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Incertidumbre: Trump se muestra vulnerable

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Abril 2020 / 79

Los bandazos en la gestión de la pandemia y el ascenso de Biden en el campo demócrata amenazan su reelección en noviembre.

 Donald Trump habla con los periodistas en Washington. Foto: Casa Blanca

Donald Trump contaba con dos factores a su favor para ser reelegido en noviembre: una economía más que boyante y un oponente claramente de izquierdas que le sirviera para agitar el miedo de los votantes moderados. Ninguno de los dos va a hacerse realidad. La rápida  expansión del coronavirus en EE UU  ha hundido los mercados de valores y amenaza con provocar una grave recesión, mientras los demócratas se inclinan por un candidato centrista como Joe Biden para intentar echarlo de la Casa Blanca.

Por primera vez desde su estrecho triunfo electoral en 2016, Trump parece vulnerable. Durante semanas restó importancia a los efectos del coronavirus, dando la impresión de que anteponía los intereses de Wall Street a la salud de los ciudadanos y mostrando escasa empatía con quienes caían enfermos. Cuando, finalmente, reconoció que el peligro era real, lo hizo en una serie de comparecencias televisivas que dejaron a los estadounidenses más desconcertados de lo que estaban.  Y el mismo día que la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertaba de que EE UU podría convertirse en el epicentro de la pandemia,  hablaba de levantar las medidas de  aislamiento en Semana Santa para no dañar más a la economía.

El demócrata se presenta como el candidato del regreso a la normalidad

Al referirse constantemente al coronavirus como el “virus chino" a pesar de las amenazas que han comenzado a recibir muchos de sus compatriotas de origen asiático, Trump trata de culpar al enemigo exterior y de desviar la atención de sus propios errores en la gestión de  la crisis. Después de tres años buscando pelea con los científicos, la prensa y sus aliados internacionales, ahora los necesita para evitar una catástrofe.

Pese a su enorme riqueza y al altísimo nivel de su medicina, EE  UU no está bien preparado para frenar la pandemia. Muchos estadounidenses carecen de seguro médico y al no existir la obligación de pagar las bajas por enfermedad, hay personas que van a trabajar sin estar en condiciones para no perder dinero, con el consiguiente peligro de contagio. Las primeras medidas de emergencia aprobadas por el Gobierno federal obligan a las empresas a pagar a quienes caigan enfermos, pero aquellas con más de 500 empleados han quedado exentas, lo que significa que decenas de miles de trabajadores pueden quedarse sin ingresos.

Antes de que el Covid-19 llegase a EE UU, Trump gozaba del nivel de popularidad más alto de su mandato (el 49% de los estadounidenses aprobaba su gestión a principios de febrero, según el instituto Gallup) y la economía daba señales de enorme fortaleza, con el desempleo en mínimos históricos del 3,6%. La pandemia lo ha cambiado todo. De cómo maneje la emergencia sanitaria y de lo profunda que sea la recesión que provoque va a depender el futuro político del multimillonario neoyorquino. La única carta que le queda es que los estadounidenses no suelen destronar a un presidente en tiempos de guerra si este demuestra capacidad de liderazgo, y determinación, algo que, por ahora, no ha sucedido.

Primarias en suspenso

Los actos de campaña se han suspendido y varios Estados han cancelado sus elecciones primarias. Es imposible predecir los estragos que el coronavirus causará de aquí a noviembre, pero parece claro que los demócratas tienen una oportunidad de recuperar la Casa Blanca y poner fin a uno de los periodos más estrafalarios de la historia de EE UU. 

Las bases del partido parecen decantarse por un  candidato del establishment como Joe Biden detrimento de Bernie Sanders, un izquierdista que prometía cambios sociales y económicos de calado y que, pese a su empuje inicial y a su popularidad entre los votantes más jóvenes, no ha conseguido convencer a la militancia de que es él quien tiene más posibilidades de derrotar a Trump. Vicepresidente con Barack Obama entre 2009 y 2017 y senador por el pequeño Estado de Delaware durante 36 años, Biden se presenta como candidato de la vuelta a la normalidad y heredero político del primer presidente negro en la historia de EE UU. A pesar de un pésimo inicio de campaña, se ha convertido en gran favorito a la nominación gracias al apoyo del electorado tradicional del Partido Demócrata (mujeres, afroamericanos y sindicalistas), al que ha logrado sumar el de hombres blancos de clase trabajadora, un sector que dio votos decisivos a Trump hace cuatro años. Ahí puede estar una de las claves en noviembre: si consigue recuperar a los votantes de Obama que no apoyaron a Hillary Clinton en el cinturón industrial del Medio Oeste, tiene posibilidades de ganar. 

Joe Biden, durante un acto electoral en enero pasado. Foto: Casa Blanca

Una de sus banderas electorales (y a buen seguro uno de los temas dominantes de la campaña) será precisamente la defensa de la ley de reforma sanitaria impulsada hace 10 años por Obama para dar cobertura a los más desfavorecidos en un país sin sistema público de salud y que Trump se ha empeñado en derogar desde que puso el pie en la Casa Blanca. Las encuestas muestran que muchos electores se identifican con los orígenes de clase media de Biden (su padre era vendedor de coches) y con las tragedias personales que ha sufrido durante su vida: perdió a su primera esposa y a una hija de un año en un accidente de automóvil en 1972 y hace cinco años murió de cáncer su hijo mayor. Entre las virtudes que pueden ayudarle a desbancar a Trump está su talante conciliador, que contrasta con la arrogancia y el estilo bronco del presidente, y su experiencia en asuntos internacionales. Su objetivo será demostrar que Trump no representa los valores de la auténtica EE UU y que su mandato no ha sido más que un paréntesis. Aparte de la cuestión sanitaria, Biden abraza causas progresistas como el control de armas, la reincorporación a los acuerdos de París contra el cambio climático y el retorno al multilateralismo.

Los defectos del aspirante

Entre sus defectos destaca lo mal que se le dan los debates. Ello puede ser un hándicap frente a Trump, que tiene sobrada experiencia televisiva y a quien no le importa mentir si hace falta para arrinconar a sus oponentes. A pesar de que suele utilizar pantallas  para leer sus discursos, Biden, de 77 años (cuatro más que el presidente) se enfrasca a menudo en frases largas e inconexas y pierde los nervios cuando alguien le critica en público. 

Desamparo: EE UU carece de sistema público de salud, por lo que las personas que caigan enfermas por el Covid-19 corren el riesgo de quedarse sin tratamiento.

Las de noviembre serán las elecciones con el electorado más diverso desde el punto de vista racial en la historia de EE UU, por lo que la movilización de hispanos y afroamericanos va a ser clave. Biden tiene ante sí la tarea de convencer a los votantes de que él es el líder con la experiencia y el sentido común necesarios para ayudar a EE UU a recuperarse del inesperado mazazo del coronavirus y pilotar la reconstrucción del país.