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Un futuro cuántico

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Ilustración
Darío Adanti

Ya sabemos que los científicos están, en lo que se refiere la covid-19, casi tan despistados como la gente de letras. Falta mucho por conocer sobre esta enfermedad de rasgos tan variados y alta capacidad de mutación. Pero las investigaciones avanzan y, salvo si incluimos en el ámbito de la ciencia a lumbreras como Donald Trump o a los batallones de cuñados que opinan en la red, lo hacen en un sentido bastante coherente. Algún día existirá una vacuna más o menos eficaz. Entretanto, quizá aparezcan medicamentos que ayuden a paliar la letalidad del virus.

Mientras, los economistas se ocupan ya de predecir los males que nos afligirán en el futuro inmediato. Casi todos están de acuerdo en que nos adentramos en una época muy difícil. Aunque algunos, sobre todo en la escuela neoliberal estadounidense, dicen que no, que la actividad se disparará a partir de junio o julio y que todo irá bien. Estos son los mismos que desde hace décadas aseguran que bajar los impuestos incrementa la recaudación fiscal. Nunca se ha visto ese fenómeno, pero ellos mantienen la fe. Respetemos las creencias religiosas de cada cual.

Limitándonos a los economistas que prefieren basarse en datos, aparece una formidable divergencia. Unos auguran una fuerte deflación, con descensos en los precios y los salarios. Otros apuestan por el regreso de la inflación, un fenómeno que desapareció hace bastantes años de las economías occidentales y apenas se encuentra ya en algunas reservas protegidas donde se preservan, como en un almacén de virus, todos los males financieros conocidos. Hablamos de países como Venezuela y, en medida mucho menor, Argentina.

Unos economistas dicen que bajarán precios y salarios; otros dicen que subirán

Es como si unos médicos dijeran que el virus mata de una calentura, y otros, de hipotermia

Es interesante, ¿no? Unos dicen que bajarán precios y salarios, es decir, una caída de temperatura peligrosísima. Otros dicen que subirán precios y salarios, en un acceso de fiebre igualmente peligroso. Para entendernos, es como si unos médicos dijeran que el coronavirus puede matarte de una calentura, y otros aseguraran que te mata de hipotermia. Realmente, ambas opiniones (no sobre el virus, sino sobre el futuro económico) son argumentables. El desplome de los precios del petróleo, la caída de la demanda por razones obvias (en muchos países no se puede gastar en restaurantes y a pocos se les ocurrirá cambiar de coche para irse de viaje), el aumento del desempleo y quizá una instintiva propensión colectiva hacia el ahorro (el miedo fomenta la cautela) apuntan a deflación. Pero la previsible reducción en el comercio internacional, la reindustrialización por parte de los países que han comprobado la utilidad de disponer de fábricas propias en lugar de cedérselas a China, la emisión masiva de dinero para paliar el impacto de la pandemia y la escasez temporal de bienes apuntan a lo contrario, a una tendencia inflacionista.

Las predicciones económicas son ahora mismo como el experimento cuántico del gato de Schrödinger: mientras no abramos la caja donde está encerrado, el gato estará a la vez vivo y muerto. Cuando la abramos, estará vivo o muerto. Pronto abriremos la caja de la economía. De momento, tenemos deflación e inflación. Felizmente, en la realidad solo nos azotará uno de los dos fenómenos. Algo es algo.