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Europa de visión estrecha

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Marzo 2015 / 23

Editorialista de Alternatives Économiques y ex presidente de la cooperativa

MÁQUINA DE FABRICAR BILLETES Al decidir adquirir cada mes 60.000 millones de bonos durante 15 meses, el Banco Central Europeo (BCE) ha mostrado su voluntad de apoyar la economía europea y reducir el coste de las deudas públicas. ¿Quién hubiera pensado, hace dos años, que Mario Draghi lograría el apoyo unánime de su consejo para poner en marcha la máquina de fabricar billetes? Lo que ayer era impensable se ha convertido hoy en una medida de sentido común... Sin embargo, permitámonos algunas reservas. No está demostrado que ese billón de euros vaya a fomentar el crédito a los hogares y a las empresas. Podría fomentar nuevas burbujas financieras. Además, no parece suficiente para impulsar la actividad económica en la zona euro. Por otra parte, sigue habiendo un total desacuerdo respecto a las políticas que, paralelamente, se deben poner en marcha. Para algunos, hay que proseguir sin tregua las famosas “reformas estructurales” (o dicho claramente, continuar recortando los presupuestos sociales y la protección al trabajo en nombre de la competitividad); para otros, lo urgente es establecer unas políticas menos restrictivas. La balanza, por el momento, se inclina a favor de los primeros. Este debate no enfrenta únicamente a los economistas, sino también a los gobiernos. Sin embargo, ha llegado la hora de que éstos, en interés de toda Europa, abandonen esa visión estrecha de sus intereses nacionales. ¿O no, señora Merkel?

SYRIZA En semejante contexto, la victoria electoral de la izquierda radical en Grecia no es únicamente una buena noticia para los griegos, sino también para toda Europa. Las políticas impuestas a ese país desde el año 2000 han hecho bajar una cuarta parte de su PIB y han provocado una explosión del paro y la pobreza. Es necesario acabar con una terapia de choque que, además, es incapaz de estabilizar el peso de una deuda que alcanza ya el ¡175% de la economía! La primera tarea del nuevo Gobierno es negociar con sus acreedores una reducción del peso de dicha deuda. Volver a una política presupuestaria y salarial menos restrictiva, cuyos efectos económicos y sociales no pueden ser sino positivos. Queda convencer a los socios de ese país de que el nuevo Gobierno quiere permanecer en el seno de la Unión y en la zona euro. Syriza dispone de una legitimidad muy grande. A los socios europeos de Grecia no les interesa provocar una nueva crisis en Europa y la permanencia es la única salida realista. Las dificultades a que se enfrenta Alexis Tsipras no se limitan, sin embargo, a las relaciones de Grecia con el resto de Europa. El nuevo jefe de Gobierno tiene ante sí una inmensa tarea: imponer al país una modernización que sus predecesores no han podido, o querido, emprender. Ha llegado la hora de gravar con impuestos a las grandes fortunas griegas —especialmente, a los armadores—, de que la Iglesia ortodoxa deje de evitar el pago de impuestos y de que el ajuste del gasto público se haga sobre el gasto militar y no sobre la educación y las prestaciones sociales. ¡Ánimo!

FUNCIONALIDAD El desarrollo de la economía de funcionalidad es incontestablemente una de las vías para reducir el impacto medioambiental de nuestro modo de consumo. ¿De qué se trata? De primar el uso de los bienes frente a su posesión, con lo que se consigue el mismo bienestar movilizando menos materias primas y energía. El desarrollo del carpooling (uso compartido del coche) y del carshar-ing (uso de un coche en alquiler sólo el tiempo que se necesita) es un ejemplo de ello en el ámbito del transporte. Algunos fabricantes de bienes de equipo proponen igualmente alquilar sus máquinas en lugar de venderlas. Ello les estimula a fabricar útiles de vida larga y fácilmente reparables, una lógica que merecería extenderse a muchos enseres del hogar. El desarrollo del alquiler puede ser, sin embargo, menos virtuoso en el plano ecológico cuando se pone al servicio de una renovación acelerada del bien alquilado. Es el caso de algunas ofertas de teléfonos móviles y otras tabletas en las que al cliente se le brinda la posibilidad de disponer permanentemente de un producto de última generación. La economía de funcionalidad se convierte, entonces, en cómplice de una obsolescencia programada destructiva.