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Déficit de acción colectiva

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Desconfianza IA

Ilustración
Getty images

La aparición por sorpresa de la inteligencia artificial en el imaginario público añade un elemento más de polarización a unas sociedades modernas por lo demás ya polarizadas. El Pew Research Center detecta una tendencia al alza del número de ciudadanos "más preocupados que entusiasmados" por los avances en materia de IA, que cifra en un 52% en su última encuesta. Por contra, sólo el 10% de los encuestados se manifiesta "más entusiasmado que preocupado", en tanto que el 36% participa del entusiasmo y la preocupación a partes iguales.

En la misma línea, según una encuesta de YouGov, el 72% de los norteamericanos está a favor de ralentizar el desarrollo y las aplicaciones de la IA. El 63% cree además necesaria una regulación que prevenga "activamente" la creación de una superinteligencia artificial. Según el CIS, en España el 50,3% está "muy de acuerdo" o "bastante de acuerdo" acerca del peligro de la IA para la sociedad, en tanto que la proporción de quienes están "poco" o "nada de acuerdo" es del 27,5%. Un vídeo  publicado por The Economist ejemplifica la distancia mental entre quienes apuestan por acelerar el desarrollo de la IA y quienes defienden una postura más prudente.

Mustafa Suleyman, el CEO de InflectionAI, ya mencionado en este espacio, anuncia con aparente confianza que dentro de cinco años se dispondrá de modelos de aprendizaje automático mil veces mayores que los que hoy utilizada el GPT4 de OpenAI. Ello daría lugar a una IA capaz de tomar la decisión de hacer una llamada telefónica o enviar mensajes de correo, como también de interaccionar con otras aplicaciones informáticas e inteligencias artificiales, lo que en su opinión generará múltiples oportunidades de beneficio económico. La reacción de Yuval Noah Harari en el video es contundente: "Ello significaría el final de la historia humana. No el fin de la Historia, sino de la industria dominada por humanos".

Los dos invitados de The Economist coinciden no obstante en considerar que "este el momento en el que desde Occidente nosotros definamos y respaldemos nuestros valores", de modo que "consigamos imponer nuestras restricciones al desarrollo de esta tecnología". Una declaración políticamente correcta, pero poco operativa. Porque no está claro a quién se refiere ese ambiguo nosotros, fuera del colectivo de digitalócratas de Silicon Valley. También por la dificultad de acordar cuáles son los valores a respaldar. Me parece preocupante, por ejemplo, que un profesor de una prestigiada escuela de negocios sostenga en un video corporativo que "el problema más importante en Europa no es la protección de las libertades, sino la competitividad". De ahí a defender la restricción de libertades en aras de promover la competitividad hay sólo un paso. Como el de considerar como inevitable que una revolución tecnológica genere ganadores y perdedores, algo que se repite a menudo, aunque nunca desde el lado de los perdedores a los que lo único que se ofrece es el consejo de adaptarse.

Harmurt Rosa apunta en un libro reciente que "ya no sabemos con precisión qué es una buena vida", pero que "no podemos dejar las cosas simplemente como están y actuar despacio". Harari clama a este respecto la necesidad de "una coalición de gente dispuesta", algo más fácil de afirmar que de conseguir. Me siguen resonando los versos de Yeats: "Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada intensidad".