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Las causas de la guerra

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Abril 2024 / 123
Ilustración Darío Adanti

Ilustración
Darío Adanti

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No hay nada peor que las guerras. Pero sí hay algo más despreciable: las causas de las guerras. Si los conflictos armados constituyen un abismo moral, las razones que llevan a ellos se gestan en un abismo intelectual. Y eso se demuestra una y otra vez.

Limitémonos a lo que va de siglo, aunque el mejor exponente de la combinación letal de estupidez y violencia sea la Gran Guerra de 1914. Recordemos la invasión de Irak en 2003. EE UU y sus aliados (entre ellos la España gobernada por Aznar) proclamaron que Irak disponía de armas de destrucción masiva, pese a que los inspectores de la ONU aseguraban lo contrario, y lanzaron una guerra de auténtico capricho.

La lógica indicaba que el objetivo consistía en asegurarse el control del petróleo iraquí, y eso mismo dijo en sus memorias Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal estadounidense y, por tanto, una de las personas mejor informadas del planeta. Pero, dos décadas después, sabemos que esos yacimientos de crudo no representaban ninguna necesidad estratégica. Eran convenientes, simplemente. Igual que era conveniente para el presidente George W. Bush organizar un macabro festival de hazañas bélicas en Afganistán e Irak, para que sus votantes se convencieran de que había vengado a las víctimas de los atentados del 11-S.

EE UU y la Unión Europea se hacen cruces ahora (no hay diplomacia sin cinismo) ante la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Vladimir Putin invoca la seguridad nacional, como si la expansión oriental de la OTAN fuera realmente una amenaza para el país con más armas atómicas del planeta. No, se trata simplemente de mantener bajo influencia rusa el oriente ucraniano, rusófilo, y de garantizar la comunicación por tierra, a través del sur de Ucrania, entre Rusia y Crimea. En último extremo, se trata de una ensoñación imperial que el votante ruso agradece.

Simular la inevitabilidad

Por supuesto, tampoco Hamás representa una amenaza existencial para Israel. Pero los brutales atentados del 7 de octubre se utilizan para justificar un objetivo estratégico tan meditado como abyecto, la práctica eliminación de los palestinos, y un objetivo táctico tan mezquino que da asco: la supervivencia política de un primer ministro, Benjamin Netanyahu, con varias condenas por corrupción.

Las explicaciones económicas, políticas e históricas se construyen después de las matanzas, para simular que eran inevitables, y las construyen los vencedores. El camino hacia la guerra está hecho de maldad y estupidez.