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Vigencia de Pasolini

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Abril 2015 / 24

Periodista

El innovador cineasta Pier Paolo Pasolini, el que nunca aceptó aquello de que “las cosas son como son”, sigue ahí, incordiando e iluminando.

Willem Dafoe interpreta a Pasolini en la película de Abel Ferrara.

El director Abel Ferrara acaba de estrenar Pasolini, su evocación de las últimas horas de vida de Pier Paolo Pasolini. El film es importante, pero más importante es aún que la figura de Pasolini siga viva cuando tantas otras figuras de los años sesenta o setenta aparecen hoy como definitivamente muertas.

Las exposiciones sobre el cineasta y Roma que acogieron en su momento el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB) y la Cinémathèque Française, así como el éxito y la curiosidad que acompañan las retrospectivas de la obra pasoliniana nos prueban que estamos ante una figura que no es reductible a su dimensión de agitador político, creador cultural, cineasta innovador, intelectual comprometido, personaje sexualmente libre... La dimensión poliédrica del personaje hace que no se agote en una de sus caras, pero es sobre todo su carácter de figura enfrentada al sistema, que no acepta aquello de “las cosas son como son”, lo que confiere una nueva juventud a Pasolini.

Su cine y su concepción del mundo eran los de alguien que se sentía heredero y continuador. De lo que habían hecho quienes levantaron la ciudad de Sanaa, de los frescos de Giotto, de las enseñanzas de Cristo, de los pescadores de Sicilia, de los campesinos de la Toscana, de los bardos medievales o de quienes se enfrentaban con la Inquisición, de una larguísima tradición de héroes desconocidos o de creadores sin nombre que nos han legado edificios, poemas, canciones o imágenes que hoy siguen ayudándonos a creer que la vida merece ser vivida.

Pasolini, comunista heterodoxo, asistió con rabia al hundimiento de una tradición cultural de siglos. Un hundimiento propiciado por los medios de comunicación modernos, por el desmedido afán de lucro, por la imparable lógica globalizadora y, muy especialmente, por la estupidez colectiva. Cuando se decidió que había que acabar con la utopía comunista —por bautizar de algún modo un proyecto de transformación portador de muchas esperanzas y realidades horrorosas— se acabó también con el sueño, repetido por diversos personajes, de proponer una cultura de élite –léase de calidad— para todos. El sueño de los Ateneos, las Maisons de la Culture, las Casas del Pueblo, mil organismos surgidos durante los siglos XIX y XX que ofrecían a las clases populares un espejo en el que no se reflejaban idiotas y embrutecidos como los que hoy nos tienden los programas de televisión de éxito.

La muerte de Verdi, la de Victor Hugo, incluso la de Sartre, podían dar pie a funerales multitudinarios a los que acudían gentes que no sabían de solfa, que recitaban poemas sin haber aprendido a leer o que nunca comprendieron las sutilidades del sein y el dasein. En Pasolini cristalizaba algo muy parecido y sus conciudadanos le comprendían cuándo reivindicaba los orígenes populares de los agentes de policía frente al pijerío de ciertos manifestantes.

El Pasolini de Ferrara no es autodestructivo. Muere –asesinado— cuando en su cabeza aún bullen mil proyectos. Era un hombre reflexivo e indignado. Pesimista y luchador.

Sin que nadie lo haya dicho en voz alta, sin que nadie se lo haya propuesto, sigue ahí. Incordiando e iluminando. Reavivando la concepción de la cultura que defendía Gramsci. Siendo más actual que todos los modernos. No siempre sus películas eran buenas, no siempre sus metáforas estaban a la altura de su ambición. Sucede con otros grandes creadores: a menudo son las intuiciones, los esbozos, las pistas lo que más nos interesa. Ferrara explora algunas de esas pistas con fortuna –el papel que otorga a la agenda real de Pasolini como testimonio— o equivocándose –el embrollo idiomático de la cinta—. Vale la pena verlo.