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Lógica ‘made in Trump’

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Junio 2017 / 48

Desconcertante: No es fácil seguir el hilo económico de presidente estadounidense. Es liberal por la mañana, ‘keynesiano’ al mediodía y proteccionista por la noche. Sin embargo sus acciones comparten la lógica mercantilista.

El presidente de Estados Unidos Donald Trump. FOTO: Visions Of America LLC

Anuncios de “la mayor bajada fiscal de la historia” y de una desregulación al completo. Promesas de un vasto plan de gasto público. Deseos de gravar los productos fabricados en el extranjero y de cerrarse a los inmigrantes.

En todas estas medidas anunciadas por el presidente Donald Trump existe una lógica común: reducir la salida de capitales de Estados Unidos y aumentar las entradas. Transformar la posición de EE UU de deudor o prestatario internacional a una de acreedor global. En resumen, transformar a la cigarra norteamericana, que vive de los ahorros de los demás, en hormiga, y poder acumular así un tesoro en su territorio, en su opinión mediante una política de gran potencia. Exactamente la lógica de los economistas mercantilistas.

El mercantilismo reagrupa a un conjunto muy diverso de pensadores europeos entre los siglos XVI y XVIII. En pocas palabras, eran partidarios de una fuerte intervención del Estado en el desarrollo del mercado interior, la promoción de las exportaciones y la bajada de importaciones con el fin de acumular excedentes exteriores, fuente financiera de una política de potencia política... Trump empieza a tener sentido, ¿no?

Un Estado fuertemente implicado en la economía, dirigido hacia el desarrollo del mercado interior, es el gran proyecto de puesta a punto a nivel de infraestructuras.

La búsqueda de excedentes exteriores pasa por varios canales. Del lado comercial, el proteccionismo de Trump se expresa por su propuesta de gravar productos procedentes de países con los que EE UU mantenga un déficit. 

Pero lo más importante tiene que ver con la política fiscal. Trump dudaba entre dos caminos. O una importante bajada de impuestos sobre las empresas para atraerlas, o un rediseño completo del impuesto sobre las empresas, llamado Border Adjustment Tax.

Este proyecto, propuesto por Paul Ryan, uno de los líderes republicanos, consistía en suprimir el impuesto sobre las empresas y reemplazarlo por un impuesto sobre la tesorería con un tipo del 20%. Más claro: los ingresos de las exportaciones saldrían de la base tributaria y el coste de todo lo que se comprara  en el extranjero no sería deducible de la base. Si se invirtiera en suelo norteamericano, la inversión pasaría a ser deducible el año  en que se realizara.

Un proyecto así, por un lado, incitaría a las empresas a localizar su actividad en Estados Unidos, transformado en un gigantesco paraíso fiscal. Por otro lado, sería una verdadera declaración de guerra  comercial a los socios de Estados Unidos, con el riesgo de represalias y con una explosión del comercio mundial. Las empresas estadounidenses exportadoras apoyan el proyecto, pero los importadores como Walmart lo rechazan. La expectativa internacional era grande.

 

‘SUPERBAJADA’ FISCAL

A final, en abril, el presidente anunció a bombo y platillo una bajada radical del 35% al 15% del impuesto a las empresas. Según la Tax Foundation, el Estado federal dejará de recaudar dos billones de dólares en diez años debido a esta medida. El anuncio fue un golpe de efecto, sin muchos detalles, que incluyó otras medidas como la desaparición del impuesto de sucesiones, la reducción de los tramos fiscales del IRPF de siete a tres (10%, 25% y 35%) y la rebaja de la carga de los más ricos del 39% al 35%. 

El plan también abre la puerta a un trato benévolo para las repatriaciones de capital de las empresas y a la desaparición de casi todas las deducciones del impuesto sobre la renta, salvo la desgravación por hipotecas o las donaciones a las ONG. Se ha recuperado un tipo del 20% sobre los dividendos. A las parejas que ganen menos de 24.000 dólares al año se les aplicará un tipo cero.