mejores trabajos de Robert Mundell—, no serviría de nada porque habría que devolver una deuda enorme con una moneda devaluada, lo cual encarecería la operación; amén de que nuestro sistema financiero “perecería en el intento”.

El libro, cuya temática viaja desde Catalunya hasta Bruselas y Washington, pasando por China, plantea los interrogantes propios de un europeísmo inteligente y, por tanto, crítico. Pastor denuncia proposiciones confusionarias, como la tesis de que la crisis del área mediterránea fue exclusivo fruto de su irresponsabilidad; la de que la austeridad es fuente de crecimiento; y la de que el problema del endeudamiento es del Estado, cuando su principal origen fue privado. Y se zambulle en la polémica sobre la “falta de narrativa” de la Unión, como causa de su escasa capacidad de atracción hacia la ciudadanía (interior, pues fuera permanece intacta).

Alfredo Pastor

El proyecto europeo, constata, ha sido beneficioso para todos; ha cumplido su principal objetivo fundacional, asegurar la paz continental; por tanto, ya no es obligatorio: puede discreparse del mismo. Habrá que buscarle una nueva fuente de legitimación, sostiene, quizá en los grandes lazos culturales intra-europeos. O, mejor, en el papel que Europa debe desempeñar en el mundo. Como quiso Altiero Spinelli desde la cárcel fascista de Ventotene. Como se le reclama ante la explosión de cada conflicto regional.