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Ahorro

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Diciembre 2013 / 9

Piense en la palabra ahorro. O mejor en el concepto. Ahorrar. Suena bien y sabe bien, evoca virtudes como la honradez, la prudencia y la previsión, se relaciona con la prosperidad y el orden, nos recuerda los consejos maternales, inspira tranquilidad y sosiego. Desde siempre, el ahorro es bueno. Estamos de acuerdo, ¿no? Bien. ¿Y si las cosas cambiaran? ¿Y si el ahorro se convirtiera en un problema? Puede ocurrir. Quizá algún día las madres cambien su consejo: “Niños, ni se os ocurra guardar dinero en el banco, pensad en el futuro y gastad”. ¿Imposible? No.

La economía está llena de paradojas. En la actual temporada se lleva mucho, precisamente, la llamada paradoja del ahorro o paradoja de la austeridad. Se trata de una idea keynesiana; es decir, peligrosamente izquierdista e irresponsable según el neoliberalismo dominante. Cómo un economista tan serio, razonable y hasta cierto punto conservador como John Maynard Keynes ha acabado catalogado como rojo constituye uno de los grandes misterios contemporáneos. En fin, no nos desviemos. La citada paradoja indica que en una recesión los ciudadanos tienden a ahorrar todo lo posible, porque temen perder su empleo o ver reducidos sus ingresos y tratan de ser previsores; ese ahorro se realiza en detrimento del consumo, lo cual reduce a su vez la demanda (para entendernos, se compran menos bienes y servicios) y agrava la recesión, por lo que disminuyen los salarios y el empleo. Esta espiral negativa debe sonarle, porque se ha sufrido en España y en muchos otros países europeos durante los últimos años.

Ya antes vivimos otra paradoja, la del comercio asimétrico. En la época de las burbujas, ¿recuerdan?, Alemania exportaba mucho y otros países, como España, importaban mucho. Eso era impepinable: no hay venta sin comprador. Gracias a esas exportaciones, los alemanes ganaban dinero y ahorraban. Esperaban que sus ahorros rindieran, como es lógico. Algo tenían que hacer con ese dinero y lo que suele hacerse es prestarlo a cambio de un interés. ¿A quién prestaban? A los compradores, para que siguieran consumiendo. Ocurrió algo muy notable en esa época: los tipos de interés de esos préstamos se mantuvieron siempre muy bajos. Cuando el dueño del dinero es reticente a conceder créditos, sube el interés. Eso es lo que ocurrió después, cuando se disparó la prima de riesgo, porque los ahorradores (para simplificar, llamémosles alemanes) ya no se fiaban. Pero antes de reventar las burbujas ofrecían pasta baratísima. Eso destruye el mito del sur irresponsable. Si el norte de Europa hubiera sido responsable, los tipos de interés se habrían encarecido y el crédito se habría limitado. No fue así. El ahorro alemán, alimentado por su potencia exportadora, se convirtió en un extraordinario factor de distorsión.

Ahora se lleva mucho la ‘paradoja de la austeridad’. Seguro que su espiral le suena

Imponer el ahorro en una economía en recesión comporta más recesión

La crisis interminable que sufre Europa se adentra ahora por un nuevo túnel, el de la desinflación. Eso significa que, con algunas excepciones, los precios suben muy poco, se mantienen estables o
incluso bajan, y con ellos, los tipos de interés. Puede que a usted le haya ocurrido ya algo que ha sucedido a muchos miles de ciudadanos: su cuenta de ahorro a plazo fijo y al 4% expira, va al banco para renovarla y le dicen que bueno, que vale, pero que ya no le pagarán el 4%, sino el 1,5% anual. Y decídase pronto, porque mañana le ofrecerán aún menos por sus ahorros.

Podría ser (esperemos que no) que la desinflación desembocara en deflación, o sea, en un descenso generalizado y continuo de los precios. En una situación así, los tipos de interés pueden llegar a 0 o incluso a hacerse negativos. No se frote las manos, porque los bancos seguirán sin dar crédito. Lo que ocurriría en ese caso sería que los bancos no pagarían nada por los depósitos o cobrarían una comisión por guardarle el dinero. No tendría sentido ahorrar, ¿no? Más bien convendría invertir en bienes como pisos, terrenos, oro o cosas así. Recuerde, sin embargo, que los precios estarían bajando. ¿Por qué comprar hoy algo que será más barato mañana? ¿Por qué comprar mañana, si pasado será más barato? Algo así ha venido ocurriendo en el mercado inmobiliario español. El resultado de la deflación es que ni se puede ahorrar ni se puede invertir.

Eso trae una consecuencia ulterior, que en Japón sufren desde hace más de una década. El Estado intenta reactivar la economía bajando impuestos, haciendo obras públicas o fabricando moneda, lo cual comporta aumentar la deuda pública. El ahorrador acaba comprando bonos o letras de esa deuda creciente, porque siempre pagan algo, y se crea un circuito cerrado en el que el Estado absorbe dinero y lo suelta sobre las entidades bancarias, que lo reinvierten en el Estado Es lo que está pasando ahora con los créditos del Banco Central Europeo a la banca española.

El ahorro solo tiene sentido si la economía crece, e imponer el ahorro en una economía en recesión, cosa que parece lógica cuando el endeudamiento es excesivo, conlleva, como indica la paradoja de la austeridad, más recesión. El mundo es muy raro.