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58 — ECONOMÍA // Día 10

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Diciembre 2020 / 8

Hay prisas para levantar el confinamiento. Razones hay muchas, aunque parece que para muchos políticos conservadores la única sea lo que ellos llaman “economía”. En esto están de acuerdo una larga colección de impresentables que gobiernan desde grandes imperios, como Trump, a naciones importantes, como Boris Johnson y comunidades autónomas, como Díaz Ayuso. Son representantes de las castas empresariales y rentistas que gobiernan el mundo, a las que la pandemia solo les preocupa si afecta a su bolsillo y su poder. Viven aislados en grandes mansiones y confían que podrán escapar del mal que nos acecha a todos.

Plantean un falso dilema en términos de “economía o salud”. El error está en que lo que ellos llaman “economía” es solo una de las posibles acepciones del término, la que les interesa. Legiones de propagandistas nos han inculcado que economía equivale a negocio, a enriquecimiento privado y nos tratan de vender la moto de que si algunos se enriquecen todos acabaremos mejor. Pero eso solo ha ocurrido pocas veces, y porque los impuestos eran muy elevados y los sindicatos muy fuertes. Fue algo que empezó a morir a finales de la década de 1970, cuando se volvió a implantar una versión modernizada del viejo capitalismo liberal y las desigualdades se dispararon. 

Legiones de propagandistas nos han inculcado que economía equivale a negocio, 
a enriquecimiento privado. Pero hay otras muchas versiones más interesantes, como la que concibe la economía como el proceso que garantiza a todo el mundo bienestar, que incluye derechos democráticos, respeto y reconocimiento.

Hay otras muchas versiones más interesantes del término. La que concibe la economía como el proceso que garantiza a todo el mundo bienestar, que incluye derechos democráticos, respeto y reconocimiento. Una concepción que reconoce que la actividad humana forma parte de la vida natural y que, por tanto, el bienestar material está condicionado por los límites del planeta. Y que considera que el fin último es preservar la vida, mantenerla a lo largo del ciclo vial, lo que convierte a buena parte de la actividad económica en un ciclo de cuidados. 

Desde esta perspectiva es un falso dilema contraponer salud y economía, porque una economía que no preserva la salud es un sinsentido. 

En los próximos meses va a haber una dura batalla social por cómo administrar la crisis, entre los defensores de la economía crematística y nuestras demandas de una economía para la vida. Del enfoque que se adopte depende no solo el futuro inmediato, sino también el porvenir de las generaciones más jóvenes. No podemos dejar que el debate económico quede en manos de los que lo confunden con negocio privado. Nos va en ello la vida, la salud, el bienestar, los derechos políticos y sociales. Hay que pensar en la buena economía.