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La inconcebible magnitud

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Fotografía
Patrice Calatayu

Origen
Flickr

Esta crónica no es un buen escaparate para las llamadas teorías conspiratorias. A su autor le parecen, muy a menudo, cuentos para adultos sin mayor argumento que el de un ingenuo cuento infantil. Sin embargo, educado en la tradición racional del pensamiento nacido en Grecia y difundido por Roma, no puede dejar de formularse preguntas ante lo que le rodea y observa. Sobre todo cuando por toda respuesta obtiene una apelación a la casualidad o es remitido a la azarosa mutación de un ser capaz de matar en masa al que no parece faltarle inteligencia o incluso astucia (José María Ordovás). 

No es cuestión de añadir nuevas páginas al tratado acerca de la existencia del azar, que se empeña en refutar el principio hermético que sustenta la ley de causa y efecto. Tan solo de formular nuestra pregunta: ¿La magnitud de los acontecimientos, de los efectos, puede delatar la existencia de una causa inteligente o es una variable independiente que no implica autoría? Esto es: ¿El volumen ni niega ni afirma que el azar pueda causarlo todo? 

La magnitud de lo aportado por el coronavirus resulta definitivamente inconcebible. Ya es difícil determinar la cuantía de las personas confinadas. Diversas fuentes citan entre 3.000 y 4.000 millones o, lo que es lo mismo, el 40% o la mitad de la humanidad. Pero las personas retenidas son tan solo un primer efecto, que tras convertirse en causa, genera una pluralidad de repercusiones que nos llevan directamente al resultado de lo que está suponiendo esta pandemia. 

La economía, tan obediente solo de sí misma, se apuntará la primera en el momento de relatar su alcance. Una vez más el PIB se exhibirá como elemento central que todo lo mide en nuestras sociedades. Se le agregarán las cifras de nuevos parados y el número de empresas cerradas, y se sazonará con la caída del volumen del comercio y el turismo. Todo junto servirá para saldar las cuentas del impacto. Nada se dirá de las transacciones financieras, dado que el 99% de ellas son especulativas y han seguido gozando de una salud operativa envidiable. 

Pero la economía es tan solo una parte y, sin querer descuidar la falta de escuela o de la exposición a la cultura en vivo, ¿quién se atreve a imaginar el número y la variedad de hilos de vida truncados? Por la misma orden y en el mismo instante han sido inmolados encuentros, proyectos, diseños, anhelos, esperanzas y hasta amores. ¿Cuántos serán reemprendidos? ¿Cuántas existencias han quedado definitivamente alteradas?. 

No es posible imaginarlo. Es, por tanto, y lo repetimos, ciertamente inconcebible. Cuando la mirada sobre el tronco central del gran río de un estado observa sus afluentes, y a los que también lo son de ellos, y sigue más y más allá hasta que nos alcanza a nosotros, que no somos más que sus modestos riachuelos. Cuando eso pasa, el calificativo para la magnitud de la covid-19 deviene imposible, porque la palabra colosal se inventó para definir algo infinitamente más modesto. 

Si la casualidad ha hecho todo esto. Si eso es en lo que debemos convenir, ¡sea! Al cabo si no es así, si tuviera autoría, lo que seguiría resultaría tan y tan inquietante —¿quién es el autor?, ¿qué poder maneja?, ¿con qué fin?— que ciertamente, resulta mejor, mucho mejor, obviarlo. 

 

Texto compartido con ElBlogdeMariàMoreno- goo.gl/G44teY