

Desde el año 2000 los magnates han ido aumentado su fortuna a un ritmo asombroso.
Un servidor no puede dejar pasar una oportunidad para equivocarse. Preveo que la inflación va a doler más en 2023 que en 2022, aunque sea más baja.
Hay quien se queja de que los pisos turísticos encarecen los precios y deterioran la vida ciudadana, pero en cuanto va al extranjero alquila uno.
En contra de lo que suelen decir los políticos y lo que suelen creer los votantes, un país no se administra como un hogar.
Tal vez se encuentre usted, querido lector, un poco desorientado frente a las políticas económicas y fiscales que propone la derecha en casi todo el mundo, incluyendo, y ahí se nota el poderío, los gobiernos autonómicos de Madrid y Andalucía. Con ánimo de servicio público, ahí van unos cuantos consejos y ejemplos esclarecedores.
El viejo mundo, caracterizado por la sacralización de lo privado y la supremacía del dinero, murió en 2008 y lo hemos mantenido con vida artificialmente. Queda por ver cuánto dolor costará parir el mundo nuevo que tarda en aparecer.
La única ley económica realmente inexorable es la de Murphy. Solemos atribuir al ingeniero Edward Aloysius Murphy lo de que “si algo puede salir mal, sale mal”. En realidad, no dijo eso. Aunque habría seguido teniendo razón.
Al poder hay que juzgarlo por lo que hace, no por lo que dice. Y lo mismo vale para cualquiera de nosotros: somos lo que hacemos.
A veces creemos hablar de economía cuando hablamos de otras cosas. Y, a la inversa, más de una vez creemos hablar de otras cosas cuando, en realidad, hablamos de economía.
Vivíamos con una serie de convicciones que han resultado falsas. Nunca se han hecho y, por tanto, nunca se harán la guerra dos países con McDonalds en sus ciudades, decían. La globalización es el mejor antídoto contra los conflictos violentos, decían.
El neoliberalismo nació como una doctrina económica. Y ha acabado pudriendo las instituciones políticas. Paso a explicarles por qué.
La banca nunca ha respondido a ninguna de las definiciones que el diccionario ofrece sobre el término popular: ni pertenece al pueblo, ni procede de él, ni está relacionada con la parte más desfavorecida del pueblo (salvo cuando se trata de desahucios), ni está al alcance de la gente más pobre, ni es estimada por el público en general.
Las crisis de inflación son como las comedias sentimentales: cada una empieza a su modo pero todas terminan igual.
Eso que llaman “conflictividad laboral” está en aumento en España. Y es posible que en las próximas semanas y meses muchos ciudadanos sufran los inconvenientes de alguna que otra huelga. El batacazo de la pandemia, la inflación creciente y la continua pérdida de poder adquisitivo desde la crisis financiera de 2008 han creado una situación muy difícil.
De la economía se pueden decir muchas cosas, casi todas malas. Pero no que es predecible. ¿Alguien se habría atrevido a profetizar, hace un año, el brutal aumento de los precios de la energía? Pues eso. Ahora tenemos un poco de inflación, algo que sí podía adivinar cualquier atontado (yo mismo, sin ir más lejos), y la cosa no parece grave por el momento, salvo para los alemanes, cuyo corazón fibrila en cuanto la línea de los precios deja de ser completamente horizontal.
Los antiguos guionistas de Hollywood denominaban “dead meat”, literalmente “carne muerta”, al personaje simpático destinado a fallecer antes del final de la película. Como no podían cargarse al protagonista, conseguían la lagrimita del público matando a alguien cercano y querido, generalmente su mejor amigo.
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