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La imparable marcha de los robots // No estamos preparados para los robots

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Marzo 2017 / 45

El debate político español se desarrolla de espaldas a la gran transformación social y económica que se está gestando en nuestras narices: la revolución de los robots.

Nos adentramos en un futuro marcado por la automatización y  la robotización, que nos conducirá a nuevas cotas de conectividad, pero también a nuevas fracturas sociales, económicas, territoriales y geopolíticas. A resultas de la integración de las máquinas en nuestras vidas, habrá que tomar un montón de decisiones de calado ético, sobre todo en la medida en la que aquellas vayan adquiriendo una mayor autonomía. Los vaticinios sobre su creciente capacidad para tomar decisiones, más allá de limitarse a ejecutar órdenes asignadas por los humanos que un día las programaron, se multiplican. Ya en alguna ocasión se han evaporado miles de millones de dólares en unos minutos porque ciertos ordenadores quedaron unos minutos fuera de control en los mercados financieros. Si cambiamos por un momento “mercados financieros” por “campo de batalla” y pensamos en que quien acaba autorizando una orden de ataque de la que dependen vidas no es un humano... 

La imparable marcha de los robots
Andrés Ortega
2016
Alianza Editorial, 2016
283 páginas. Precio: 16,15 €

No son los argumentos de un libro o una película de ciencia ficción. Es un tema central que ocupa (y mueve miles de millones de dólares) a investigadores, un puñado de multinacionales, instituciones y gobiernos, especialmente en ciertos países: Japón, Estados Unidos, China y Alemania; en parte, para competir entre sí, porque nuestra realidad socioeconómica está a punto de cambiar. 

En La imparable marcha de los robots, Andrés Ortega pone sobre la mesa otra cara de la desigualdad que se avecina en ese futuro mucho más cercano de lo que imaginamos: las máquinas se volverán imprescindibles —en parte ya lo son— en la calle, en la casa, en el trabajo... pero no todo el mundo tendrá ingresos suficientes para poder acceder a ellas. 

Es más, las máquinas, según decenas de sesudos estudios realizados en los últimos años desde distintas instancias académicas, provocarán un terremoto social, puesto que eliminarán entre un 30% y un 60% de los empleos de Estados Unidos y Europa (otras investigaciones, que prefieren hablar de supresión de “tareas” en lugar de “empleos” que contienen muchas de ellas, reducen la cifra a un 9% [un 12% en España]). Hasta el punto de que toma fuerza la corriente de pensamiento que, pese a contrariarnos, nos advierte de la necesidad de empezar a desacoplar fuentes de ingresos para la subsistencia y el trabajo. No sabemos si habrá trabajo, ni para cuántos, ni si dará para vivir.
No hay seguridad ni mucho menos consenso sobre los empleos que vayan a generarse ligados a la revolución tecnológica. 

TOMA DE CONCIENCIA El libro no rechaza la inteligencia artificial, la robótica o la digitalización. Sí pide un debate profundo  para que la sociedad saque provecho de la tecnología y colabore en maximizar su impacto positivo.

Se presupone que en la polarización extrema (más que entre el famoso 1%/99%, el autor la plantea entre el 20% y el 80%) ganará en empleabilidad  quien se lleve mejor con las máquinas, pero eso no es tampoco un pasaporte para un buen empleo con un buen sueldo: frente a las superestrellas, es probable que exista una masa de esclavos digitales que introducirá datos y manejará imágenes. La creatividad y el pensamiento crítico se consideran habilidades para el siglo XXI. Tal vez sean útiles para aguantar, aunque los ordenadores escriban ya crónicas, libros, pinten y conversen.

A partir de ahí, ¿cómo resolver el distanciamiento entre las necesidades de las empresas y la formación del ciudadano. ¿Cómo solucionar además la financiación de la educación, la sanidad y el resto de servicios públicos? 

El libro de Ortega destaca la importancia de buscar un colchón de choque, una renta garantizada, aunque sea temporal, durante la etapa transitoria hacia un punto de llegada que tampoco sabemos cómo será ni cómo lo gestionaremos. Y recoge algunas ideas sugerentes sobre las posibles fuentes de financiación que en el debate académico en curso han sido apuntadas. Destaca en este contexto, que los trabajadores participen de la propiedad de los robots y, por ende, de los ingresos que éstos generen. O que, considerando que buena parte de las empresas tecnológicas se ha hecho de oro sobre la base de inversiones billonarias inicialmente alimentadas con dinero público, que devuelvan a la sociedad ese apoyo que hizo posible su éxito.

Todo ello no se traduce, pese a las apariencias, en una posición contraria a la inteligencia artificial, la robótica o la digitalización. El libro reclama un debate profundo sobre las implicaciones de todo ello, justamente para poder exprimir el progreso por el bien de la humanidad, para hacer que la sociedad saque provecho de la tecnología y trabaje en colaboración con ella para maximizar su impacto positivo. En España, la investigación y la innovación se subrayan teóricamente como algo muy importante, pero en la práctica no se le presta la debida atención. Viene una revolución y no estamos preparados para ella.