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La paz europea y sus límites

Con mucho esfuerzo se han logrado 75 años sin guerras entre países de la UE, pero no es irreversible

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Marzo 2024 / 122
Paz europea

Ilustración
Lola Fernández

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Europa ha sido escenario de las guerras más mortíferas que ha conocido la humanidad. Las dos guerras mundiales fueron guerras civiles europeas y un suicidio colectivo. Europa despertó sus demonios, olvidó sus valores y se autodestruyó. Más de 100 millones de vidas fueron truncadas y otras muchas destrozadas. Europa cedió así su liderazgo mundial a EE UU, que había tenido que intervenir para concluir las contiendas. Stefan Zweig, que había sufrido las dos, sintió, bien avanzada la última, que su mundo se hundía y decidió abandonarlo.

Europa surgió de sus cenizas gracias al proyecto de integración europea, nacido con el objetivo de hacer imposible otra guerra, superando los nacionalismos. Se logró, no con palabras, sino por hechos concretos: compartiendo recursos esenciales entonces —carbón, acero y energía atómica— y creando un espacio donde personas, bienes, servicios y capitales circularían en libertad. La Comunidad Europea empezó integrando personas a través de la economía, aunque el objetivo fuera político y moral, es decir, fundado en valores humanos y democráticos.

Han pasado 75 años sin ninguna guerra entre los países integrados en la creciente familia de lo que es hoy la Unión Europea (UE), un récord desconocido. En reconocimiento, la UE recibió el Premio Nobel de la Paz en 2012. Para las nuevas generaciones, sin embargo, la paz europea se da por adquirida, como el euro, pero se le da menos valor. Se olvida que se ha conseguido con enorme esfuerzo y que no es irreversible. Si la Unión se desintegrase podríamos perder la paz, porque los demonios no han desaparecido; algunos vuelven a levantar la cabeza.

Supervivencia

Conforme Europa reconstruía su economía y su estado del bienestar, se proyectaba al mundo por el comercio, sujeto a reglas comunes. Pero este mundo se reducía al occidental, cobijado bajo el paraguas defensivo EE UU-OTAN; el resto permanecía cerrado bajo el imperio de la Unión Soviética. Esta bipolaridad funcionó, con algunos sobresaltos, durante la llamada Guerra Fría, que permitió una paz igualmente fría, solo alterada por guerras subsidiarias en terceros países lejanos. La UE se limitó al ejercicio de su poder blando, mientras dejaba el poder duro de la defensa al amigo americano. La caída del muro de Berlín en 1989 generó la expectativa de un mundo unipolar, abocado a una paz perpetua y extensible en la que la defensa parecía redundante. En paralelo se iba produciendo la silenciosa irrupción de China, exponente de la naciente globalización y generadora de una nueva bipolaridad.

Las guerras de la antigua Yugoslavia, a finales del siglo pasado, fueron una primera advertencia contra estas ilusiones, pero no dejaban de ser conflictos localizados, de un país en desintegración y externos a la UE. Que EE UU tuviera entonces, una vez más, que imponer sus soluciones, ante la impotencia de Europa, debería haber actuado de revulsivo. Pero la UE respondió solo tímidamente, incorporando a su instrumental una débil política exterior y de seguridad común en el Tratado de Maastricht. Con el nuevo siglo, vendrían los atentados terroristas en EE UU con la secuela de la guerra de Irak y sus derivadas, que evidenciaron las divisiones de Europa en política exterior, ya constatadas en la Guerra del Golfo. Siguieron las ocupaciones rusas en Georgia y Ucrania, pero parecían aún externas y lejanas, por lo que las reacciones de la UE fueron discretas. Hasta que llegó la invasión rusa de Ucrania, que atenta contra su supervivencia y amenaza la seguridad de varios miembros de la UE.

La paz europea se ve así nuevamente amenazada como no lo había sido desde los inicios de su construcción. Esta vez Europa ha reaccionado unida, hasta hoy, con sanciones, facilidades, recursos, incluyendo armas y, especialmente, con la importante decisión de abrir negociaciones para la entrada de Ucrania en la UE, que exigirá paz y reformas previas. Sin embargo, la UE no cuenta con la capacidad de marcar la solución del conflicto, que sigue en manos de Washington.  El gigante económico europeo sigue siendo un agente geopolítico de segunda clase, supeditado a la ayuda y tutela del hermano mayor ante conflictos graves. La débil y poco definida voz de Europa ante el conflicto de Gaza es otro exponente. Por ello, Josep Borrell, alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, insiste en que hay que adquirir autonomía estratégica y aprender el lenguaje del poder. Europa no puede seguir subcontratando su política exterior y su defensa. Se requieren cambios profundos en ambas.

Política exterior

En primer lugar, la UE debe formular y comunicar sin complejos sus intereses, sin renunciar a sus valores ni ocultar las eventuales tensiones entre ambos. La política exterior y de seguridad de la Unión no puede seguir condicionada por el principio de la unanimidad, que hace muy difíciles los consensos y debilita su alcance. Europa debe, además, hablar de una sola voz y con menos voceros. La supuesta pregunta de Kissinger —¿a quién llamo si quiero hablar con Europa? — debe encontrar una respuesta clara. Asimismo, la UE debería tener un asiento propio en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

China no representa, por ahora, una amenaza directa a la paz mundial, pero su emergencia como actor global en los últimos 40 años y su creciente rivalidad con Estados Unidos obligan a la UE a posicionarse en esta pugna. Europa debe encontrar su lugar en un mundo cada vez más multipolar donde surgen nuevos actores y amenazas. La pasividad la abocaría a ser un apéndice de Asia o una sucursal de EE UU, o a la irrelevancia entre ambos. Una sólida política exterior europea contribuiría a la paz mundial. Pero el poder blando, para ser creíble, debe complementarse y apoyarse en el poder duro.

La defensa no es un tema popular en Europa, debido a su historia y a la existencia de otras importantes prioridades de gasto e inversión. La defensa de Europa requiere mayor coordinación y recursos y debe desembocar en una defensa europea, coordinada con la OTAN, pero que pueda también actuar por su cuenta. La suma de los ejércitos europeos constituiría el segundo ejército del mundo, pero separados no se notan. Las anteriores soluciones y muchas más fueron propuestas en la Conferencia sobre el futuro de Europa, por lo que la cuestión no es ya qué hay que hacer, sino cómo vencer las resistencias nacionalistas que lo impiden.

Rusia es hoy un vecino peligroso y lo será durante años. Después de la integración de Ucrania en la UE, larga pero inevitable, Rusia será el gran vecino. Ello obliga a plantearse la relación en términos de defensa y cooperación a la vez, como no se ha sabido hacer. De lo contrario, la ampliación de la UE, lejos de conducir al objetivo geopolítico de generar estabilidad y extender la zona de paz, puede acarrear lo contrario.

Las grandes reformas de la UE se han forjado mediante coaliciones dentro de un amplio abanico de corrientes políticas, que incluye socialdemócratas, democratacristianos, liberales y verdes, un modelo que resulta extraño en nuestro polarizado país. Pero los extremismos, no únicamente por la derecha, quieren eliminar o frenar el desarrollo de la UE. Por ello, la participación en las próximas elecciones europeas es tan importante y hay que leerlas en clave europea y no nacional.  La isla de paz europea es reversible e incompleta, no abarca aún el continente y está muy lejos de proyectarse en el mundo.