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Los retos de la nueva era imperial

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Abril 2019 / 68

Reformas: El príncipe heredero Naruhito se convertirá este mayo en emperador del país asiático, convertido en una potencia con una población envejecida y necesitado de profundos cambios estructurales para dinamizar su economía.

El emperador Akihito y la emperatriz Michiko en un acto de bienvenida; detrás, el príncipe Naruhito. FOTO: William Ng

Japón ha preparado hasta el último detalle el cambio de era imperial. El 30 de abril los japoneses irán a dormir tras haber asistido a la abdicación de su emperador Akihito, de 85 años de edad —un hecho inusual desde hace 200 años— y  despertarán con las celebraciones del ascenso al trono del Crisantemo del príncipe heredero Naruhito, de 59. La era de Heisei, que comenzó en 1989, cuando Akihito llegó al trono, dará paso a otra nueva, cuyo nombre aguardan con expectación todos los organismos gubernamentales y empresas, para actualizar sus sistemas informáticos y documentos oficiales. Este auténtico año cero para Japón llega con  importantes retos socioeconómicos que determinarán  el futuro del país, cuarto exportador mundial y líder en robótica industrial y alta tecnología, en la constelación de las grandes potencias económicas del siglo XXI. 

El país que heredará Naruhito nada tiene que ver con el que recibió su padre. El del emperador Akihito era un Japón en plena efervescencia económica, que encadenó una crisis tras otra durante más de dos décadas y que sumió a sus habitantes en un derrotismo aún no superado. Los expertos definieron este escenario como “la japonización”, en referencia a 20 años de crecimiento desaprovechados y una deflación permanente. La mayoría de la población nipona vive con el síndrome de que su país nunca levantará cabeza y de que poco a poco va perdiendo  influencia internacional, en paralelo al desarrollo de China.

Fue un periodo que arrancó en diciembre de 1989, con el estallido de las burbujas especulativas inmobiliaria y bursátil, que siguió con el terremoto de Kobe de 1995 y prosiguió con la crisis financiera asiática entre 1997 y 2000. Al poco de empezar el actual siglo se le sumaron el estallido de la burbuja tecnológica y el alza del precio del crudo, debido a la segunda guerra de Iraq, la crisis internacional de 2008 y la triple catástrofe natural del seísmo y posterior tsunami que causaron el desastre nuclear de Fukushima. Más infortunios capaces de generar incertidumbres es imposible.

 

MAGROS RESULTADOS

El primer ministro conservador Shinzo Abe intenta superar la mezcla de conformismo y desánimo que atenaza a los japoneses desde su acceso al poder, en 2012. Solo asumir el poder, puso en marcha un ambicioso paquete de medidas conocido como abenomics, que combina una política monetaria expansiva para superar la deflación, inversiones públicas para relanzar la actividad económica y ambiciosas reformas estructurales para aumentar la competitividad. Pese a que en los últimos seis años se han inyectado 5.000 millones de dólares para estimular el consumo y alcanzar una tasa de inflación del 2% anual, los resultados son magros. El Banco de Japón confirma esta percepción en sus previsiones para 2019: prevé que los precios suban un 1% y que el PIB crezca un 0,8%.

La autoridad monetaria japonesa considera “un riesgo” el aumento del IVA del 8% al 10% previsto para el próximo octubre, que busca financiar los crecientes costes de la Seguridad Social ante una población cada vez más envejecida, así como controlar una deuda pública equivalente al  253% del producto interior bruto (PIB) del país. La aplicación de un primer aumento del IVA del 5% al 8% en abril de 2014 ya afectó de forma muy negativa al consumo, lo que indujo a Abe a retrasar la segunda parte de este aumento, previsto inicialmente en 2017.

 

JUEGOS OLÍMPICOS COMO SÍMBOLO

Shinzo Abe, que gobernará hasta 2021, aspira a haber aplicado para entonces sus ambiciosas reformas estructurales, que considera imprescindibles para mejorar la competitividad de la industria nipona. Coronarlas con éxito le convertirían en el primer ministro más longevo del Japón contemporáneo y le harían pasar a la historia como el estadista que devolvió al país el orgullo de ser una gran potencia mundial. Abe aspira a exhibir dichos logros durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, que desea que se conviertan en símbolo de la era de Naruhito.

Shinzo Abe quiere transformar la forma de trabajar de los japoneses, dar con la fórmula que permita sostener un sistema de ayudas sociales para una población anciana que en  2040 supondrá casi el 40% de la población. Todo ello sin perder de vista el objetivo de mejorar la competitividad de la industria nacional a nivel internacional.

En el centro de esta estrategia figura la proyección de la mujer en el mercado laboral. El objetivo no es baladí: se estima que la incorporación de la mano de obra femenina contribuiría a aumentar el PIB japonés hasta el 12,5% si se adoptan las medidas necesarias para eliminar la brecha de género existente en el país, según un informe de Goldman Sachs. Otros estudios señalan que si la tasa de empleo femenino, que en  2013 era del 62,5%, aumentara hasta alcanzar la masculina, que ese año era del 80,6%, se crearían más de 7 millones de empleos.

El envite es, no obstante, de envergadura. Supone romper esquemas muy enraizados en la conservadora sociedad japonesa. Un gran número de mujeres se recluye en las labores domésticas tras casarse y tener hijos, ante los obstáculos con que tropiezan para reincorporarse al mundo del trabajo, que van desde encontrar solo empleos a tiempo parcial a la falta de guarderías, pasando por diferencias salariales respecto a sus colegas masculinos de hasta el 40%. Además, según una encuesta de 2016, el 46% de los hombres casados opinan que las mujeres deberían quedarse en casa.

 

LA PROMOCIÓN DE LAS MUJERES

Shinzo Abe se ha propuesto cambiar esquemas y que las mujeres lleguen a ocupar el 30% de los puestos de responsabilidad en el año 2020, frente al actual 11% en el sector privado, donde las cúpulas de las grandes compañías conforman un panorama de trajes oscuros con corbata, y una cifra aún menor en la empresa pública.

Japón subirá el IVA para costear el envejecimiento de la población

Cada año cierran más empresas aduciendo falta de mano de obra

El premier conservador apuesta, asimismo, por las mujeres como factor clave para contrarrestar la decreciente población activa, que el citado envejecimiento, junto con una baja natalidad, agravan. Es una coyuntura que dibuja un futuro sombrío para la tercera economía mundial. Según revelan las conclusiones de un reciente estudio del Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar,  la cifra de trabajadores en Japón se reducirá un 24% en 2040, respecto a los 65,3 millones de trabajadores de 2017. El dato tiene inquietantes repercusiones para las cuentas públicas y el Estado de bienestar.

El Gobierno japonés, por otra parte, estudia fórmulas para aceptar el desembarco de trabajadores extranjeros. Es una medida imprescindible después de que en 2018 el país registrara la mayor escasez de mano de obra de los últimos 45 años. Según Kyodo, había una media 161 puestos de trabajo disponibles por cada 100 personas en busca de empleo. Este fenómeno ha contribuido a que un número cada vez mayor de empresas se vean obligadas a echar el cierre debido a la falta de empleados para llevar a cabo el trabajo. La tendencia se agrava año a año. En los primeros 11 meses de 2018, un total de 362 compañías argumentaron este motivo para poner fin a sus actividades, según Nikkei Asian Review, el 20% más respecto al año anterior.

Para intentar mitigar este inquietante panorama, el Gobierno japonés, además de fomentar la incorporación de la mujer y estudiar retrasar la edad de jubilación a los 70 años, prevé permitir la llegada de mano de obra foránea cualificada. Incluye crear dos nuevas categorías de visados que permitan la entrada de trabajadores extranjeros, medida con la que espera atraer hasta 345.000 profesionales en cinco años.

 

MUERTES POR ESTRÉS LABORAL

Pero Abe pretende, además, acabar con la cultura de las larguísimas jornadas laborales. Es una práctica que al año produce alrededor de 2.000 muertes por estrés en un fenómeno que se conoce con el nombre de “karoshi”. Se trata de una práctica que arraigó en el Japón de la posguerra, como signo de aportación voluntaria a la reconstrucción del país, y que se ha convertido en un hábito en numerosas empresas del país, en las que sus trabajadores llegan a realizar más de 80 horas extra al mes. Este objetivo que se adivina irreal después de que, hace dos años, el Gobierno pactara con la patronal que las empresas pudieran pedir a sus empleados que trabajaran hasta 100 horas extra al mes en épocas de actividad intensa (si esta excepción se prolonga más de seis meses, este límite baja a 80 horas).

En definitiva, los japoneses estrenan el próximo primero de mayo una nueva era, pero también heredan antiguos retos para seguir siendo la tercera potencia económica mundial. El Imperio del Sol Naciente está en sus manos.