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Transición energética y transformación social II

La oposición a cumplir los compromisos de reducción de emisiones viene de distintos frentes

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Marzo 2023 / 111
Ilustración transición energética

Existe un consenso bastante general —aunque no universal— sobre la amenaza que el cambio climático supone para el futuro de la humanidad y del mismo planeta. De ese consenso surgen los compromisos adquiridos por las instituciones políticas sobre la reducción de emisiones de gases invernadero (greenhouse gases o GHG en inglés) en el marco de la llamada transición energética. Los datos reproducidos en el artículo anterior (véase número 110 de Alternativas económicas) permiten pensar que esos compromisos no se cumplirán en las fechas anunciadas porque requieren unas existencias de recursos materiales y un esfuerzo de organización hoy no disponibles. Los objetivos deberán, pues, ser revisados sobre la marcha, aunque pueden servir como punto de referencia para medir los progresos realizados.
Pero los obstáculos técnicos, organizativos y financieros no son los únicos que dificultan la transición energética. No son, en realidad, los más importantes. Una mirada a los datos lo confirma: los avisos, alarmas y predicciones catastróficas procedentes de prestigiosas instituciones deberían haber producido, por lo menos, una ligera reducción de las emisiones de GHG. Pero resulta que las emisiones no han parado de crecer desde el año 2000, y han pasado de 32,8 Gt anuales a 46,3 Gt, un crecimiento del 41%1.  Decididamente, alguien se resiste activamente a que los compromisos contraídos se cumplan. La oposición viene de distintos frentes. Tratar de silenciarla con esos trucos retóricos que van del chascarrillo al insulto es perder el tiempo; la transición energética tal como está planteada tiene puntos oscuros y otros discutibles, y unos y otros merecen ser considerados. Soluciones imaginadas sin tener en cuenta la oposición darán lugar a políticas irrealizables. Para hacer honor a esa oposición la dividiremos en tres grupos, por orden inverso de importancia: los intereses, los argumentos considerados científicos y las actitudes de la ciudadanía. 
 

Los intereses
Todo gran cambio crea ganadores y perdedores, y es de esperar que estos se opongan a él. Un cambio de la amplitud de la transición energética, que supone una profunda transformación del sistema industrial en su conjunto, no puede ser una excepción. La oposición a un cambio adopta distintas formas, unas visibles y otras más sutiles. A veces, se trata de una oposición activa dirigida a la ciudadanía; otras veces se emplean lobbies que tratan de inclinar la legislación a su favor; en otros casos la oposición, sabiendo que, tarde o temprano, la batalla está perdida, trata solo de ganar tiempo. Para ello se recurre al expediente de sembrar la duda, con el argumento de que los beneficios del cambio, o los males de la situación de partida, son, por lo menos, discutibles. 
Un caso reciente en el que el recurso a la duda ha sido empleado a fondo es el de la lucha contra el tabaquismo. Los primeros informes que relacionaban ciertas enfermedades con el hábito de fumar aparecieron en la década de 1950 y, aunque la evidencia disponible hoy no deja mucho margen para la duda, el tabaco dista mucho de ser tratado como una droga dañina. Otro caso similar es el de los aerosoles, causantes del llamado agujero de la capa de ozono: los fabricantes de aerosoles se batieron en retirada durante décadas, y un gran fabricante de aerosoles tardó 20 años en dejar de fabricarlos, pese a haber anunciado que lo haría en cuanto estuviera convencido de su toxicidad2.  
Mirando solo al corto plazo, la lista de potenciales perdedores de la transición energética es inacabable: unos deberán cambiar de actividad (agricultura y ganadería intensivas) y otros habrán de sustituir sus máquinas (transporte)o adaptarlas (gran parte de la industria). Es cierto que la sociedad puede adaptarse a esos cambios, pero nada sugiere que vaya a hacerlo de buen grado. En el mundo empresarial, en particular, regido como está por la necesidad de generar beneficios a corto plazo, la resistencia será especialmente dura. 
Los intereses económicos se ven acompañados de los intereses políticos. La transición energética exigirá sacrificios a la población; en el caso de los países ricos, es probable que esos sacrificios no sean transitorios y que se alcance una nueva normalidad con un menor nivel de prosperidad material. Por desgracia, los políticos saben que el discurso del sacrificio, el “sangre, sudor y lágrimas” pierde votos y solo los gana en circunstancias muy extremas3 .
La oposición de los intereses ya está siendo muy activa en la configuración de las políticas a aplicar en la transición energética: así, los lobbies agrícolas están retrasando la adopción de medidas estrictas contra la agricultura intensiva aduciendo la necesidad de preservar una “seguridad alimentaria” que no está amenazada; el lobby del gas trata de preservar su uso; lo mismo ocurre con gran parte de la industria, con pretextos varios (no siempre carentes de fundamento). 
 

Imagen
Ilustración tierra quemándose por el sol
Ilustración: Perico Pastor

Los argumentos 'objetivos'
A la vez que atribuyen todos los males a los efectos del cambio climático, los más ardientes defensores de la transición energética tratan hacer aparecer la descarbonización como el remedio a todos esos males, y con eso le hacen un flaco favor. La transición energética no reducirá por sí sola la desigualdad en la distribución de la renta, ni entre países ni dentro de cada país. No beneficiará sobre todo a los más pobres. La descarbonización no es el remedio más eficiente para limitar los daños ocasionados por las inundaciones y los incendios cuyo origen está en el cambio climático, y construir presas y limpiar los bosques es mucho más efectivo. Insistir en que la lucha contra el cambio climático presenta todas las virtudes no hace sino aumentar el escepticismo que muchos sienten ante algunas presentaciones demasiado propagandísticas4.
“En última instancia, la política climática es un asunto económico”, dice un reconocido economista estadounidense, y su punto de vista merece ser considerado con detalle, porque es una muestra de calidad de lo que suele hacer el análisis económico en estado puro en asuntos de una cierta complejidad5. Para John Cochrane, hay que preguntarse cuánto daño hace el cambio climático, cómo ayudan las políticas empleadas para combatirlo y cuánto cuestan. Su respuesta a la primera pregunta es característica: el coste en términos de producto interior bruto (PIB) hasta el año 2100 no sobrepasa el 5%; el coste de un aumento de 3,66 ºC para 2100 sería del 2,6% del PIB mundial, una cifra el 40% menor para el caso de Estados Unidos. En su opinión, el riesgo de que la aplicación de las políticas contra el cambio climático resulte en un menor crecimiento es “un orden de magnitud” mayor. Pero usar el crecimiento del PIB como único parámetro, sin tener en cuenta las consecuencias humanas y sociales del cambio climático, es demasiado simplista. Es cierto que Cochrane asocia el crecimiento a varias propiedades benéficas: un mundo más limpio y saludable, mejor calidad del aire, mayor esperanza de vida, más libertad e, incluso, un mejor estado de bienestar. Quizá haya que recordar que algunas de esas mejoras no hacen sino compensar daños causados por el crecimiento mismo. La métrica del crecimiento es insuficiente.

Las actitudes
Tras el análisis de Cochrane asoma una actitud muy extendida entre la ciudadanía: el temor a que la transición energética “haga volver a la gente a los caballos y las calesas, condenando a millones de personas a una sórdida pobreza”; que termine con el mundo de prosperidad creciente que hemos conocido hasta ahora. El cambio climático nos advierte de que ese mundo donde el éxito se mide por el crecimiento no puede continuar, pero es el mundo que hemos conocido, y como no sabemos cómo será el que vaya naciendo, preferimos aferrarnos a lo que conocemos y esperar que pueda continuar. De esa actitud vendrá la resistencia que más costará vencer, porque está en el ánimo de muchos, a menudo sin saberlo. Pero está en nuestra mano vencerla, aunque a veces parezca imposible.
Un cambio climático casi irreversible se enfrenta a una resistencia casi irreductible. Cómo abordaremos la situación es la siguiente pregunta.


1.Una gigatonelada (Gt) equivale a 1.000 millones de toneladas.El leve descenso en las emisiones en 2021 (probablemente por el efecto covid) se ha visto más que compensado por un aumento en 2022. El incremento procede, en gran parte, de China, mientras que la UE ha reducido ligeramente sus emisiones (datos del Banco Mundial).
2. V. N. Oreskes y E. M. Conway, Merchants of doubt. Para el ozono, D. M. Meadows, The Limits to Growth: the 30-year Update.
3. Entrevista a Helen Thomson en Project Syndicate, 26 de noviembre de 2022.
4. V. B. Lomborg, Falsa alarma (Antoni Bosch, 2021), para un buen análisis (no siempre acertado) de muchas de esas cualidades. 
5. J. H. Cochrane, Climate Economics en su blog The Grumpy Economist, 7 de noviembre de 2021. El original apareció en National Review el 3 de noviembre de 2021.