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China cambia el rumbo de la Nueva Ruta de la Seda

Convertido en una herramienta de política exterior, el plan de Xi Jinping genera inversiones millonarias en países en desarrollo, pero también críticas

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Noviembre 2023 / 118
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Tren China

Fotografía
Xinhua/Zhao Ge

A los pocos meses de asumir la presidencia de China, en septiembre de 2013, Xi Jinping apeló a la historia para plasmar sus ambiciones de promover su país al liderazgo mundial. Anunció un plan que bautizó como la iniciativa de la Franja y la Ruta, más conocida como la Nueva Ruta de la Seda. Era un proyecto para construir infraestructuras y cadenas de suministro que conectarían China con el resto del mundo y beneficiarían a todos los países implicados, al tiempo que permitiría al país asiático superar a EE UU y convertirse en la primera potencia planetaria. Se planteaba como un proyecto muy ambicioso, con el inconveniente de que su éxito no depende solo de la evolución interna, sino también de la situación internacional.

Ahora, 10 años después, lo que comenzó como una idea para colocar los excedentes de las empresas chinas en otros mercados, asegurar el suministro de energía y promover infraestructuras globales se ha convertido en una poderosa herramienta de la política exterior de Pekín, que abarca África, América Latina, Asia, Europa Central y Oriental y Oriente Medio. Si inicialmente solo contemplaban las Rutas de la Seda terrestre y marítima, ahora incluye también la digital, la polar, la de la salud, la espacial y la verde. En resumen, casi cualquier proyecto de cooperación que emprende China con otro país hoy en día puede englobarse como parte de su vasto programa de las Nueva Rutas de la Seda. No en balde, Xi lo ha definido como el “proyecto del siglo”, ya que aspira a que abarque el 75% de las reservas energéticas del planeta y al 70% de su población.

Y es que se trata de una iniciativa con la que el líder chino pretende situar a su país entre los más poderosos del planeta y generarle un mayor acomodo en los organismos internacionales, que Xi considera dominados por Occidente. Esta estrategia justifica que a finales del 2014, un año después de haber anunciado dichos proyectos, vieran la luz el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, destinado a fomentar el desarrollo económico, y el Fondo de la nueva Ruta de la Seda, diseñado para financiar proyectos que favorezcan la conectividad con China. 

Infraestructuras en África

Pekín esgrime que este programa ha generado un billón de dólares en inversiones y cuenta con la participación de más de 150 países y 32 organizaciones internacionales. Estos datos implican que más del 80% de los aliados diplomáticos de China y casi el 80% de los países miembros de la ONU se han adherido a estas iniciativas. Son unos acuerdos de cooperación que, en su momento, pueden suponer apoyos políticos al gigante asiático por parte de unos países en desarrollo que se habían estancado por falta de tecnología y capital para ponerse al día.

En África, que es el continente que más se ha beneficiado de la iniciativa, China ha construido más de 6.000 kilómetros de vías férreas, más de 10.000, kilómetros de carreteras y múltiples proyectos de infraestructuras importantes, como puertos, aeropuertos, centrales hidroeléctricas, escuelas y hospitales. Y fuera del continente africano destacan obras importantes como el ferrocarril de alta velocidad que une China con Laos; el corredor económico de 3.000 kilómetros que atraviesa Pakistán y debe unir el puerto de Gwadar con la región china de Xinjiang mediante una red de autopistas, vías férreas y oleoductos,y el puerto de aguas profundas de Hambantota, en Sri Lanka, un enclave de gran valor estratégico en el tráfico marítimo internacional y de la nueva Ruta de la Seda marítima.

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Buque chino
El buque chino de seguimiento espacial Yuanwang-5 atraca en el puerto de Hambantota (Sri Lanka). FOTO: Ajith Perera/Xinhua

El plan de Xi no está, sin embargo, exento de críticas. Entre otras cosas, porque los acuerdos de cooperación que promueve solo favorecen las ambiciones económicas, diplomáticas o estratégicas de China, ya sea obteniendo materias primas, canales de exportación o apoyos políticos internacionales. Algunos países, como Malasia, entre otros, han expresado su disgusto porque la realización de los proyectos acordados apenas repercute en el desarrollo local, ya que los realizan empresas chinas, que emplean mano de obra china y que cobran salarios más altos que los trabajadores locales.

El riesgo de la deuda

Pero las quejas hacia ese modus operandi van más allá del malestar laboral. Se extienden a la ejecución de unos proyectos que, en muchos casos, no tiene en cuenta el impacto medioambiental, los opacos procedimientos de licitación y el aumento del riesgo de la deuda. Y es que las obligaciones financieras que impone Pekín en la realización de proyectos de infraestructura a unos países que difícilmente pueden permitírselos ha generado duras críticas al Gobierno chino, hasta el punto de obligarle a flexibilizar su postura y renegociar la deuda con aquellos Estados más endeudados.

No obstante, la situación sigue siendo preocupante. Según un informe de Maybank, el mayor grupo financiero de Malasia, casi el 60% de los préstamos de China en el extranjero están en manos de países considerados en dificultades financieras, frente a tan solo el 5% en 2010. Esta situación posiblemente empeore debido al alza de los tipos de interés y la inflación y que puede desembocar en casos como el de Sri Lanka, cuyo Gobierno se ha visto obligado a ceder por 99 años la gestión del puerto de Hambantota a China Merchant Port Holdings a cambio de 1.100 millones de dólares para saldar el préstamo con que se construyó.

Nuevo guion

La realidad, sin embargo, es tozuda y obligará a Pekín a modificar su estrategia si quiere seguir promoviendo sus nuevas Rutas de la Seda. Supone un cambio de guion provocado por la reducción de los recursos para gastar en el extranjero, debido a los estragos de la covid-19 y la desaceleración económica, y por el deseo de evitar que proyectos mal gestionados arruinen la reputación de China ante los países en desarrollo. De momento, las autoridades ya han empezado a corregir planes y han dado a entender que la calidad será la directriz a seguir y que se promoverán proyectos de menor cuantía.

Este cambio de rumbo no ha impedido a Xi lanzar tres nuevas propuestas con el fin de moldear un mejor acomodo de China con el mundo. Son iniciativas que plantean garantizar la seguridad económica antes que los derechos cívicos y políticos, que la seguridad global se rija por el principio de la no interferencia mutua y que se respete la diversidad de civilizaciones y se rechace el concepto de valores universales, que Pekín considera una idea occidental. Y es que para Xi, las nuevas Rutas de la Seda son su alternativa a la globalización occidental, la vía que debe conducir a China a su puesto en el centro del mundo.