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Europa: Francia, ante una elección decisiva

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Octubre 2013 / 7

Los conflictos de intereses obstaculizan la resolución de la crisis en Europa. Para remediarlo, el economista francés Michel Aglietta aboga por reforzar la integración política y preconiza un nuevo proyecto de crecimiento

Michel Aglietta es profesor de Ciencias Económicas en la Universidad de París X-Nanterre

¿Por qué es tan difícil salir de la crisis en la zona euro?

Europa  participa de una crisis general que pone de manifieso el carácter insostenible de un crecimiento alimentado por el aumento permanente del endeudamiento privado. Pero la zona euro presenta una vulnerabilidad especial por ser una unión de países muy heterógeneos que comparten una misma moneda. Dicha heterogeneidad, acentuada por la entrada en vigor del euro, se traduce en una polarización entre países acreedores y países deudores, producto de la ausencia de una política común de control de la deuda privada tras la llegada del euro.

Con la crisis financiera y el aumento de los déficits públicos que ha originado, dicha polarización se ha transferido a las deudas públicas. Y la zona euro no tiene instituciones políticas capaces de gestionar una política de sostenibilidad de dichas deudas ni de superar los conflictos de intereses entre unos países que están, efectivamente, en situaciones muy diferentes tanto desde el punto de vista de la deuda como de la competitividad.

Esos conflictos son especialmente difíciles de superar debido a que la concertación intergubernamental se ha convertido en la única forma de gobernanza europea. Los Estados intentan llegar a compromisos entre los intereses de cada uno, impidiendo que se genere un interés europeo superior a los intereses nacionales. De ello se deriva, además, una degradación de las democracias nacionales, pues las decisiones tomadas con urgencia en Bruselas cortocircuitan a los parlamentos nacionales, con la notable excepción del Bundestag.

¿Cómo superar esos conflictos de intereses?

Según la teoría de los juegos, hay dos soluciones. O bien se opta por un equilibrio hegemónico: el país más poderoso se convierte en líder. Pero como  comprende que su prosperidad está unida a la existencia de la unión, su interés se confunde con el de la zona euro y define su política de tal modo que preserve la cohesión del conjunto. O bien, se define un interés común europeo.

El problema consiste en que Alemania se ha convertido en una potencia dominante en Europa, inmensamente acreedora de los demás, cuando toda su filosofía política desde la posguerra rechaza el liderazgo. Es una gran potencia que se considera como una gran Suiza que aspira a preservar su tranquilidad frente a toda agitación exterior. Además, la opinión pública alemana tiene un punto de vista moral sobre la crisis: los que han cometido faltas deben pagar por ello. Pero el establishment se da cuenta de que mantener el euro es crucial para el país, tanto por razones políticas como económicas y financieras.

Alemania parece, pues, inclinarse hacia la segunda solución, que supone una integración política más estrecha. Se plantea entonces un problema de soberanía y de legitimidad democrática. Hay que definir algo inédito: una doble soberanía entremezclada, en la que cada europeo sería a la vez ciudadano de su nación y ciudadano de Europa.

Una unión bancaria completa es indisociable de una integración política

Europa tiene una visión de la cohesión social a hacer valer en  el resto del mundo

A priori, Alemania puede acomodarse a este modelo pues tiene una concepción y una práctica federales. Francia, por el contrario, tiene una concepción monolítica de la soberanía. Alemania es una nación que se ha convertido en un Estado; Francia es un Estado que ha creado una nación. Alemania propuso a Francia en 1994 formar un Gobierno común con vocación de ir sumando progresivamente a los países que se unieran al euro. Francia ni siquiera consideró la propuesta. Si tras las elecciones alemanas, Berlín hace una propuesta política para avanzar hacia una federación de Estados, Francia tendrá que tomar una decisión fundamental: cuál es la naturaleza del sistema político que acepta para Europa y  hasta qué punto está dispuesta a compartir soberanía.

Ahora bien, hasta el presente Francia siempre se ha movido en la lógica de un concierto de Estados sin poder instituyente europeo. Una soberanía democrática implica que los ciudadanos europeos crean leyes a través del Parlamento que han elegido. Este debe poder controlar las instituciones europeas que habrá que desarrollar para resolver la crisis.

Pero para establecer un espacio político europeo es fundamental que las elecciones europeas dejen de ser un asunto puramente nacional para pasar a ser un tiempo de debate sobre las políticas comunitarias, mediante la formación de partidos europeos y de la modificación de la ley electoral para que la composición del Parlamento refleje mejor la del pueblo europeo.

 

Precisando, ¿hasta qué punto la resolución de la crisis pasa por una mayor integración política?

Cada etapa viene dictada por los problemas que urge resolver. ¿Cuáles son esos problemas? En primer lugar, la fragmentación del sistema financiero europeo con la fuga de inversores de los bancos de los países más debilitados. Es indispensable realizar la unión bancaria para reunificar Europa y financiar un crecimiento sostenible. Pero la unión bancaria implica un significativo paso adelante de la solidaridad presupuestaria. En primer lugar, la resolución de los problemas de los bancos va a exigir considerables recapitalizaciones de los mismos: aunque se implique más al sector privado será necesario dinero público y, por tanto, una solidaridad financiera a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE).

En segundo, también es necesaria la solidaridad presupuestaria para hacer efectiva la garantía de los depósitos unida a una reserva común. Hoy, algunos sistemas nacionales de garantía de depósitos no están en absoluto financiados, y los depósitos en euros de los ciudadanos no presentan  los mismos riesgos en un país que en otro. Esto ha provocado la huida de depósitos de los bancos de los países de la Europa del sur. Por eso, la garantía común de los depósitos es intrínseca a la moneda única. Una unión bancaria completa es indisociable de una unión presupuestaria, y por ello, de un proceso de integración política.

Si no, la concertación intergubernamental seguirá bloqueando cada etapa. Lo acabamos de ver en la cumbre del pasado mes de junio en la que solo se tomaron semidecisiones y no se logró definir lo que el MEDE debe hacer en caso de quiebra bancaria. Las condiciones en las que este puede recapitalizar directamente los bancos son muy restrictivas. La cuestión del reparto de la carga de las recapitalizaciones con los Estados sigue planteada.  El problema de las enormes deudas heredadas del pasado se ha dejado de lado y paraliza la salida de la crisis. La garantía de los depósitos sigue siendo un interrogante total. El problema de la fragilidad de los bancos europeos está, pues, lejos de ser solucionado.

ILUSTRACIÓN: DARÍO ADANTI

La unión presupuestaria es aún más balbuciente, ¿cómo debería procederse, en su opinión? 

Es urgente encontrar un trayecto de vuelta a un equilibro presupuestario sostenible y compatible con una recuperación suficiente para que disminuya el paro. Desde 2010, los gobiernos europeos han cometido el error de confundir el largo y el corto plazo. Estados Unidos ha optado por apoyar el crecimiento y el empleo a corto plazo, considerando que la consolidación presupuestaria es un problema a medio-largo plazo que se arregla con mayor efectividad cuando la economía privada vuelve a encauzarse. En Europa hemos invertido esta lógica: el paro se ha visto como un problema a largo plazo, mientras que la consolidación presupuestaria se considera una urgencia. 

El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Comisión empiezan a reconocer el error: la austeridad presupuestaria generalizada es la peor opción en una situación en la que el dinamismo del sector privado es limitado por su propio desendeudamiento. Hay que encontrar entonces una buena gobernabilidad en el plano presupuestario. Los alemanes han seguido su inclinación natural apretando los grilletes de las normas que resultan en el nuevo tratado de la unión presupuestaria. Pero este también tiene elementos positivos: se interesa por la trayectoria a medio plazo de las finanzas públicas, integrada en la noción de saldo estructural. Y el balance semestral europeo permite un proceso de coherencia de las leyes de finanza las unas con las otras.

Hace falta ahora una institución que permita reemplazar la coordinación por las reglas por una coordinación explícita, discrecional. Habría que instituir hoy por hoy un instituto presupuestario europeo encargado de la coordinación presupuestaria, inspirándose en el modelo del Instituto Monetario Europeo (IME), creado en la fase de preparación del euro con el fin de definir los estatutos del futuro Banco Central Europeo (BCE) y gestionar la flexibilidad de las relaciones de intercambio. Este instituto estaría formado por representantes de las comisiones de finanzas con el objetivo de corregir la deriva que excluye a los parlamentos nacionales de sus responsabilidades presupuestarias.

Al final, tendría la vocación de convertirse en Tesoro de la zona euro, que no solo gestionaría colectivamente las dotaciones presupuestarias de cada Estado miembro, sino que dispondría de un presupuesto federal con el que responder a los choques asimétricos dentro de la zona euro. Un subsidio de paro común sería un buen medio para realizar transferencias  contracíclicas. Esta entidad tendría también una capacidad para realizar préstamos: podría emitir eurobonos. 

 

Un  presupuesto federal distinto...

El presupuesto europeo tiene otra finalidad: realizar inversiones estructurales concernientes a toda Europa. Hay que distinguir dos niveles diferentes: en el nivel de la zona euro, se necesita una gerencia macroeconómica común y, a un nivel más amplio, el del conjunto de la Unión, una nueva política de crecimiento. La crisis marca un cambio histórico en nuestras sociedades que tienen que dirigirse hacia otras fuentes de crecimiento, más integradoras e incorporar las restricciones ecológicas. Europa tiene todas las bazas para estar a la vanguardia de las tecnologías ligadas a los cambios climáticos. Pero tiene que cambiar de doctrina y dotarse de una verdadera política industrial.

Un subsidio de paro común sería un medio para las transferencias contracíclicas 

Una tasa europea sobre el carbono ofrecería a la Eurocámara recursos para las innovaciones

El Parlamento Europeo podría garantizar el capital de un fondo verde europeo

La base de todo cambio está en modificar el sistema de precios. Hay que darle un precio al carbono, ya que esto permitirá modificar toda la estructura de producción rendimiento en beneficio de los proyectos bajos en carbono, más allá del único sector de la energía. Esto abre las perspectivas de relocalización de la industria, con la condición de coordinar estrechamente los planos europeos, nacionales y regionales. En contrapartida, hará falta una exacción en las fronteras mientras no haya un acuerdo internacional sobre el clima.

Una tasa europea sobre el carbono ofrecería al Parlamento Europeo recursos que deben servir para financiar inversiones de futuro. Las inversiones a largo plazo implican innovaciones en materia de financiación. El Parlamento europeo podría así garantizar el capital de un fondo verde europeo. Este nuevo intermediario financiero público al servicio del desarrollo sostenible se financiaría emitiendo obligaciones, cuyo atractivo para los inversores institucionales no plantea dudas.

El camino hacia el modelo que usted describe parece difícil y sembrado de trampas. ¿Se puede alcanzar?

Cierto es que los problemas son todavía importantes, pero ya hemos superado muchos. Es posible que la definición  de la Unión Monetaria de mañana no coincida del todo con el de la zona euro de ahora. La construcción europea es un proceso histórico, encuadrado en el marco de una restructuración del mundo en grandes conjuntos regionales. Los países europeos cada uno por separado no tienen peso suficiente. Sin embargo, Europa tiene una visión de la cohesión social y del desarrollo sostenible que tiene que hacer valer en el resto del mundo.

ILUSTRACIÓN: DARÍO ADANTI
 

Las vías para salir de la crisis

En Un New Deal pour l’Europe. Croissance, euro, compétitivité  (Odile Jacob, 2013), editado por Thomas Brandt. Michel Aglietta analiza los orígenes y sinsabores de la zona euro y dibuja las vías para una salida de la crisis. Asocia estrechamente la reforma de las instituciones y el proyecto de crecimiento; democratización y desarrollo sostenible alimentan este New Deal a través del que Europa puede reinventarse.