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Una crisis de autocompasión

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Marzo 2020 / 78

Algo de razón tiene, creo, Fintan O'Toole. En su libro Un fracaso heroico sostiene que la razón última del brexit es una crisis de autocompasión. Los ingleses (no cabe hablar de los británicos, porque tanto escoceses como norirlandeses votaron a favor de quedarse en la Unión Europea) se sienten víctimas y se refocilan en el sentimiento. Parecen haberse replanteado su historia desde la Segunda Guerra Mundial: ¿no fueron entonces un prodigio de resistencia?, ¿no sufrieron estoicamente los bombardeos nazis?, ¿no lograron la victoria final? Deberían haber recibido algún premio, ¿no? Lo que recibieron fueron la pérdida del imperio, largos años de racionamiento, un tremendo declive industrial y el espectáculo del crecimiento imparable de Alemania, el antiguo enemigo.

Es hasta cierto punto comprensible que se sientan mal. Lo es menos que culpen a la Unión Europea. Y no lo es nada que, después de siglos como campeones mundiales de la colonización, adopten el papel de víctima colonizada por los fríos burócratas continentales. Pero así funciona la autocompasión.

Si el caso inglés fuera el único, constituiría un interesante ejemplo de herida bélica mal curada. Hay más casos, sin embargo. Uno muy evidente se da en Cataluña, donde una parte de la población dice sentirse oprimida por los colonos españoles: unos colonizadores tan catalanes como cualquiera cuya característica esencial consiste en no estar a favor de la independencia o preferir la lengua castellana. Qué malvados.

La autocompasión se extiende en realidad por todo el continente. Fijémonos en la xenofobia. Se acusa a los inmigrantes de saquear nuestro sistema de bienestar, de robarnos el trabajo, de vivir a costa nuestra, de delinquir. Un repaso somero de las cifras, o un simple esfuerzo de atención mientras caminamos por la calle, nos revela que la realidad es la contraria. Da igual. Sentirse víctima resulta extrañamente reconfortante.

Probablemente recurrimos a la autocompasión para atenuar nuestro miedo. Los europeos tememos al futuro. La combinación de decadencia económica (sí, decadencia: mientras Estados Unidos y China corren hacia el siguiente escalón tecnológico, la inteligencia artificial, la Unión Europea apenas registra patentes en ese renglón), fragilidad política (la soberanía a la que han renunciado los Estados no la ejerce un organismo democrático y transparente) y vértigo ante los cambios sociales no es, ciertamente, la mejor receta para insuflar optimismo.

La autocompasión no es una buena receta para nada. Conduce a la pasividad, al derrotismo y, como probablemente se verá al otro lado del canal tras unos años de brexit, a un empeoramiento en las condiciones de vida. Esto, a su vez, refuerza la autocompasión. Deberíamos pensar en serio si queremos quedarnos girando en ese círculo vicioso.