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Hacia un Núremberg climático

Razones para considerar que el calentamiento global es un genocidio y llevar a los responsables ante un tribunal

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Julio 2023 / 115
Crimen climático

El economista hispanocanadiense David Lizoain es una de las voces más originales del panorama intelectual en España, con una combinación teórica y práctica insólita para alguien de apenas 40 años: formado en las prestigiosas Universidad de Harvard y en la London School of Economics, ha formado parte ya de los gabinetes de Presidencia de la Generalitat de Catalunya, con José Montilla, y de la Moncloa, con Pedro Sánchez, hasta muy recientemente.

Con este bagaje, que se acompaña de una mirada sagaz y abierta al mundo, siempre atenta a los grandes debates internacionales, Lizoain examina el gran reto que afronta la humanidad —el calentamiento global— y, a pesar de lo mucho que se ha escrito ya al respecto, es capaz de ofrecer una perspectiva original que nos abre una nueva senda que podría ser muy útil en los esfuerzos para evitar el cataclismo: sugiere considerar el cambio climático un genocidio, con millones de seres humanos que van a morir por ello — en realidad, muchos están muriendo ya—, con lo que urge identificar a los responsables y llevarlos ante un tribunal internacional inspirado en el de Núremberg, que juzgó a los jerarcas nazis tras la II Guerra Mundial.

No se trata de una boutade: tras recopilar todos los datos científicos disponibles hasta ahora y analizar las consecuencias para la vida en el planeta, el autor explica de forma muy sólida por qué, a tenor del derecho internacional, es posible considerar que estamos ante un crimen que, efectivamente, tiene las características de un genocidio. Y a partir de ahí, la lógica ya solo puede ir en una única dirección: llevar a sus responsables ante la justicia.

El autor repasa los grandes debates filosóficos que se sucedieron tras la II Guerra Mundial con figuras como Karl Jaspers y Hannah Arendt para distinguir entre niveles de responsabilidad y combatir la idea de que todos somos culpables por igual, que es la mejor forma de diluirla. En su opinión, muy razonada, los principales culpables son los ejecutivos y accionistas de referencia de las corporaciones más contaminantes y sus pares en la banca que financia sus acciones, que ya deberíamos ver como “criminales”. En un peldaño más abajo, pero con un alto nivel de responsabilidad que también les llevaría al banquillo de los acusados, estarían los gobernantes que opten por la inacción. 

No va a ser fácil poner en pie un tribunal como este. Pero el solo hecho de que empiece a emerger como una posibilidad teórica con argumentos sólidos y técnicamente impecables como los que expone este libro ya debería ser motivo para que los responsables señalados empiecen a inquietarse y, con ello, a hacerse algunas preguntas: ya que no parecen visualizar los efectos de sus acciones para la vida de millones de personas, quizá les ayudará visualizarse ellos mismos ante un nuevo Tribunal de Núremberg.