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Los monstruos del clima

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Octubre 2019 / 73

Los accidentes climáticos producen monstruos. Eso puede demostrarse con unas pocas líneas.
En abril de 1815 el volcán Tambora, situado en la actual Indonesia, reventó literalmente: fue la mayor erupción en casi 20 siglos. Las cenizas que arrojó hacia los niveles altos de la atmósfera circularon en torno al planeta, lo protegieron del Sol e hicieron que 1816 fuera el famoso año sin verano. Nevó en junio (Boston y Copenhague), heló en julio y agosto (Massachusetts) y una niebla espesa, interrumpida ocasionalmente por lluvias gélidas, cubrió Europa. Un grupo de ingleses que pasaba sus vacaciones en Suiza (Lord Byron, Percy Shelley, su esposa Mary Shelley y el doctor John William Polidori, entre otros), encerrados en casa por el mal tiempo, decidieron celebrar un concurso de relatos de terror. Mary Shelley ideó su historia Frankenstein o el moderno Prometeo y Lord Byron redactó algo inconcluso llamado Un fragmento, que el doctor Polidori desarrolló en el cuento El vampiro, en el que más tarde se inspiró Bram Stoker para escribir Drácula.

Aquel año fue excepcional. Pero la Pequeña Edad de Hielo, que duró de 1300 a 1850, no tanto. Los sedimentos minerales en el norte del Atlántico demuestran que cada 15 siglos, aproximadamente, se registra un descenso de entre uno y dos grados en las temperaturas medias. Eso fue lo que ocurrió entonces. Ese enfriamiento casi insignificante pero prolongado provocó un enorme crecimiento de los glaciares y del casquete polar y convirtió los inviernos, desde el fin de la Edad Media hasta la construcción de las primeras líneas ferroviarias, en temporadas realmente brutales.

Ahora vamos en sentido inverso. El planeta se calienta, y al fenómeno natural se suma el efecto invernadero generado por la actividad humana. Exigimos a los gobiernos que hagan algo y deprisa. Sin embargo, no lo harán. Porque en realidad no queremos que lo hagan. ¿Estamos dispuestos a renunciar al viajecito en avión para el selfie? ¿Y al automóvil? ¿Y al chuletón? Va, que ya nos conocemos. Todos hemos visto qué le pasó a Emmanuel Macron con los chalecos amarillos cuando intentó subir el precio del gasóleo. En nombre de la democracia, nadie tomará decisiones traumáticas.

Cuando el nivel de los océanos suba hasta niveles catastróficos y regiones templadas se conviertan en desérticas, veremos al monstruo de cerca y exigiremos líderes expeditivos. Es decir, tiránicos. Ya será tarde. Si ahora no queremos renunciar a ciertas comodidades y pequeños lujos, entonces estaremos dispuestos a renunciar a la libertad, la democracia y lo que haga falta. El pintoresco funcionamiento de los humanos hace que la historia sea siempre muy entretenida.