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¿Cobran demasiado los actores?

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Junio 2013 / 4

La pregunta se la formuló el productor Vicent Maraval, en las páginas de ‘Le Monde’ el 29 de diciembre de 2012. 

Fotograma de Black Swan (El cisne negro).

Fue seguida de una polémica que, trasladada a España, ha servido para que el ministro Hacienda, Cristóbal Montoro, con  estilo de chulapón chantajista, amenazase con delatar a “famosos actores” que cobran mucho y “no pagan impuestos en España”: “El día que paguen, las bases imponibles podrán ser más amplias” y el déficit público “podrá bajar”.

Los actores, como toda la industria del espectáculo –incluyendo el deporte de élite—, son víctimas de una estrategia que evalúa el trabajo de los profesionales o el interés de los producciones a partir de salarios y costes. Si has cobrado tanto, es que tanto vales (artísticamente) y si un espectáculo es muy caro es porque debe de ser muy bueno.  

Según sus organizaciones sindicales, el 90% de los actores españoles está en paro. Antonio Banderas, Javier Bardem y Penélope Cruz, por hablar de quienes hoy tienen una carrera profesional asentada en un mercado internacional, trabajan casi siempre en el extranjero.  En su tribuna, Maraval se pregunta “por qué Vincent Cassel, cuando rueda Black Swan’ (226 millones de euros recaudados), cobra 226.000 euros, pero por protagonizar Mesrine (22,6 millones de  recaudación mundial) percibe 1,5 millones?”.

Maraval dice que Cassel gana menos por intervenir en una producción norteamericana muy rentable que en una cinta francesa que apenas reembolsa los costes debido a los efectos perversos del sistema de financiación del cine francés, hijo, según Libération, de “una política cultural socialdemócrata” que no se limita a repartir subvenciones, sino que “reglamenta y regula”, y las cadenas de televisión están obligadas a programar cine europeo.  “El resultado es que el actor se encuentra con un poder enorme, que da vida o mata cualquier proyecto” (Maraval). En efecto, las estrellas son las únicas que garantizan el éxito y la publicidad —en la pequeña pantalla— de un film. Pero, ¿quién decide quiénes son las estrellas? Sus agentes, los propios actores y... ¡las cadenas de televisión!

Los salarios de una minoría se disparan. Es la misma minoría, porcentualmente hablando, que se enriquece con la crisis, ese 10% que acumula el 90% de los beneficios, ese 1% que compra su enésimo Porsche o áticos en Central Park. 

La partida “actores” en las producciones francesas que superan los 15 millones de presupuesto significa más del 20% del coste de producción. En las de menos de un millón, baja al 7,5%. Si dejamos de lado –que es mucho dejar– la innegable dimensión financiera que también acompaña las inversiones cinematográficas, los filmes franceses que han obtenido estos últimos años un mayor rendimiento en relación con su inversión, los que más espectadores han conseguido por copia exhibida, son, por ejemplo, cintas L’Esquive, Tomboy y Lady Chatterley, todas de menos de 1,5 millones de coste de producción. Como en otros sectores, son las pymes las que crean empleo, exportan y obtienen beneficios. 

Montoro es libre de hacer su demagogia, pero los sobrevalorados futbolistas marcan o evitan goles, llenan estadios. Los también sobrevalorados actores –una minoría, repito– llenan las salas de público o los televisores de publicidad. ¿Podemos decir lo mismo de banqueros o financieros? ¿Acaso Lee Yacoca o Carlos Goshn, por citar “capitanes” industriales míticos, no han probado que la flauta sonó por casualidad una o dos veces pero no siempre? ¿Puede demostrarse que Bankia –con o sin Rodrigo Rato–, La Caixa –con o sin Isidre Fainé–, el Santander –con o sin Emilio Botín–, repartirían menos –o más– dividendos? Solo sabemos que, sin sus sueldos, pensiones e indemnizaciones millonarias, los ciudadanos de a pie nos sentiríamos menos escandalizados y, como dice el impagable Montoro, “las bases imponibles serían más amplias”.