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Pobreza y vicio

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Abril 2017 / 46

Benoît Hamon, el candidato socialista a la presidencia de Francia, propone un subsidio universal para todos los ciudadanos. Los sondeos le auguran un descalabro en las urnas, pero al menos plantea la única idea nueva de una campaña electoral descorazonadora. También defiende la renta básica para todos (con argumentos bastante convincentes) el holandés Rutger Bregman en su libro Utopía para realistas, recién publicado en España. No sé si ha llegado ya el momento de implantar una medida tan novedosa y cara en las sociedades occidentales; aunque tengo mis dudas, sospecho que el futuro debería ir por ahí. Por razones muy diversas. En especial, por razones morales.

Durante las últimas décadas el neoliberalismo ha logrado resucitar, con gran éxito, algunas viejas supercherías decimonónicas. La más infame de ellas establece que la pobreza es una enfermedad moral. Ese presunto axioma, eje de Riqueza y pobreza, de George Gilder, uno de los libros más influyentes en la era de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, sigue clavado en muchos cerebros. Cuando Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, acusa a los países del sur de “gastar el dinero en mujeres y alcohol y después pedir ayuda”, no sólo está proclamando que es machista y bastante tonto: está asociando la necesidad con el vicio. De nuevo, la pobreza como enfermedad moral.

Benoît Hamon plantea la única idea nueva de las generales francesas

Resucita el presunto axioma de que la pobreza es un mal moral

La pobreza consiste en la falta de dinero en efectivo. No hay más. El desarrollo del Estado de bienestar en el siglo XX europeo ha demostrado que las redes asistenciales no promueven la molicie, sino al contrario. Lo que promueve la molicie, y el desánimo, es el control, la desconfianza, la convicción (subyacente en los aparatos estatales) de que hay que vigilar hasta la humillación a los perceptores de ayudas públicas. Cualquier persona en la pobreza conoce mejor sus necesidades que un asistente social. Si recibe dinero, suele gastarlo sensatamente. Una renta básica, por el momento limitada a los ciudadanos sin ingresos o con sueldos o subsidios bajos, sería un gran paso para acabar con la pobreza (que tiende a generar mala salud, bajo nivel educativo y gastos adicionales a la sociedad) y para acabar con esa estupidez según la cual carecer de dinero equivale a carecer de decencia.