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El otro jinete

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Enero 2021 / 87

Ilustración
Darío Adanti

Los jinetes del apocalipsis no suelen cabalgar solos. Ya hemos visto que la pandemia traía consigo una recesión súbita y brutal, con el consiguiente desempleo masivo. Asumo el papel de agorero para formular una profecía que no tienen por qué tomarse en serio: si yo pudiera adivinar el futuro no me dedicaría, evidentemente, a escribir estas cosas. Insisto, lo más probable es que me equivoque. Pero me arriesgo a decir que en 2021 trotará sobre la economía mundial un jinete al que no veíamos desde hacía mucho, mucho tiempo. Hablo de la inflación.

En la anterior crisis, la de 2008, la deuda era el problema. Para afrontarla se aplicaron políticas de austeridad con efecto deflacionario. En esta crisis, la deuda se utiliza como solución. El endeudamiento público de los países más desarrollados está llegando a niveles similares a los de la gran posguerra de 1946. Hacía falta mantener con vida unas economías en peligro de colapso y eso es lo que se ha hecho. La montaña de deuda no significa necesariamente que vuelva la inflación, un fenómeno que fue extinguiéndose poco a poco desde hace 40 años hasta llegar a la situación actual, sin apenas aumentos en los precios y con tipos de interés cercanos a cero. Pero es un primer paso.

Se ha emitido mucho dinero (en papel y en activos monetarios) durante el año de la pandemia. Casi todo ese dinero está ahora aparcado. Supongamos que llega una recuperación más o menos saludable y el dinero empieza a circular con rapidez. Ese es el segundo paso hacia la inflación.

El tercer paso es psicológico: nadie se cree que los bancos centrales, incapaces durante años de lograr sus objetivos de inflación (recuerden que el Banco Central Europeo lleva años aspirando al 2% anual y se queda muy por debajo), sean capaces de ejercer un control efectivo sobre los precios, ni cuando bajan ni cuando suben.

Me arriesgo a pronosticar que en 2021 la palabra "inflación" volverá a pronunciarse con frecuencia

El cuarto paso tiene que ver con la necesidad. Si repasamos la historia comprobamos que todas las situaciones de endeudamiento excesivo (sin ir más lejos, la que siguió a la guerra de 1939-1945) se han resuelto por la vía inflacionaria. Tomemos como ejemplo España, que debe más de lo que produce en todo un año y está emitiendo bonos sin apenas intereses, o incluso sin ellos: una inflación de, pongamos, el 5% anual, iría comiéndose de forma natural el endeudamiento. La deuda, a tipo fijo, sería cada vez más pequeña (la inflación supone una devaluación del dinero) y más manejable gracias al crecimiento económico. Eso si no reaparece la temida estanflación de la década de 1970, la inflación sin crecimiento. Confiemos en que no vayan tan mal las cosas.

Lo más normal es que un progresivo fortalecimiento del euro, en estos momentos a un cambio muy bajo respecto al dólar y el renminbi chino, ejerza de freno a las hipotéticas (recuerden que esto son elucubraciones mías) tensiones inflacionarias y que la cosa no alcance niveles dramáticos. Pero mantengo el pronóstico. La palabra "inflación" volverá a pronunciarse con frecuencia. Y un par de generaciones que apenas conocen su significado comprobarán que la estabilidad monetaria no es el orden natural de las cosas. En la economía nunca ha existido un orden natural. La teoría va a remolque de la realidad.

En fin, que ya veremos. En cualquier caso, 2021 no será 2020. Algo es algo.