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La trampa de la liquidez

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Septiembre 2017 / 50

Encerrar permanentemente un líquido en una trampa es todo un reto: o se evapora o se filtra. Todos los viticultores saben que es necesario rellenar las barricas en las que envejece el vino; es decir, completar de vez en cuando el nivel, que tiende a disminuir (la denominada “parte de los ángeles”) para evitar que el contacto con el aire transforme el vino en vinagre. Había que ser economista para imaginar semejante expresión, y un economista inglés, pues se la debemos a Keynes.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

Todo el mundo llama a las monedas y billetes dinero “líquido”, muy cómodo para pagar los gastos cotidianos, pero también para pagar a los traficantes, a los artesanos que no quieren abonar el IVA o a los amigos que nos regalan un traje a medida, pues no queda ningún rastro de dicho pago. Pero para los economistas, la liquidez incluye también el montante de las cuentas bancarias, a través de las cuales se hacen nueve de cada diez pagos: cheques, transferencias, pagos por domiciliación, tarjetas bancarias...


“BARÓMETRO DE LA DESCONFIANZA”

La liquidez es, pues, una suma de dinero disponible de inmediato, pero que no renta nada (o muy poco porque las cuentas de ahorro cuyo montante puede transformarse, instantáneamente y sin riesgo, en moneda son consideradas como liquidez). Por el contrario, se deprecia al ritmo de la inflación. Una buena gestión consiste, en consecuencia, en inmovilizar la menor cantidad posible de dinero bajo esa forma.

El problema es que no sabemos qué nos deparará el futuro. Frente a esa incertidumbre, la liquidez es, tomando la expresión de Keynes, “un barómetro de la desconfianza que sentimos hacia (…) el futuro”. Cuando la situación económica se degrada, no nos contentamos con asustarnos, sino que, si podemos, hacemos reservas de liquidez.

Con desconfianza, la estimulación del crédito no sirve: la liquidez se escurre o se evapora

Una parte de la liquidez pasa entonces a la trampa, la reserva, en lugar de servir para financiar los gastos. El banco central (antes, en cada uno de los países de la UE; hoy el Banco Central Europeo) no se queda de brazos cruzados, baja los tipos de interés con la esperanza de impulsar la actividad mediante un crédito más barato. Pero mientras funciona el barómetro de la desconfianza, los actores prefieren aumentar esa reserva de prudencia que es la liquidez.

Por ello, la estimulación del crédito no sirve para nada. La liquidez terminará escurriéndose (como el agua) o evaporándose (como la parte de los ángeles), pero lentamente  y a la larga. Keynes proponía que sea el Estado el que ponga en marcha la máquina gastando más de lo que ingresa. Pero como el déficit presupuestario está ahora mal visto, la trampa de la liquidez ha funcionado a fondo desde 2008 y la curva del paro no se ha invertido. Al menos no lo ha hecho a tiempo.