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De la guerra fría a la guerra comercial

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Abril 2014 / 13

Los verdaderos intereses económicos de la relación UE-Rusia están fuera de la lista negra. Europa se debate entre actuar contra Moscú o contra ella misma.

Manifestación en Kiev a favor de la integración europea de Ucrania. FOTO: 123rf/ANMBPH

La última brizna de confianza que Angela Merkel había depositado en Vladimir Putin se rompió la mañana del 2 de marzo. Después de semanas de conversaciones telefónicas en un fluido alemán entre el presidente ruso, que aseguraba respetar la integridad territorial de Ucrania, y la canciller alemana, comprometida en frenar las sanciones contra Moscú, Putin admitió que la intervención militar en Crimea estaba a punto. Merkel se sintió utilizada, según el relato construido por la agencia Reuters. Al día siguiente, la península del mar Negro empezaba un acelerado proceso de anexión a Rusia. Las protestas ucranianas para derrocar a un gobierno corrupto acabaron derivando en un episodio de enfrentamiento digno de la guerra fría que la mentalidad kagebista del presidente ruso nunca superó. “Como el gran jugador que es”, valora el analista Ivan Krastev, Putin se enfrenta a unos Estados Unidos y una Unión Europea a los que percibe en declive para zanjar que “los equilibrios actuales ya no valen”.

La crisis de Crimea desafía muchos de estos equilibrios de poder afianzados en las últimas décadas y revela sus debilidades. La fragilidad de algunas fronteras en el este del continente, el desencuentro entre Estados Unidos y la Unión Europea, la incapacidad de Washington para definir de una vez su relación con Moscú y la debilidad del mapa energético europeo. La dependencia europea del gas y el dinero ruso han marcado las divisiones entre los Veintiocho desde el inicio de la crisis ucraniana. Rusia abastece casi el 40% de las importaciones de gas de Alemania. Capitales rusos, no siempre limpios, alimentan los centros financieros y el mercado inmobiliario de Londres a Chipre.

El episodio demuestra el fracaso del mercado único de la energía

EE UU sigue siendo importador neto de crudo

Al ruido de sables del Kremlin, la opción de estadounidenses y europeos ha sido golpear a Putin allí dónde es más vulnerable: en la dependencia económica rusa. El pulso militar en Crimea ya permitió al presidente ruso comprobar la alergia de los inversores financieros a la inestabilidad política. La Bolsa de Moscú cayó un 10% el 3 de marzo y arrastró al rublo.

Huyendo del conflicto militar, Washington y Bruselas aprobaron la congelación de activos y la imposición de restricciones a la entrada en su territorio de una limitada lista de ciudadanos rusos y ucranianos, líderes políticos y económicos, implicados en la represión violenta de las protestas y en el proceso de anexión de Crimea. “Las sanciones no son para demostrar cuánto daño se puede infligir a la otra parte, sino para evidenciar todo el sacrificio que está dispuesto a tolerar el sancionador”, escribe Gregor Zachmann, investigador del centro de análisis económico Bruegel en Bruselas. Este es el dilema. La Unión Europea se debate entre actuar contra Moscú o actuar contra ella misma y aceptar el coste económico de sancionar a un aliado comercial. Por eso, los verdaderos intereses económicos de la relación UE-Rusia quedaron de entrada fuera de la lista negra. Los nombres de los responsables de las dos grandes firmas energéticas rusas, Gazprom y Rosneft, que se habían barajado al principio de las discusiones comunitarias, cayeron en medio de las profundas divergencias entre europeos sobre el alcance y el rigor de un castigo que podría acabar dañando sus propios intereses. Es más, en los mismos días —y para que no haya dudas sobre la continuidad de estos lazos económicos—, las grandes empresas implicadas en la construcción del gasoducto South Stream —la rusa Gazprom, la italiana Eni, la francesa EDF y la alemana BASF— anunciaron la firma de un contrato por valor de 2.000 millones de euros con otra firma italiana, Saipem, para la construcción del tramo que debe cruzar el mar Negro entre Rusia y Bulgaria. Una obra que debe empezar en junio.

“El coste directo de las sanciones es menos importante que las pérdidas que comporta en términos de confianza mutua”, valora Zachmann. Sin embargo, el año pasado, Alemania y Rusia comerciaron por valor de 77.000 millones de euros. Rusia abastece de gas y petróleo al mercado alemán y Alemania, por su parte, exporta productos de ingeniería y mecánica, medicamentos, trenes y automóviles a Rusia, mercado en expansión para el gigante Volkswagen. La química BASF tiene plantas en las prospecciones gasistas de Siberia.

La diplomacia energética rusa se convirtió en un poderoso instrumento sobre la mayor parte de los países del centro y este de la Unión Europea, que cambiaron de bloque sin cambiar de proveedor. Esta dependencia es el resultado del fracaso evidente de los europeos para crear un mercado único de la energía. Durante años, las capitales han preferido defender con uñas y dientes sus acuerdos bilaterales con Gazprom. La canciller Merkel, al asumir el abandono de la energía nuclear, el mayor proyecto político del país, convirtió el abastecimiento ruso en una cuestión estratégica.

 

Más músculo para Washington

El desafío ruso en Crimea ha agudizado también el debate energético en Estados Unidos. La independencia energética debe ser la nueva arma estratégica en el arsenal norteamericano. Así, al menos, lo reclama con vehemencia el Partido Republicano, que —después de cargar contra el presidente Barack Obama y acusarlo durante los primeros meses de la crisis de debilidad ante las provocaciones rusas— ahora presionan a la Administración demócrata para que relaje les restricciones a la exportación de crudo y gas natural para entrar a competir con Rusia en el mercado mundial de los hidrocarburos. El gas obtenido a través del polémico fracking ha multiplicado el potencial energético norteamericano. Los cálculos que acercan al país a un futuro autoabastecimiento han alimentado un supuesto músculo diplomático que independizará a Estados Unidos de los intereses geoestratégicos de sus aliados. Pero estas cuentas de la lechera no son de aplicación inmediata. EE UU sigue siendo importador neto de crudo, y su capacidad de desafiar a Moscú en este terreno es irreal.

Rezos por los muertos en las protestas de la plaza del Maidan, en Kiev. FOTO: 123rf/Mykola Komarovskyy

De cara a la galería, Putin ha optado por el desdén. Primero abrió el capítulo de la amenaza militar y ya contraataca el envite económico de europeos y estadounidenses, como reclama parte de su partido.

Rusia necesita inversiones extranjeras. La burbuja económica que ha alimentado el putinismo y sus políticas de nuevo rico pierden fuelle. Gigantes norteamericanos como la aeronáutica Boeing o la petrolera Exxon Mobil tienen fuertes lazos comerciales con el mercado ruso y joint ventures con empresas de ese país. Chevron, General Electric, Caterpillar, PepsiCo, Ford y General Motors podrían verse afectadas por una guerra comercial.

 

Incertidumbre ucraniana

Barack Obama advirtió que nuevas “provocaciones” por parte de Putin “solo conseguirían aislar aún más a Rusia y disminuir su papel en el mundo”. El presidente ruso es un animal herido. La derrota emocional que le infligió su pérdida de influencia en Kiev aún no ha sanado, y Ucrania sigue siendo un país inestable, atrapado entre la necesidad de ayuda financiera occidental y la dependencia energética de Rusia. La estabilidad política de la nueva fase de transición depende de su viabilidad económica.

Pese a su sueño imperial, Putin necesita inversión extranjera

La economía de Ucrania encogió el 0,3% el año pasado, según el FMI

El Fondo Monetario Internacional calcula que la economía ucraniana encogió el 0,3% el año pasado. El país debe pagar 30.000 millones de dólares en deuda soberana en los próximos dos años. El gas ruso, a precio subvencionado (aunque superior al de algunos de sus vecinos de la CEI), le permitió suministrar energía a la población a precios relativamente bajos. Corrupción generalizada, evasión de impuestos por parte de las grandes fortunas, denuncias de saqueo de las arcas públicas y una moneda, la grivna, que se mantenía artificialmente alta, y ahora en caída libre, dibujan un panorama incierto. En 2013, el 24% del comercio exterior ucraniano, especialmente de productos agrícolas e industriales, fue a parar al mercado ruso y el 30% de las importaciones venían de Rusia.

“Rusia puede ser un imperio sin Ucrania, pero no puede ser Rusia”, escribía a principios de año un comentarista ruso. La crisis sigue abierta. La retórica nacionalista y el desafío militar han reforzado internamente a Vladimir Putin, pero la fragilidad de su economía, el retraso tecnológico de sus empresas y el declive del sistema que alimentó un núcleo de poder cada vez más encerrado en el Kremlin le recordarán los límites y riesgos de sus sueños imperiales