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La guerra en Gaza pone a prueba las ambiciones de China

China trata de ganar influencia en Oriente Próximo en su empeño por convertirse en una superpotencia económica y política global

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Abril 2024 / 123
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Guerra Gaza

Ilustración
Lola Fernández

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Los conflictos que sacuden Oriente Próximo habrán llevado seguramente al presidente chino, Xi Jinping, y al resto de dirigentes del coloso asiático a plantearse si su perdurable estrategia de política exterior sigue siendo válida en un mundo cada vez más convulso e interdependiente en el que Pekín aspira a ser una superpotencia global. Esta tesitura ha reflejado de forma explícita la guerra que libran Israel y Hamás y su extensión en forma de ataques a los buques que atraviesan el mar Rojo por parte de los rebeldes hutíes, un grupo chií apoyado por Irán que controla el norte de Yemen y apoya la causa palestina.

Durante décadas, la política exterior de China se ha regido por dos principios fundamentales que le han permitido salir airosa en los foros internacionales y ante los más complejos conflictos, al tiempo que su desarrollo económico la sitúa en la senda de convertirse en una superpotencia global capaz de rivalizar con EE UU por el liderazgo mundial. El primero se basa en el concepto de la diplomacia equilibrada, que implica no tomar partido en los conflictos regionales, mientras que el segundo se fundamenta en la no interferencia en los asuntos internos de los países. Son dos conceptos que Xi ha desplegado con suma habilidad en Oriente Próximo hasta ahora, con el fin de situar a China como una potencia influyente en la región, aprovechando que se reducía la de EE UU, muy escorada en favor de Israel.

Acuerdos en el Golfo

Con la intención de alcanzar sus objetivos, Pekín ha reforzado su estrategia hacia esta región del planeta en la última década con la puesta en marcha de su proyecto de la nueva Ruta de la Seda marítima. Esta iniciativa ha supuesto numerosos acuerdos de cooperación y desarrollo, comercio e infraestructuras con los países de la zona por valor de varios miles de millones de dólares. Entre los acuerdos destacan el de la asociación estratégica integral con Arabia Saudí firmado en 2016 y el de cooperación con Irán en 2020, además de los de ampliación de lazos económicos con otros países del Golfo Pérsico como Bahréin, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Omán. Estos vínculos han convertido a China en el mayor socio comercial del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), con unos intercambios comerciales por valor de 330.000 millones de dólares en 2021. Este protagonismo ha convertido a China en un interlocutor influyente en la zona. Prueba de ello es que Pekín logró el año pasado que Irán y Arabia Saudí restablecieran relaciones diplomáticas tras siete años de hostilidades. Estos éxitos, por otra parte, han reportado importantes beneficios a su potente sector industrial. China se ha erigido en el mayor inversor del desarrollo del canal de Suez y ha invertido en proyectos de reconstrucción en Irak y Siria, así como en las lucrativas industrias del petróleo y el gas natural de la región. Este protagonismo le ha convertido en el principal consumidor de crudo de saudí y le ha llevado a triplicar su consumo de petróleo iraní en los dos últimos años. Son operaciones que hacen que más de la mitad de las importaciones del crudo que llegan a China proceda de los países del Golfo. Con este petróleo cubre más del 70% de sus necesidades energéticas y contribuye a que su poderoso sector industrial exporte luego sus productos al mundo entero.

Esta realidad es, asimismo, su talón de Aquiles y explica la inquietud que provocan en Pekín los ataques de los hutíes a los buques comerciales que surcan el mar Rojo, a pesar de que hasta ahora los barcos con bandera china han navegado ilesos por sus aguas. Es un sosiego logrado tras la presión iraní sobre los rebeldes y las garantías de no interferencia china en la guerra civil yemení.

No obstante, la inestabilidad que generan dichos ataques ha encendido las alarmas en Pekín. Por una parte, porque afectan a una de las rutas marítimas más importantes del mundo y ponen en peligro la cadena de suministros globales, ya que por sus aguas navegan un tercio del tráfico mundial de contenedores y el 40% del comercio entre Asia y Europa. Es decir: lo que está en juego es la principal vía por la que transitan las exportaciones chinas al mercado europeo y los millones de toneladas de crudo y de minerales hacia los puertos chinos.

Y, por otro lado, porque las amenazas de los hutíes han disparado los precios del transporte marítimo entre Asia, Europa y EE UU. Sus agresiones han provocado una reducción del 30% del tráfico marítimo por el canal de Suez y han empujado a las compañías navieras, entre ellas las chinas, a buscar rutas alternativas a través del extremo sur de África, por el cabo de Buena Esperanza. Esta es una vía que prolonga el viaje unos 10 días, con el consiguiente retraso de las entregas y el encarecimiento de los precios de los envíos.

Esta situación ha desestabilizado los planes de las empresas chinas y de Pekín. Y es que según la compañía logística global Flexport, históricamente el 90% de la carga enviada desde China a Europa transcurría por el mar Rojo, pero ahora dicha mercancía navega por el sur de África. El cambio de rutas afecta a las cuentas de resultados de las exportadoras del país asiático, ya que las tarifas de transporte marítimo de Shanghái  a Europa aumentaron más del 300% hasta febrero, según la Bolsa del Transporte Marítimo de la ciudad china. Son datos contundentes que plantean un gran reto para unos empresarios abrumados a su vez por una economía que sigue sin reactivarse.

El papel de Irán

En definitiva, es una coyuntura que proyecta un gran reto para Xi Jinping, ya que cuestiona sus ambiciones globales, tanto económicas como diplomáticas, entre las que incluía un plan de paz para Oriente Próximo. En 2022, lanzó su Iniciativa de Seguridad Global, anunciando a bombo y platillo que Pekín aportaría “soluciones y sabiduría chinas para resolver desafíos de seguridad”. El plan apuesta por el desarrollo y el crecimiento económicos como fórmula para solventar conflictos.

Pero la guerra entre Israel y Hamas ha cuestionado el alcance de esta iniciativa y su capacidad de influencia global. Y es que el envite de Xi no es baladí. Si aspira a que China sea un actor importante en esta región deberá lograr un delicado equilibrio entre Irán y los países del Golfo. El asunto es que a Teherán le compra el 90% del crudo que exporta y los segundos son sus socios económicos más importantes en la región y a ello se suma asumir que la influencia de EE UU permanecerá y el conflicto palestino-israelí es irresoluble. Es una ecuación de compleja resolución.