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Empresas más democráticas

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Octubre 2016 / 40

El modelo de gestión más participativo marca la senda hacia el empleo sostenible y una mayor productividad

TECNOLOGÍA Fábrica de Volkswagen en Dresde (Alemania). Foto:  Adam Singer

Cada vez que sube una nueva ola tecnológica, como ocurre ahora con la digitalización y automatización de la economía, surge un coro de voces lúgubres  anunciando que la regulación laboral está abocada a acabar hecha trizas, como si fuera algo inevitable. En realidad, establecer determinadas normas y derechos depende de la voluntad política y del concepto de sociedad. 

El mundo empresarial de nuestro país emite de forma periódica previsiones apocalípticas sobre el futuro del mundo del trabajo. Recientemente, el propio presidente de la patronal CEOE, Joan Rosell, llegó al exceso cuando, hablando de los riesgos de la digitalización, dijo: “El trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX”. No parece que en el siglo XIX lo que definiera al trabajo fuera la estabilidad y la seguridad. Ignorar que el siglo XX fue un ejemplo de avance social sobre épocas anteriores es un intento de manipular la conciencia de los trabajadores en relación con la mejora de sus condiciones de trabajo y de sus salarios. 


DISEÑO INSTITUCIONAL

Para que se produzca un aumento sostenido de los salarios de los trabajadores, sin que se ponga en peligro la competitividad de las empresas, es condición necesaria el incremento de la productividad. Sin embargo, el hecho de que una empresa aumente su productividad no tiene por qué traducirse en aumentos salariales y en empleo de calidad si la organización carece de un diseño institucional de relaciones laborales que equilibre el papel de empresarios y trabajadores en la negociación colectiva. Simplemente, se generan más beneficios para los accionistas.

En este sentido, resulta evidente que la empresa española es competitiva en un escenario de globalización comercial —la cuota de exportaciones españolas en el comercio mundial, que en doce años ha pasado del 1,9% al 1,7% (2014), no ha sufrido ninguna brusca reducción, al contrario de lo ocurrido en EE UU, Francia, Italia o incluso Alemania—. No hemos sufrido una sustancial pérdida de competitividad. En cambio, nuestras empresas se muestran incapaces de crear valor y empleo de forma sostenible.

Las grandes empresas con un elevado poder de mercado externalizan gran parte del proceso productivo a una pléyade de empresas pequeñas y de microempresas. De ellas extraen enormes plusvalías, y consiguen además trasladar los riesgos e incertidumbres de la demanda del capital (más o menos beneficios) a los trabajadores (mayor o menor desempleo y salarios). Son empresas cuyo fin es crear valor para el accionista, y que no por casualidad se rigen por un modelo de gestión empresarial autoritario. 

 

LA SENDA DE ALEMANIA

En Alemania, en las grandes empresas está muy extendido el modelo de gestión participativo, que considera como principales ventajas competitivas la propia capacidad de incentivar el aprendizaje colectivo, de alcanzar consensos internos en los conflictos de intereses que surgen entre accionistas, directivos, trabajadores y proveedores, y de desarrollar una política de recursos humanos que impulse la confianza. En definitiva, las empresas alemanas crean mayores espacios de participación para los trabajadores. Un 11% de ellas dispone de planes de participación de los trabajadores en el accionariado, cuando en el caso de España esta proporción es del 5,7%. 

No es casualidad la menor productividad global de España respecto a Alemania (el 27,6% menos), lastrada por la reducida productividad de las microempresas españolas, que pesan más en nuestro tejido productivo. Y en la microempresa resulta obvio que es donde la gestión es más autoritaria y los trabajadores se encuentran más desprotegidos, empezando porque en ella no hay obligación legal de que la plantilla elija a un representante. En España, los procesos de externalización productiva se han desarrollado en mucha mayor medida que en Alemania, como demostraría la mayor aportación de valor añadido de las microempresas al conjunto de la actividad económica (el 28%, frente al 16% que este tipo de compañías representan en el país germano).

De cara al futuro, cuanta más democracia vaya entrando en las empresas, mayor será la capacidad de las compañías para poder generar valor y ocupación sostenible.