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¿Y después de Chávez, qué?

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Abril 2013 / 2
Foto artículo: ¿Y después de Chávez, qué?

El balance económico del presidente es positivo, pero urge reducir la dependencia del petróleo.

¿Tiene explicación económica la interminable cola de venezolanos despidiendo a su presidente? Hugo Chávez ha sido mucho más que la redistribución popular de la renta del petróleo. Sin unos buenos resultados económicos, difícilmente el proyecto bolivariano hubiera podido llegar a tener tanto apoyo.

Al cierre de 2012, y en mitad de la crisis mundial, Venezuela presentó una aceleración en su ritmo de crecimiento (del 5,5%), una reducción del paro —ahora por debajo del 8%, que contrasta con el 26% de España— y una inflación muy alta (20,1%), pero dos puntos por debajo de la meta estimada. Y ello sin frenar las políticas sociales, que han reducido a la mitad las tasas de pobreza, han colocado el país en el segundo lugar del continente en ratio de universitarios, han dotado de vivienda a 200.000 familias en el último año, han incorporado al acceso a la salud a las mayorías y han otorgado una pensión a millones de ancianos que carecían de este derecho.

Para 2013, las estimaciones apuntan a que se mantendrá el ritmo de expansión, lo que ofrece el clima de serenidad necesario para revisar la política económica, toda vez que no se trata solo de reactivar y hacer crecer la economía capitalista, sino de transformarla en un nuevo modelo productivo socialista.

Se equivocan quienes piensan que, con la muerte de Chávez, la Revolución bolivariana se ha quedado sin timonel. Cuando en 2005 Chávez dijo que la salida era el socialismo, trazó una hoja de ruta que iba más allá de su persona: están la Constitución, las leyes, los planes elaborados con la participación activa del pueblo (refrendados en las elecciones de octubre y de diciembre) y las nuevas instituciones, con el Estado comunal como referente. En suma, una carta de navegación y un tablero de instrumentos para continuar la construcción de una sociedad libre de desempleo, pobreza y exclusión que se denomina “socialismo bolivariano”.

Venezuela es un país marcado por el extractivismo. Depende de la captación de renta y no del esfuerzo productivo para satisfacer sus necesidades. La abundancia de divisas tiende a sobreevaluar la moneda nacional. Así, resulta más rentable importar que producir. Los productores se transforman en importadores y desplazan a la producción nacional. 

Una seguidora muestra una foto de Hugo Chavez durante un acto de Nicolás Maduro en Caracas, Marzo 2013 fotografía: LUIS ACOSTA/AFP/Getty Images

El comercio importador, al proveer los bienes que se requieren para satisfacer las necesidades de la población, tiende a cobrar más importancia que la agricultura y la industria, que son los sectores en los que descansa la soberanía productiva de cualquier país. Además, la urgencia por pagar la deuda social, más el incremento del consumo logrado por las mejoras sociales, hacen de las importaciones el recurso más fácil, con todos los problemas resultantes (incluida la corrupción, alentada por un empresariado nada competitivo).

La reciente certificación de las reservas petroleras más grandes del mundo bajo subsuelo venezolano contribuyen a crear una ilusión de riqueza. Pero se mantiene la vulnerabilidad productiva y fiscal por la dependencia del ingreso rentístico. En Venezuela, la crisis estalla cada vez que los precios del petróleo se desploman, no ingresa la misma cantidad de divisas y se impone la obligación de devaluar.

La alternativa pasa por un profundo cambio cultural. Hay que sustituir la mentalidad rentista que procura captar la mayor renta posible para consumirla, por una nueva cultura de la inversión y del  trabajo, imprescindible para  transformar los recursos naturales que ahora se exportan sin valor agregado, en una creciente producción industrial que permita sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable para generar nuevas fuentes de divisas que reduzcan la dependencia petrolera.

En otras palabras, pasar de un “socialismo rentista” de hecho a un socialismo eficiente y ecológico que, al tiempo que paga la deuda con las mayorías, se convierta en una alternativa real a la actual crisis del modelo capitalista.



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