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Los límites de la academia

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Febrero 2023 / 110

Ilustración
Andrea Bosch

La incapacidad para aportar respuestas solventes a los problemas económicos más acuciantes viene de lejos, pero se ha agravado con los métodos de evaluación del profesorado que priman publicar en las revistas ortodoxas.
 
Llevamos años metidos en graves problemas. Los más importantes tienen que ver, sin duda, con las desigualdades y sus efectos (precariedad, pobreza, inseguridad económica, discriminación etc.) y con la acuciante crisis ecológica (cambio climático, crisis energética y de materiales, residuos, contaminación, biodiversidad...). No parece que gran parte de la academia económica esté en condiciones de dar respuestas solventes sobre los procesos que generan estos problemas y sobre las vías para remediarlas. Esta incapacidad viene de lejos y, en algunos aspectos, no ha hecho más que empeorar.
 
Olvido
El núcleo central de lo que llamamos ciencia económica dominante se ha construido en torno a una percepción de la actividad humana que olvida su relación con el resto del mundo natural, que confunde actividad económica con actividad lucrativa, que olvida las relaciones de poder entre los seres humanos. Hubo momentos en que el núcleo del modelo neoclásico tuvo que enfrentarse a críticas solventes (Keynes, Sraffa, Georgescu-Roegen…), pero la alta academia respondió con una mayor formalización matemática, que dotó a su retórica de mayor imagen científica y condenó al ostracismo y la marginación a los autores críticos y los debates más relevantes.  

El problema de la evaluación es cómo se efectúa y quién controla los criterios

 
El retorno a la ortodoxia neoclásica formó parte de la guerra cultural que  propició la eclosión de las políticas neoliberales. En muchos lugares hubo batallas cruentas para marginar a los críticos. En España, la contraofensiva más sofisticada se produjo de la mano de una legión de profesores que habían cursado posgrados en prestigiosas universidades americanas y venían, por tanto, con el aura de una formación académica superior.
Sin embargo, en mi opinión, el cambio más radical se produjo a partir de la introducción de un sistema de evaluación centralizado de la investigación, introducido como un mero incentivo y que ha acabado por convertirse en un sistema casi absoluto de control. Inicialmente, se trataba de una evaluación, sexenal, del trabajo de investigación, que en caso de una evaluación favorable da derecho a cobrar un plus. Pero ha ido mucho más allá: ha acabado convirtiéndose en un mecanismo que decide toda la carrera académica de la gente. Hoy, quien no consigue los “tramos” no tiene prácticamente acceso a ninguna actividad académica relevante.
Es una cuestión compleja, puesto que la idea de que el trabajo del profesorado sea evaluado es razonable. Al fin y al cabo, se trata de dinero público. El problema es cómo se efectúa esta evaluación y quién controla los criterios (el mismo problema que presenta hoy el tema de los algoritmos). El modelo que se ha impuesto es que, básicamente, se evalúan los artículos publicados en revistas científicas, en las que se tiene en cuenta el nombre de la revista (hay una jerarquía), el impacto (aunque este es aún más complicado de medir) y hasta el lugar que ocupa cada autor en el listado de coautores.
 
Práctica aceptada
Esta es una práctica completamente aceptada por los científicos naturales (aunque genera también sus sesgos), pero mucho más problemática en las ciencias sociales, donde muchos trabajos importantes adoptan la forma de libros (individuales o colectivos).  De hecho, si uno tiene curiosidad por conocer su grado de citas y, por ejemplo, acude a la clasificación que ofrece el Google académico, casi siempre encuentra que lo más citado es un libro que en términos de evaluación no cuenta.

El núcleo neoclásico respondió a la crítica con mayor formalización matemática, que dotó a su retórica de imagen científica

 
Quien decide cuáles son las revistas importantes influye en la propia dinámica, puesto que está señalando que se podrá hacer mejor carrera académica si se publica en el lugar adecuado. Todas las revistas tienen su enfoque y sus características, y ello orienta a la gente hacia el tipo de producto que tiene que realizar para consolidarse en la vida académica.
La precarización que han experimentado los empleos en las universidades, con bloqueos en la convocatoria de plazas, ha reforzado está dinámica de estar permanentemente publicando con la esperanza de alcanzar los puntos suficientes para la estabilización laboral. Para ello, los profesores jóvenes están obligados a tener varias publicaciones indexadas, lo que obliga a centrar todos sus esfuerzos en publicar artículos en revistas adecuadas. Este es un problema general, pero se agudiza en el caso de la Economía porque el colegio invisible que controla el sector suele ser más dogmático que en ninguna otra ciencia social. Es el área en la que se da sistemáticamente un mayor porcentaje de “suspensos” en la evaluación de tramos. 
Publicar mucho, rápido y en revistas de prestigio es bastante más sencillo si se sigue la senda dominante. Esto no es solo una cuestión local, aunque en España el proceso quizás está reforzado por las penurias presupuestarias del sistema universitario español, por el papel secundario del país en el mundo académico internacional y por la existencia de viejas estructuras clientelares y/o inquisitoriales). Se trata de un hecho generalizado, como mostró Frederic S. Lee en un detallado estudio para el caso británico*. Los modelos de evaluación, que se extienden a la selección de proyectos de investigación, han tendido a expulsar la crítica de las universidades de élite. Los críticos tenaces acaban, a menudo, en universidades secundarias o refugiados en áreas de ciencias sociales más abiertas (Sociología, Geografía, etc.).

Publicar en revistas de prestigio es más fácil si se sigue la senda dominante

 
La presión por las publicaciones tiene un segundo efecto secundario: la devaluación de la docencia, que es considerada una pérdida de tiempo para la carrera académica. Y ello refuerza que el contenido de la misma sea más trivial que nunca y que los docentes no utilicen la preparación de las clases para reflexionar sobre contenidos más amplios que el estrecho campo del que, casi siempre, se ocupan en sus papers.
Pese a ello, sigue habiendo gente que trata de romper con esta dinámica perversa. La propia magnitud de los problemas citados abre posibilidades a la emergencia de enfoques alternativos, como muestra el impacto de los trabajos sobre desigualdades, economía feminista y economía ecológica. E incluso las demandas de movimientos de estudiantes que exigen una enseñanza menos dogmática. Por esto creo que siguen teniendo sentido iniciativas como las Jornadas de Economía Crítica, que tratan de desarrollar nexos entre investigadores que plantean visiones alternativas.