Inconsciencia 'progresista' sobre el Sur Global
Buena parte de la ciudadanía de Occidente no tiene en cuenta que su confort se explica por la explotación de los países en desarrollo, que hoy se organizan y suman fuerzas para progresar
Una causa del divorcio creciente entre los países desarrollados y las economías emergentes consiste en que estas últimas han adquirido conciencia de que el atraso del que están saliendo de forma gradual tiene relación con la prosperidad de los primeros, algo de lo que no son conscientes muchos ciudadanos occidentales, incluso entre quienes se declaran “progresistas”. Nuestros medios apenas tratan el tema. Recordemos que líderes socialdemócratas de la posguerra como François Mitterrand, Pierre Mendès France, Clement Attlee o Tony Blair también emprendieron aventuras neocoloniales sin sonrojarse1. ¿Nos suenan los casos de Argelia, Madagascar, Camerún, India, Suez, Egipto o Kenia?
Occidente tiene hoy dos problemas: el primero radica en que no parece comprender el movimiento tectónico en curso en tres cuartas partes del planeta —de ahí la oposición jardín versus jungla—; el segundo, que el trinomio en que se ha basado su prosperidad —vivienda equipada, motorización y alimentación variada— se apoyó en la apropiación invisible de recursos naturales (cobre, hierro, estaño, bauxita, uranio, algodón, lino, fosfatos, tungsteno, azúcar, cacao, café, pesca, petróleo y gas).
Estudios recientes revelan que, hasta hace poco, el porcentaje del valor final retenido por los países productores no pasaba del 6%, pues una parte de dicho valor final era transferida al consumidor occidental a través de precios reducidos y, otra, la capturaban las empresas. Esta dinámica ha encubierto la explotación masiva de la mano de obra y la pérdida de ingresos locales. Para que se entienda, la diferencia de productividad entre el minero africano y el norteamericano es muy inferior a la diferencia salarial, aunque, a menudo, trabajan para las mismas mineras2. Tampoco la motorización habría sido posible sin caucho extraído a legiones de cultivadores en régimen forzoso en países como Indonesia, Congo y Liberia (país plantación de una conocida marca de neumáticos) ni sin cobre, hierro, petróleo ni bauxita de la periferia.
Esperanza de vida
La genética revela que en el siglo XVII habitantes de culturas africanas desarrolladas vivían más años que los europeos que llegaron a sus costas. Sin embargo, en la década de 1960 los trabajadores de las minas africanas no vivían más de 30 años. Muchos morían de escorbuto3.
Al inicio del siglo XX, la masificación de la producción textil y de alimentos no habría sido tampoco posible sin la transformación de las agriculturas de subsistencia india y africana —que sostenían hacia 1600 esperanzas de vida superiores a la occidental— en monocultivos de materias primas bajo régimen de trabajo forzoso, cosa que causó un holocausto alimentario: de una agricultura de consumo basada en cientos de variedades nativas se pasó a una alimentación paupérrima a base de uno o dos cereales importados y a hambrunas sucesivas.
Cambio de posición
¿Qué está cambiando? En los países emergentes se extiende una narrativa en pro de su desarrollo, más allá de la dicotomía entre discursos de derecha versus izquierda, cosa que coloca, a menudo, del mismo lado a conservadores y socialistas de dichos países, frente a opciones análogas en países desarrollados, y, por contraste, con lo que sucedía en las décadas de 1960 y 1970, cuando el anticolonialismo era ideológico. De ahí que a los cinco países fundadores de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) se haya unido una larga lista de nuevos socios y que la organización de cooperación de Shanghái cuente ya con 15 países.
Por otra parte, tres factores disminuyen el nivel de vida en Occidente y requieren una respuesta progresista en este siglo XXI. El primero es la sed de beneficios que provocó la deslocalización de fábricas, con la consiguiente erosión de la calidad del empleo, lo que invita a una reindustrialización con tecnologías 4.0.
A su vez, los países emergentes toman el control de sus recursos, lo que hace más urgente en Occidente una economía sostenible basada en el ahorro de recursos, en la durabilidad de los bienes y en la valorización de materiales recuperados.
Plataformas digitales
En tercer lugar, las plataformas digitales actúan como captadores de rentas4, apropiándose de una materia prima —léase las huellas digitales personales— con amparo regulatorio, lo que exigiría la interoperabilidad. Valga decir que, en un régimen de competencia, comisiones que hoy suponen hasta el 50% de márgenes tendrían que bajar a niveles del 3-5%.
¿En qué medios progresistas occidentales se denuncia el oligopolio feudal de las plataformas digitales y se defiende un modelo de colaboración win-win (beneficioso para ambas partes) con el mundo emergente? ¿Por qué Occidente es incapaz de atraer a los países del Sur Global, cuando países emergentes no europeos invierten a largo plazo en África, Asia y América Latina mientras nuestra derecha explota el tema de la inmigración sin proponer soluciones? Francia nos recuerda esta urgencia.
1. Peter C. Speers, Colonial Policy of the British Labour Party; Thomas Borrel, Une Histoire de la Françafrique
2. Diamond Ashiagbor, Race and Colonialism in the Construction of Labour Markets and Precarity
3. Walter Rodney, How Europe Underdeveloped Africa
4. Yannis Varoufakis, Tecnofeudalismo