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El seductor poder de lo digital

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Muro jóvenes móvil

Ilustración
Generado con IA

El poder —escribe el filósofo Byung-Chul Han— “incrementa su eficiencia y estabilidad ocultándose, haciéndose pasar por algo cotidiano”. No se refiere de modo explícito a lo digital, pero podría haberlo hecho. En las sociedades modernas, artefactos y servicios digitales se imbrican en relaciones de poder.

Quien viaje a menudo en el metro prestando alguna atención a su alrededor habrá observado que muchas personas de desigual edad y condición, sobre todo si han tenido la fortuna de encontrar un asiento libre, viajan como abstraídas, absortas por completo en su teléfono móvil. Nadie les obliga a hacerlo. Es casi seguro que se resistirían a aceptar una hipotética obligación de no levantar la vista del móvil durante todo su trayecto. Sin embargo, eso es lo que hacen. 

Estar casi de continuo pendiente del móvil se ha convertido en una costumbre social generalizada. Lo cual convierte en pertinente la advertencia del filósofo de que el poder que opera a través de la costumbre es más eficiente y estable que el que emite mandatos o ejerce coacciones. El móvil está diseñado para seducir. Pero la seducción, como ilustra Homero en el episodio de Ulises y las sirenas, es ambivalente. Los tecnófilos argüirán, con motivo, que disponer de un móvil potencia la libertad y la capacidad de acción de las personas. Pero es igualmente cierto que las hace a la vez más vulnerables al exponerlas a poderes que se transmiten por medio de la conexión digital. Al poder, sobre todo, de capturar y manipular la atención, del que me ocuparé otro día. 

En 1998, en una conferencia poco conocida, Neil Postman propuso cinco características de la difusión social de una nueva tecnología que mantienen aún su validez. La primera sostiene que todo cambio tecnológico conlleva un compromiso, un pacto faústico: cada ventaja que ofrece conlleva una correspondiente desventaja. Su segunda ley establece que esas ventajas y desventajas no están nunca repartidas por igual; su reparto, al igual que el de deberes y responsabilidades, está condicionado por relaciones de poder.

El móvil nos facilita, por ejemplo, acceder a cualquier persona o cualquier información en todo momento, pero a costa de exponernos a ser invadidos por llamadas o informaciones indeseadas. El debate acerca del derecho (o la obligación) de padres y escuelas a restringir el acceso al móvil de niños o adolescentes deriva de inmediato a cuestiones de libertad y de poder. Lo mismo sucede con la reclamación del derecho de los empleados a desconectar su móvil de trabajo fuera del horario laboral. Hay muchas más situaciones similares.

La imbricación de lo digital con el poder no es exclusiva del móvil; existe la web, en las redes sociales y en la inteligencia artificial. Sin describirlo en detalle, lo que desbordaría los límites de esta columna, apuntaré cómo encaja en el marco conceptual de evolución social de las tecnologías que el propio Neil Postman anticipó ya en 1998. En un principio, un nuevo artefacto tecnológico aparece solo como una herramienta para resolver un problema específico. Este fue, según lo explica su creador, el origen de la www. En un segundo estadio, las herramientas se erigen en instrumentos de disrupción cultural o social. Google lideró la transformación de la www en una maquinaria de difusión de publicidad; Amazon, en convertirla en una hipermegacentro comercial 24/7. 

En la Tecnópolis, la etapa siguiente, la tecnología se presenta como un objetivo en sí mismo, sin responder a una necesidad explícita, como “una solución en busca de problemas”. Apple inventó el iPhone cuando nadie lo necesitaba; Mark Zuckerberg hizo algo parecido al crear Facebook. Se inicia entonces una dinámica en la que el objetivo es ajustar los comportamientos sociales a las necesidades del sector tecnológico. Facebook se esforzó en redefinir las relaciones sociales, además de conceptos como “privacidad” y “comunidad”. Los promotores de la inteligencia artificial (IA) proponen ahora que los individuos y la sociedad sean quienes se adapten a sus autómatas, más que a la inversa. Ahí andamos, y ahí lo dejo por hoy.