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Los mitos del auge de la economía china

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Marzo 2019 / 67

Desarrollo: Desigualdades, autoritarismo, degradación del medio ambiente… El espectacular crecimiento que China ha experimentado en los últimos 40 años no ha curado esos males.

Trabajadores en una fábrica de fibra óptica china. FOTO: STEVE JURVETSON

El 29 de diciembre de 1978, hace algo más de 40 años, llamaba  la atención el comunicado de la tercera sesión plenaria del 11º Comité Central del Partido Comunista Chino. En él, los dirigentes del país, bajo la dirección de Deng Xiaoping, que había  sobrevivido a la muerte de Mao Zedong en septiembre de 1976, anunciaron, a través de la voz del camarada Hua Guofeng, que China emprendería una serie de “modernizaciones” sin precedentes. Se inició la mayor experiencia de crecimiento económico de la historia de la humanidad.

 

UN PIB MULTIPLICADO POR 58 

Tras cuatro décadas, China, uno de los países menos desarrollados del planeta, va a convertirse en la primera potencia económica del mundo en paridad del poder adquisitivo (arrebató esa posición a Estados Unidos en 2014). Su producto interior bruto (PIB) por habitante se multiplicará por 58 (en 2018 solo es 3,4 veces inferior al de Estados Unidos mientras que en 1980 era 40 veces menor). En resumen: durante 40 años, el 15% de la humanidad se ve propulsada al 10% de crecimiento anual de media.

Un país subdesarrollado pasa a ser una gran potencia

El 10% más rico controla el 41% de la renta nacional

Ningún modelo teórico ni ninguna controversia empírica del mundo tendrán jamás la capacidad explicativa de la experiencia china. ¿Qué es lo que nos enseña? Que China es el ejemplo más brillante y más esclarecedor de los límites fundamentales del crecimiento económico. La vertiginosa trayectoria del desarrollo chino permite disipar tres mitologías económicas.

 

MITO 1. 

El crecimiento reduce las desigualdades y aumenta la felicidad

En 1955, el economista del desarrollo, Simon Kuznets, avanza la hipótesis de un aumento inicial, seguido de una reducción gradual, de las desigualdades de renta a medida que los países avanzan en el desarrollo económico: cuanto más crece el nivel de vida, más aumentan las desigualdades en una primera etapa, para pasar a disminuir en una segunda etapa, describiendo una tranquilizadora “curva de campana”.

La experiencia china, como muchas otras, desmiente formalmente el optimismo de Kuznets. China es hoy uno de los países con más desigualdad del mundo, con un índice de Gini*en torno al 0,5 (en 1980 se estimaba en torno al 0,3) que se ha estabilizado desde hace 10 años (inquietante coincidencia histórica: Estados Unidos tiene hoy prácticamente el mismo índice de Gini). Y lo que es más problemático aún, la relación entre crecimiento económico e índice de Gini describe lo contrario de lo postulado por Kuznets: el índice de Gini chino ha aumentado, y posteriormente ha bajado con el índice de crecimiento del PIB. Las desigualdades aumentan con el crecimiento y se reducen cuando este retrocede. 

Según los datos de la World Inequality  Database, entre 1978 y 2015, el porcentaje de la renta nacional del 10% de chinos más ricos subió del 27% al 41% (el porcentaje del 1% superior se duplicó), mientras que el porcentaje de la renta nacional del 50% de los más pobres bajó del 26% al 14%. Estos datos coinciden con otras fuentes que muestran que, mientras que el PIB por habitante se multiplicó por 14 entre 1990 y 2010, los tres primeros quintiles de la distribución han visto cómo su porcentaje disminuía en la renta nacional, y el cuarto, ha visto cómo el suyo se estabilizaba en beneficio de un fuerte aumento de la renta del 20% de los chinos más ricos.

Pero se trata de desigualdades relativas y es sabido el papel innegable que China ha desempeñado en la considerable reducción de la pobreza monetaria en el mundo desde hace un cuarto de siglo. La dinámica temporal de esa reducción no concuerda con la explicación por el crecimiento económico: el número de pobres se redujo de 750 millones en 1992 a 400 millones en 2002, con un índice de crecimiento que pasó del 14% al 9%, y más tarde, cuando el crecimiento oscilaba entre el 9% y el 10%, el número de pobres pasó de 400 millones a 150 millones. Finalmente, de 2010 a 2015 se desplomó y pasó de 150 millones a únicamente 10 millones de pobres, con un índice de crecimiento que bajó de nuevo, del 10% al 7%.

¿Al menos es cierto que los chinos, que han salido de su miseria igualitaria y son más inequitativamente ricos que en 1978 (la renta del 10% de los más pobres aumentó, por ejemplo, el 65% entre 1980 y 2015), son más felices hoy? Parece que resulta ser lo contrario. Los recientes estudios de Richard Easterlin  son a ese respecto muy convincentes: mientras que el PIB se ha supermultiplicado desde hace 25 años, el bienestar subjetivo de los chinos ha bajado, especialmente entre las clases más pobres y la gente de más edad. Y lo que es aún más sorprendente: el bienestar subjetivo ha vuelto a subir desde hace una década (aunque sin alcanzar el nivel de 1990), mientras que el crecimiento económico se ralentiza claramente respecto al periodo 1990-2005. La felicidad disminuye cuando el crecimiento es fuerte y se reanima cuando el crecimiento se debilita.

 

MITO 2

El crecimiento alimentado por el liberalismo económico engendra el liberalismo político

En noviembre de 1989, se desmorona el muro de Berlín y arrastra inexorablemente en su caída la de la URSS. Unos meses antes, en junio, la otra gran potencia comunista del planeta ha aplastado literalmente la revuelta estudiantil de la plaza Tiananmén de Pekín (10.000 muertos). En ese momento, desaparece la última esperanza de democratización de China, alimentada por muchas potencias occidentales, empezando por Estados Unidos. Los datos suministrados por el proyecto Polity IV  ilustran a la perfección la inercia política del país durante los últimos 40 años, asombrosa si se tienen en cuenta los cambios económicos en curso: un encefalograma autoritario plano. Pero se trata de una imagen engañosa: el Estado chino ha logrado ser mucho más eficaz permaneciendo igual de arbitrario e injusto. El “socialismo de características chinas” tiene, precisamente, la característica de ser un Estado fuerte en los dos sentidos del término, técnicamente eficaz pero puesto al servicio, por una parte, del crecimiento económico y, por otra, de la regresión política medida por el amordazamiento de las libertades civiles y la asfixia de los derechos políticos. Es lo que demuestran los datos del proyecto Worlwide Gobernance Indicators del Banco Mundial. Se creía que China sería el último Estado en coronar la indefectible llegada del capitalismo liberal tras la Guerra Fría, pero, de hecho, es el primer país de la era neoliberal autoritaria, cuyas premisas estamos viviendo de Turquía a Brasil, de Hungría a India.

 

MITO 3

El crecimiento económico es la solución de las crisis ecológicas

El desarrollo chino, denunciado por el primer ministro Wen Jiabao hace 10 años como “inestable, desequilibrado (…) e insostenible” descansa en una ley casi física: la masa humana multiplicada por la velocidad de crecimiento es igual al impacto ecológico. Pero el crecimiento económico debería, en teoría, prevenir, o en todo caso atenuar, la catástrofe medioambiental china. Se suponía que las degradaciones medioambientales aumentaban con el aumento de la renta por habitante hasta llegar a un punto máximo y posteriormente, ir reduciéndose suavemente. Todo indica que, también en este caso, la mitología claudica ante la realidad.

El crecimiento debería prevenir la catástrofe medioambiental

China se ha convertido en la primera potencia extractora del planeta

En primer lugar, veamos qué pasa con los flujos de materias primas y del metabolismo económico. Los datos recientes demuestran que China se ha convertido en la primera potencia extractora del planeta y en una economía mundial que, muy lejos de la fantasía de la desmaterialización digital, nunca ha sido tan consumidora de recursos naturales. En 2010, China representaba el 14% del PIB mundial, pero consumía el 17% de la biomasa, el 29% de las energías fósiles y el 44% de los minerales, con un consumo interno material que acaparaba el 34% de los recursos naturales del planeta (frente al 26% de la totalidad de los países desarrollados).

En segundo lugar, el clima. China es responsable hoy del 28% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono (o CO2, es decir, el doble que Estados Unidos y el triple que la Unión Europea). Ha pasado de 1.500 millones de toneladas de CO2 en 1978 a 10.000 millones de toneladas en 2016 (y de 1,8 toneladas por habitante a 6,9, muy por encima de la media mundial, de 4,2 toneladas por habitante).

La contaminación del agua, del agua subterránea y del aire es crítica, como se ha visto obligado reconocer el Gobierno chino, bajo la presión de los miles de disturbios medioambientales que sacuden el país cada año. Un estudio de Greenpeace , claramente más fiable que las estadísticas oficiales, muestra, por ejemplo, que el 85% del agua de los ríos de Shanghái no se puede beber y que cerca del 60% no es apta para ningún uso humano. El 92% de la población china respira durante más de 120 horas al año aire insalubre, según las normas internacionales, y la contaminación atmosférica provoca la muerte de 1,6 millones de chinos anualmente, es decir, el 17% de todas las muertes del país. China tiene en común con la antigua URSS haber demostrado que el comunismo autoritario destruye tanto el capitalismo liberal como la biosfera.

Por muy colosal que sea la destrucción de los ecosistemas chinos, es asombroso que la situación, en vías de mejora desde que el crecimiento disminuye, no sea más dramática aún. Ello se debe a que China, al mismo tiempo que destrozaba el medio ambiente, ha sufrido una fuerte ralentización de su demografía. 

La desaceleración demográfica china se halla entre las más rápidas del mundo en desarrollo (véase gráfico). El índice de crecimiento anual de la población china es el 50% inferior al índice mundial y del orden de 1/6 del índice de crecimiento medio del continente africano. Durante las cuatro últimas décadas, dicho índice se ha dividido aproximadamente entre tres.

China solo ha limitado, pues, los daños medioambientales de su crecimiento económico mediante una política maltusiana que hoy intenta relajar a la vez que se lanza a la conquista de los recursos naturales mundiales. El imperialismo ecológico chino, en un contexto de envejecimiento de su población, será, sin duda, el fenómeno geopolítico más importante de los próximos cuarenta años.

El 18 de octubre de 2017, el presidente Xi Jinping declaraba con ocasión de la apertura del Congreso del Partido Comunista Chino: “Nos hallamos frente a una contradicción fundamental entre un desarrollo desequilibrado e inadecuado y la apremiante aspiración de los chinos a una vida mejor”. El presidente chino, que cada vez se parece más a Mao Zedong, confirma la transición iniciada hacia la “civilización ecológica” por el 13º plan quinquenal (2016-2020). La mayor experiencia de crecimiento económico de la historia de la humanidad acaba de finalizar.

 

LÉXICO

Índice de Gini: medida sintética de las desigualdades de distribución de una variable (generalmente la renta) en una población comprendida entre 0 (igualdad perfecta) y 1 (un individuo monopoliza todo el recurso).