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¿Es China el ejemplo?

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China ha dejado de registrar contagios locales del coronavirus y ya sólo se registran casos importados. Ha pasado la reválida de gran potencia capaz de superar cualquier adversidad y ahora ofrece su ayuda a otros países, incluidos los europeos. Con el triunfo chino son ya tres los modelos que han demostrado ser eficaces en la lucha contra el temible SARS CoV2. 

Primero fueron los sistemas de prevención basados en minuciosas medidas planificadas durante años. Taiwán, Hong Kong y Singapur contuvieron la amenaza que les llegaba de China con estrictos controles en la frontera y una decidida protección de su población. En Taiwán, por ejemplo, se reparten dos mascarillas por persona y semana. Fueron y siguen siendo mecanismos comparativamente  baratos pero planificados y aplicados de manera exigente. Todos estos territorios habían sufrido el primer SARS en 2003 y se habían tomado en serio proveerse de medios y organización para afrontar las epidemias.

Un segundo sistema que ha resultado eficaz ha sido el de Corea del Sur, que tras el brote inicial puso en marcha un amplio programa de test con la finalidad de conocer con el mayor detalle posible el alcance de la epidemia y aislar cuanto antes a las personas infectadas. La importancia de hacer cuantos más test mejor se ha demostrado en dos entornos cerrados de algo más de 3.000 personas: el crucero Diamond Princess y la población italiana de Pò. Sometido todo el mundo a las pruebas de detección del virus se vio en ambos casos que la mitad de los infectados no presentaba ningún síntoma. Dicho de otra manera, la mitad de los infectados es probable que pueda expandir el virus de manera subterránea en las áreas donde la situación está descontrolada.

El tercer planteamiento de éxito ha sido el de China, experimentado tras un primer gran fracaso. La opacidad del régimen autoritario hizo posible que la epidemia no fuera cortada de cuajo en sus primeros pasos y se disparó en Wuhan y toda la provincia de Hubei, para extenderse después por todo el país. Luego, fueron las características de ese mismo régimen autoritario las que facilitaron la superación de la crisis. De un día para otro Pekín ordenó el bloqueo total de Wuhan y otras áreas con focos de infección. También paró la producción ordinaria para mantener a la gente aislada y se concentró en la fabricación de todo lo necesario para combatir el virus: mascarillas, aparatos de ventilación asistida, batas y trajes para los sanitarios. Incluso hospitales enteros de emergencia. Una economía de guerra sin guerra.

En Europa y América ya no sirve el modelo de las pequeñas democracias asiáticas porque la prevención ha brillado aquí por su ausencia y la epidemia se ha desatado en todos los países, uno tras otro. El modelo coreano ha sido observado, en algunos casos con admiración,  pero en general no se ha aplicado. Y nos queda el tercero, el modelo chino pero partiendo de sistemas democráticos.

Italia, España, Francia, Alemania han ido cerrando escuelas, confinando a los ciudadanos en sus domicilios, reduciendo sin paralizar la actividad económica. California se sumó ayer a este tipo de medidas y es el primer estado de los EEUU que lo hace. ¿Es suficiente para parar la pandemia?

Jacques Attali, asesor de referencia de François Mitterrand, que también aconseja en estos momentos a Emmanuel Macron, defiende desde hace días que los estados europeos deben adoptar cuanto antes una economía de guerra. Explica qué significa eso en una entrevista concedida a Hernán Garcés y Pere Rusiñol, director de Alternativas Económicas: “Es una economía que permite enfrentar un peligro mortal concentrándola en lo esencial, en la defensa ante el enemigo. Es muy conocida, ha sido practicada desde la Edad Media ante diferentes formas de epidemias o pandemias: confinamiento, producción de los bienes esenciales, que son salud, alimentación, energía, información, educación. Concentrar ahí la economía, de manera que cada uno consagremos nuestro tiempo a lo que es esencial producir, y desplazar a más adelante cosas menos importantes como cambiar de vestido, de coche, etcétera. Quiere decir reorientar la economía a producir equipos, máscaras, gel, respiradores…”

Attali argumenta que cada país debe hacerlo así porque todos tienen el problema y todos deben ser capaces de defenderse con sus propios medios. Ello no excluye, agrega, que deba garantizarse la máxima colaboración dentro de la Unión Europea.

Dar este paso da vértigo a los gobiernos de la mayor parte de los países afectados, incluido el español, porque mantienen la esperanza de revertir la curva de infecciones con las difíciles medidas ya tomadas y la llegada del calor. Pero la única experiencia de éxito en la que mirarnos una vez se alcanzan decenas de miles de casos es la china. ¿Pueden los países democráticos afrontar la pandemia con métodos más drásticos pero conservando el máximo de libertades? Ese es el reto.