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El fracaso de la Ayuda Oficial al Desarrollo

El dinero de los países ricos no ha servido para mejorar el bienestar de la población de las naciones más pobres. Es preciso iniciar un debate sobre el sentido de la cooperación.

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Febrero 2023 / 110
El fracaso de la Ayuda Oficial al Desarrollo

Ilustración
Elisa Biete Josa

El dinero de los países ricos no ha servido para mejorar el bienestar de la población de las naciones más pobres. Es preciso iniciar un debate sobre el sentido de la cooperación.
 
En los últimos 40 años se han dedicado grandes sumas para ayuda al desarrollo, más de cuatro billones de dólares, y no siempre para los países más pobres, muy concentrados en el continente africano. Los principales donantes han sido EE UU, Japón, Alemania, Francia y Reino Unido, aunque con políticas bien diferentes y con un notable peso de sus intereses geopolíticos. Observando los 41 países más pobres en 1980, sorprende que, cuatro décadas después, la mayoría de ellos todavía presenten malos indicadores en cuestiones fundamentales y que incluso algunos de ellos hayan retrocedido en varios parámetros. De ahí surge inmediatamente una primera duda. Viendo los resultados, la ayuda al desarrollo parece que ha sido un gasto inútil, un espejismo, una mentira, un engaño o una ficción. 
El dilema, por tanto, está entre reformar el sistema de ayuda externa o cambiarlo por otra mirada que prescinda de él, pues esta última opción parte del supuesto de que los cambios han de ser endógenos y que necesitarán alterar las relaciones de poder actualmente existentes, que benefician a regímenes depredadores y a sus aliados, disfrazados de donantes.
 
Ocultar deficiencias
La tesis central de lo que expongo es que los pocos países que han salido de la pobreza absoluta en estos últimos 40 años, no ha sido debido a que hayan recibido más Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), sino porque han tenido políticas públicas centradas en el bienestar de toda la población, y no solo de sus dirigentes. Al mismo tiempo, muchos de los países que han recibido más ayuda externa para su desarrollo, dicha ayuda no solo no ha servido para salir de la pobreza, sino que ha permitido ocultar deficiencias estructurales e ignorar los cambios de fondo, a diferentes niveles, pero necesarios para mejorar las condiciones de vida de sus poblaciones y satisfacer sus necesidades básicas fundamentales. A pesar de la AOD, parece que están condenados a permanecer en la pobreza por varias décadas más.

Los pocos países que han salido de la pobreza no lo han logrado por haber recibido más ayudas

 
De forma concreta, sostengo también que hay tres países que actualmente han salido por completo de la lista de la pobreza (China, Vietnam y Sri Lanka), y que hay otros seis que, según como orienten sus políticas socioeconómicas, quizás podrían hacerlo en dos décadas, siendo muy optimista. Estos nueve países han recibido, de media simple, unos 20 dólares por habitante y año de ayuda oficial al desarrollo durante cuatro décadas, mientras que los 32 restantes analizados, que todavía permanecen en la pobreza y no hay expectativas de que salgan de ella a medio plazo, recibieron una media de 49 dólares, 2,3 veces más de promedio. Recibir más ayuda no implica tener más posibilidades y, en muchas ocasiones, produce el efecto contrario.
 
Estructuras mafiosas y corruptas
Gran parte de esta situación tiene que ver con la existencia o no de institucionales públicas en los países pobres, y de si son fuertes o débiles, corruptas o eficaces. Una de las conclusiones es que no puede haber un buen desarrollo centrado en el bienestar de las personas, sin instituciones políticas eficientes y con capacidad para crear, a su vez, instituciones económicas que ayuden al desarrollo interno, al margen de si el país es o no un receptor importante de ayuda externa o de inversiones extranjeras.
Si bien es evidente que algunos factores más antiguos pueden ser influyentes, en especial el colonialismo, entiendo que es más en el presente, en el último medio siglo, cuando se han asentado unas estructuras endógenas, mafiosas y corruptas, que permiten que todavía persistan muchos Estados rentistas y extractivistas, que viven del expolio de sus recursos naturales, y que no tienen interés en crear instituciones públicas que puedan definir las reglas del juego que vayan en beneficio de la ciudadanía, con un contrato social claro para proteger a las comunidades de las eventuales adversidades, y dando incentivos y oportunidades a la gente para que desarrollen sus capacidades y puedan vivir en condiciones de decencia.
 

Dedicar el 0,7% del PIB a la ayuda exterior no tiene sentido e incluso podría ser contraproducente

 
La AOD ha mantenido un espejismo, una ficción, respecto a las posibilidades reales de transformar las sociedades empobrecidas. Dado que no tiene la capacidad para suplir lo que es competencia de las políticas públicas de los gobiernos de los países receptores, da la falsa impresión de que su aportación es indispensable para favorecer el desarrollo de estos pueblos. De ser cierta la tesis que mantengo aquí, el objetivo de lograr que los países ricos dediquen a la AOD el 0,7% de su PIB, en vez del 0,3% actual, no solo no tiene sentido, sino que incluso podría ser contraproducente, en la medida que gran parte de esta ayuda no es aprovechada para reforzar unas políticas públicas centradas en el bienestar de la población, ya que, o bien no existen dichas políticas o son claramente insuficientes, por lo que ayuda externa podría ser un factor de distracción y no un auténtico apoyo complementario. Además, el 0,7% es un porcentaje acuñado en la década de 1960 que ha sido mitificado sin ningún tipo de rigor, y apenas está cuestionado porque no sería políticamente correcto. 
 
Instituciones depredadoras
A pesar de ese temor a la verdad, en mi opinión la ayuda internacional solo adquirirá sentido cuando sea un suplemento necesario para unas políticas nacionales bien diseñadas, previsoras, transparentes, participativas y centradas en los sectores más básicos para la gente, y que no se dedique a beneficiar a unas élites e instituciones depredadoras o extractivas y a las empresas de los países donantes. Esta cuestión es sumamente relevante, pues si el 0,3% actual no sirve realmente para dicho objetivo, convendría replantearse totalmente la mirada que existe hacia la ayuda al desarrollo, al no tratarse ya de buscar más financiación desde los países donantes, o de mantener una ficción sobre el mismo rol de las ONG dedicadas al tema, muy bien vistas por la opinión pública, pero quizás innecesarias o improcedentes, al menos si no cambian su planteamiento actual. 
Desde hace tres décadas, bastantes estudios plantean una necesaria crítica sobre la manipulación de la ayuda, y es probable que la mitificación de las ONG oculte igualmente el cuestionamiento de su misma existencia o de su forma de actuar, al menos como las entendemos actualmente. Además, y visto el entorno en que se ha movido históricamente la ayuda, esta es un freno a los conflictos y a los cambios sociales que necesita cualquier sociedad que está en manos de una reducida élite dominante y de depredadores autocráticos. Invito, pues, a iniciar un serio debate sobre el sentido y el futuro de la cooperación.