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Cerebro bombilla

En El hombre en busca de sentido, una lectura recomendable en estos tiempos de confusión, Viktor Frankl aconseja "pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera incesantemente". Una recomendación que se me antoja pertinente a raíz de la irrupción imprevista de ChatGPT. Prestar atención a la inteligencia artificial (IA) como si nos estuviera interpelando. A la sociedad en su conjunto, a cada uno de nosotros como individuos.

Las respuestas a esa interpelación no son unánimes, si bien tienden a coincidir en un sentimiento de asombro ante las prestaciones de estos autómatas de nueva generación. Henry Kissinger, tan reconocido por su talla intelectual como criticado por su acción política, considera que estamos ante un "nuevo y espectacular logro que se erige como una gloria de la mente humana". Lo cual no le impide reconocer el riesgo de un aumento de la interpasividad, de "la predisposición ya existente a confiar en los sistemas automáticos, reduciendo el elemento humano" y de que "los humanos pierdan habilidades en la medida en que usemos menos el cerebro y más las máquinas".

Un riesgo éste que no parece preocupar en exceso a quienes, animados por una legión de supuestos expertos que proclaman la utilidad de nuevas ofertas de IA, se suman a los millones de usuarios de estos autómatas con una disposición cuyo pragmatismo relega la actitud crítica a un segundo plano. Hay a este respecto estudios que apuntan a que las personas pueden sentirse inclinadas a aceptar las respuestas de una IA incluso si les parecen dudosas. En parte por pereza, en parte por inseguridad, por no sentirse capaces de producir ellos mismos una respuesta alternativa convincente. Tal vez consciente de ello, Kissinger reconoce la posibilidad de que las IA generativas propicien la aparición de nuevas formas de conciencia humana. A medida que nos convertimos en homo digitalis crece la necesidad de que el pensamiento filosófico (¿qué otro, si no?) ayude a esclarecer los nuevos modos de interacción entre las máquinas.

Existen también incertidumbres y discrepancias acerca de las consecuencias sociales de la multiplicación de las ofertas y los usos de las IA. Yuval Noah Harari, un influyente autor de best-sellers, advierte de que al adquirir la capacidad de manipular y generar lenguaje, las IA ponen en peligro el sistema operativo de nuestra civilización. En la misma línea, expertos tecnológicos avisan del riesgo de que máquinas más inteligentes que los humanos encuentren modos de condicionar los resultados de las elecciones y de exacerbar conflictos hasta el extremo de provocar guerras. Según otras valoraciones, sin embargo, es más urgente enfrentarse ya a efectos nefarios de los grandes modelos de lenguaje en cuestiones como la desinformación, la privacidad, los derechos de autor y la ciberseguridad.

Se configura así una situación que para Lina Khan, la jefa de la Comisión Federal de Comercio de los EE UU, podría llevar a repetir los errores cometidos al respecto de las redes sociales. Recuerda que ésta, presentadas al principio como un conjunto revolucionario de tecnologías, han acabado por "concentrar un enorme poder privado sobre servicios clave y por consagrar modelos comerciales que tienen un costo extraordinario para nuestra privacidad y seguridad". Algo que, según nos recuerda, no era inevitable, "sino más bien el resultado de elecciones políticas". Falta ver si esta vez los reguladores querrán, sabrán y podrán actuar con la suficiente determinación y rapidez.