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Las trompetas del Apocalipsis

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Septiembre 2022 / 105

La guerra de Ucrania ha elevado aún más la tensión entre EE UU y China, cuyo pulso creciente por la hegemonía mundial entraña grandes riesgos para la humanidad.

Guerra en Europa, Ucrania hecha pedazos, la OTAN en pie de guerra, Rusia imprevisible, catástrofe económica, desigualdad disparada, hambrunas recurrentes, mortífera pandemia, democracias degradadas, Italia ingobernable, Reino Unido nada fiable, Estado del bienestar amenazado, desempleo estructural creciente, inflación desbocada, tipos de interés al alza que encarecen las hipotecas, inmigración descontrolada, fantasma nuclear, crisis energética, emergencia climática… 
Y, por encima de todo, una pugna cada vez menos larvada y que puede degenerar en un conflicto abierto, una terrorífica confrontación planetaria, entre un imperio emergente (China) y otro que se resiste a su decadencia (EE UU). 
El Roto lo ha sintetizado con el siguiente diálogo:
— Primero Rusia, luego China.
— ¿Y después?
— No habría después.
Aparte de la condena moral que merece por haber desatado la invasión de Ucrania, Vladímir Putin actúa como un judoca mediocre y un pésimo ajedrecista, dos habilidades de las que se ufana. Pase lo que pase, él ya es un perdedor. Pero tal vez la guerra podría haberse evitado si la agresiva ampliación de la OTAN en diversas oleadas tras la Guerra Fría, que dispararon la sensación de cerco de un gran país que nunca perdió su vocación imperial, no hubiera llegado hasta una “tierra hermana” en la que Rusia reconoce sus raíces históricas. 
Tras tolerar, como potencia derrotada en la Guerra Fría, que se atravesaran muchas líneas rojas, este sapo resultaba especialmente difícil de tragar. Y no solo para un dirigente siniestro que gobierna a su antojo, fulmina a sus enemigos políticos y se burla de la democracia. También para la mayoría de los rusos, millones de los cuales tienen estrechos y ancestrales lazos con Ucrania, reforzados en 74 años de poder comunista. 
Había margen para el compromiso, sobre todo cuando la alternativa era la catástrofe, pero la guerra no se evitó. Por culpa de Putin, obviamente, que desató una agresión criminal que arrasa ciudades, mata a miles de civiles y genera mi-llones de refugiados. Pero también por culpa de Occidente, sobre todo de EE UU, cuyo objetivo último, ya abiertamente admitido, era y es debilitar a Rusia, como paso previo para frenar a China, su gran apuesta estratégica de este siglo.

 
Ni en sueños
Llegados a este punto, ¿se puede detener la sangría? La respuesta solo puede ser que sí. Llegará ese día, pero ¿después de cuántos muertos y ruinas más, a qué precio, con qué consecuencias? 
Ni en sus mejores sueños puede pensar Zelenski que Putin va a ceder en una mesa de negociación lo que ha conquistado con una costosa campaña militar, con miles de bajas propias y un esfuerzo económico brutal. Ucrania tendrá que renunciar al objetivo declarado de mantener su integridad territorial, Crimea incluida. No le queda otra. Y cuanto antes lo admita más cerca estará de un acuerdo, paso previo para la reconstrucción. 
Más allá de la unanimidad mostrada por Occidente (léase, EE UU y sus subordinados europeos), de triunfos como la ampliación de la OTAN a Suecia y Finlandia, de que a Putin le esté saliendo el tiro por la culata, del aumento del apoyo creciente a Ucrania con miles de millones en armamento y del despliegue militar reforzado en las fronteras con Rusia, sometida a sanciones de dureza sin precedentes, o de tachar a Moscú de “la amenaza más importante y directa para la paz y la estabilidad en el área euroatlántica”, o sea, más allá de todo lo que contribuye a prolongar la guerra, lo cierto es que todo ese conjunto de medidas supone echar gasolina al fuego. Eso multiplica el sufrimiento de los ucranios y de los millones de víctimas colaterales en el resto del mundo, especialmente en donde la prioridad es no morir de hambre como en gran parte de África. Y total, ¿para qué?: para que al final esta guerra termine en la mesa negociadora y, previsiblemente, sin vencedores ni vencidos indiscutibles, pero dejando tras de sí muerte y sufrimiento.

La UE se suma con entusiasmo a la hostilidad hacia Rusia y, mas que defender sus intereses, se pliega a los de Washington


Todo ocurre cuando el planeta se calienta a un ritmo que supera toda previsión, que el calor, los incendios y otros fenómenos meteorológicos extremos avisan de que o se reacciona de inmediato o vamos hacia el desastre. Pero claro, estamos en guerra, Rusia corta el gas, la calefacción puede ser un lujo el próximo invierno y hasta la Comisión Europea apuesta por relajar las normas sobre emisiones contaminantes y se indulta al carbón.
Tormenta perfecta. La peor parte se la llevan los países que no pueden pagar los precios de la energía y de materias primas imprescindibles para meter algo al estómago al menos una vez al día. Pero esto es Europa, y aunque miremos con desasosiego a las víctimas de una desigualdad lacerante, nos miramos el ombligo. Y la UE, pese a la enorme dependencia de las fuentes de energía rusas, se suma con entusiasmo a la hostilidad hacia Rusia y, más que defender sus propios intereses, se pliega a los de EE UU. 
Con la vista puesta en China, su gran rival sistémico, concentrado en la disputa hegemónica en Asia-Pacífico, Biden deja la mayor y más penosa parte del expediente ucranio en manos europeas. En cuanto a las consecuencias económicas, EE UU no escapa al riesgo de recesión pero, rebosante de materias primas, se halla en posición de privilegio. Y, en caso de guerra abierta, las bombas puede que caigan en París o Madrid, pero (excepto en la locura nuclear) no en Washington o Los Ángeles. 

Sin estándares democráticos
El nuevo concepto estratégico de la OTAN lleva la marca a fuego del made in USA, lo que no impide que se acoja en Europa con entusiasmo de palmero, especialmente por Pedro Sánchez, eufórico por el triunfo en la cumbre de Madrid. A nivel continental, la UE acepta en la práctica que la OTAN es su brazo militar y abre sus puertas en diferido a una Ucrania muy lejos de cumplir los estándares democráticos exigibles a los países candidatos.
Si hay apocalipsis, se hablará de Ucrania como el detonante, pero la clave será China y su disputa por la hegemonía mundial con EE UU. En la guerra europea, Pekín nada y guarda la ropa, hace gala de su relación con Moscú, con el que acordó una retórica “amistad sin límites”, pero mantiene una distante cautela. Ni neutral ni beligerante. 

Aunque la amenaza china aún no es militar, EE UU teme verse superado comercial, económica y tecnológicamente


Como India, Pakistán o Irán, China alivia el cerco económico de Moscú aumentando sus intercambios comerciales, sobre todo de petróleo y gas. Ve las orejas al lobo, se irrita cuando el concepto estratégico de la OTAN le acusa de suponer un “desafío sistémico” y le achaca “operaciones híbridas y cibernéticas maliciosas y (…) una retórica de confrontación y desinformación (…) que daña la seguridad de los aliados”. Pekín acusa a la Alianza de ser una rémora de la Guerra Fría y recuerda que su política exterior se basa en “no interferir en los asuntos internos de otros países, exportar ideología o involucrarse en coerción económica o sanciones unilaterales”. 
En su lucha por el despegue económico y la primacía mundial sus armas no son misiles, tanques y cañones sino inversiones, acuerdos económicos y comerciales, cuyo paradigma es la Nueva Ruta de la Seda, pero que pasa también por cubrir en América Latina y África (10.000 empresas chinas tienen presencia en este continente) los huecos que dejan EE UU y Europa. Ya está presente en más de 70 países.
Biden ve en China al gran enemigo, ni siquiera lo oculta. Se ve su imperio como Esparta frenando a la emergente Atenas (la ya tópica Trampa de Tucídides) y parece dispuesto a actuar antes de que sea demasiado tarde. Aunque la amenaza de Pekín no es aún militar (la desproporción de fuerzas es apabullante), teme verse superado comercial, económica y tecnológicamente. De ahí su empeño en sumar a sus tesis a Japón, Corea del Sur y Australia y en extender al Pacífico y Asia el ámbito de actuación de la OTAN.

Taiwán, probable detonante
Mientras se respeten las reglas del juego, el riesgo está controlado. El problema es que EE UU solo las respeta cuando le interesa. Pekín no las tiene todas consigo (sobre todo tras lo ocurrido con los fondos rusos en el exterior) respecto a lo que pueda hacer su rival sistémico con los más de 3 billones de dólares en divisas o sus 1,13 billones en deuda norteamericana que ha acumulado en las últimas décadas, así que ya opera a marchas forzadas para proteger ese tesoro y reducir su exposición. 

El gobernador de Indiana, Eric Holcomb, en una reunión con la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen.
Foto: E.H.

Ahí no acaban las preocupaciones chinas. La principal es Taiwán. El más probable detonante de un Armagedón sería esa isla del Oriente lejano, refugio de los nacionalistas de Chian Kai Chek en 1949 tras la derrota ante los comunistas de Mao Zedong. En dos ocasiones, Biden dio a entender, contraviniendo la política oficial, que si China ataca Taiwán, EE UU la defenderá. Le rectificaron sus portavoces, pero ahí quedó eso. Por su parte, el exsecretario de Estado con Trump Mike Pompeo afirmó que Washington debe reconocer a Taipei como “Estado libre y soberano” que ni siquiera tiene que declararse independiente, “porque ya lo es”. Y, para terminar de tensar la cuerda, llegó la provocación que supuso la visita a la isla de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y la posterior de varios congresistas estadounidenses. 
Podrá discutirse sobre si la respuesta de Pekín, con unas impresionantes maniobras militares en torno a la isla, es o no desproporcionada, pero al presidente Xi Jinping no le quedaba otra, so pena de ver amenazado su propio liderazgo ante el próximo congreso del Partido Comunista (PCCh), previsto para este otoño.
Si el objetivo de EEUU en Ucrania es debilitar a Rusia, en el caso de Taiwán es debilitar a China, eliminarla como su gran amenaza por la hegemonía. Pero el resultado podría ser un choque de titanes con resonancia planetaria, eco terrible de las trompetas del Apocalipsis.