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15 — UNIÓN EUROPEA // Día 28

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Diciembre 2020 / 8

La crisis sirve para hacer evidente cosas que estaban ahí pero que resultaban invisibles para muchos. De golpe se han visualizado los efectos de los recortes sanitarios, las condiciones de muchas residencias, qué tipo de empleos son esenciales para nuestro bienestar... Ni la Casa Real ha podido esconder sus vergüenzas. Y también le ha tocado el turno a la Unión Europea.

España fue durante años uno de los países más europeístas. Se asociaba esta institución a la democracia avanzada, el estado de bienestar y la modernidad. Y aunque es cierto que los diferentes países europeos contienen algo de esto, la UE como institución nunca lo ha sido. No es un supra-Estado democrático que garantice bienestar a todos. Es más bien una construcción institucional en la que quedan garantizados algunas cuestiones —fundamentalmente, la libre circulación de bienes y capitales— y en la que el enfoque dominante es más la competencia entre sus miembros que la cooperación. En realidad, combina dos lógicas: la del neoliberalismo, al que son adictas buena parte de las élites, y la de los intereses nacionales de los países con más poder. No hay en ello ninguna voluntad de establecer un desarrollo compartido. Cuando las cosas van mal, cada país trata de imponer sus intereses y sus visiones ideológicas. Lo vimos en la crisis de 2008 y lo acabamos de ver estos días. Los países más poderosos o más ricos expresan no solo su egoísmo (en parte reflejo de lo que piensa su población), sino también su racismo latente respecto a los países del sur y del este. No deja de resultar sarcástico que un país como Holanda, un verdadero paraíso fiscal, trate de imponer moralidad a los malgastadores del sur. Solo los ingenuos podían esperar de la UE una respuesta solidaria, ágil y combinada. Y en esto tampoco hay mucha crítica moral creíble, cuando los países pobres de la UE aplican la misma lógica respecto a sus vecinos extracomunitarios: las vallas, los CIES, la ausencia de políticas de ayuda sigue la misma lógica que nórdicos y germánicos aplican con nosotros.

Ante una crisis global, ni el neoliberalismo ni el nacionalismo son soluciones prácticas o éticamente aceptables. Salir bien de esta crisis, y de las que están por venir, exige un nuevo tipo de cosmopolitismo basado en considerar que toda la humanidad afronta problemas comunes y debe desarrollar soluciones universales. Nos hace falta construir otro tipo de instituciones, o transformar profundamente las actuales.