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A qué se deben los males de Europa

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Abril 2017 / 46

Desencanto: La UE cumple sesenta años sumida en una crisis que sólo podrá resolver con una vuelta atrás o una unión más fuerte. Una alianza económica y monetaria incompleta se ha convertido en fuente de desequibrios.

Certificado europeo de energía en los electrodomésticos. FOTO: PARLAMENTO EUROPEO

1. Un mercado común incompleto

Las uniones  entre países pueden adquirir diversas formas. El economista Bela Balassa las ha clasificado en orden de integración creciente: la más elemental es una simple zona de libre comercio. Cuando se dota de unos aranceles exteriores comunes, se convierte en una unión aduanera. La apertura de los mercados laborales y de  capitales hace de ella un mercado común. Si se le añaden unas políticas económicas armonizadas, tenemos una unión económica y monetaria*. Y el último estadio es la unión política. La elección entre esas formas de unión, sin embargo, no es estática: cada etapa es una fuente de desequilibrios que empujan a pasar a la etapa siguiente. 

El comercio entre los socios no ha alcanzado el volumen deseado

Se necesitan medidas para equilibrar la competencia

El Tratado de Roma, firmado en 1957, tenía como principal objetivo crear un mercado común en Europa. Instauraba el libre comercio y una tarifa aduanera común. Pero las normas técnicas y sanitarias seguían siendo muy diversas: las tomas de electricidad diferían de un país a otro, las definiciones del oro o del chocolate variaban en función de cada país, de modo que los productos no podían circular libremente. Frente a la imposibilidad de elaborar esas normas comunes, el Acta Única europea de 1986 decidió que todo producto que respondiera a las normas de uno de los países de la Unión debía ser aceptado por el resto.

Sin embargo, persisten numerosas barreras. Incluso teniendo en cuenta factores lingüísticos y geográficos, el comercio entre los países europeos es unas cuatro veces inferior a lo que sería si los países de la UE estuvieran tan integrados como Estados Unidos. Según datos de la OCDE, ese efecto frontera* es especialmente elevado en los países situados en la periferia de la Unión (véase el gráfico). En la práctica, el mercado único está, pues, muy lejos de ser una realidad: las relaciones entre los países están mucho menos garantizadas que en el seno de cada territorio nacional; las redes comerciales son menos densas entre los Estados miembros que en el interior de cada Estado; los hábitos de consumo favorecen a los productos locales; las diferencias culturales persisten…

 

UN COMERCIO INTERIOR MÁS IMPORTANTE QUE EL EXTERIOR

Intercambios comerciales interiores en relación con los exteriores, una vez corregidas las distancias, en 2013

Incluso teniendo en cuenta las inevitables diferencias ligadas a las distancias, el comercio interior en Grecia es 15 veces más importante que el exterior.

 

Sin embargo, entre finales de la década  de los setenta y finales de la de los noventa, ese efecto frontera disminuyó un tercio en Europa. La integración ha aumentado, pues, en lo que al comercio de bienes se refiere. Pero en lo que respecta a los servicios, los bancos siguen sometidos a las autoridades de regulación nacionales, que imponen normas diferentes en cada país (por ejemplo, para el pago de cheques o para la remuneración de las cuentas). Y el suministro de servicios por una empresa extranjera se hace según las normas del país de llegada en lo que a fiscalidad o derecho laboral se refiere, pero no en lo referente a la protección social.

La integración es claramente menor en el caso de los mercados laborales. La movilidad sigue siendo muy limitada a escala europea, a pesar de los progresos realizados en el ámbito del acceso a los empleos públicos o de convalidación de los diplomas.  El índice de paro varía del 4% en Alemania al 23% en Grecia. A pesar de tener un paro del 18% , la tasa de emigración en España es del 2%; no ha dejado de bajar desde los años 1990 y hoy es claramente inferior a las de Alemania o Francia. El nivel de salarios es también muy variable, incluso teniendo en cuenta la diferencia del coste de la vida: por ejemplo, en la industria, es de 5.000 euros anuales en Rumanía y de  50.000 euros en Finlandia.

 

2. Una insuficiente armonización fiscal y social

Un mercado común exige también una política común de competencia. Ésta se estableció desde el principio: aunque sigue habiendo autoridades nacionales, la vigilancia de los cárteles o el control de las fusiones resulta fundamentalmente a escala europea, con el objetivo de que se desarrolle  “un mercado interior en el seno del cual la competencia es libre y no está falseada ”. De este modo, se acaba de reclamar a Apple una cifra récord de 13.000 millones de euros de impuestos no pagados, ya que las autoridades europeas consideran que las ventajas fiscales de las que se beneficiaba esta empresa estadounidense en Irlanda eran equivalentes a una ayuda estatal que falseaba la competencia. Pero sería necesario que se tomaran otras medidas para equilibrar la competencia. En efecto, si los salarios son más altos en un país o la protección de los trabajadores es más estricta, las empresas que operan en esos países están en desventaja. 

Completar la creación de un mercado común exigiría, pues, también una armonización social y fiscal, algo que no se previó al principio. Como dijo Pierre Mendès-France en su discurso ante la Cámara de Diputados francesa pidiendo que se rechazara el Tratado de Roma, “no existe en el proyecto de tratado de mercado común ningún tipo de obligación de armonizar las condiciones de competencia. Y ello constituye, mis queridos colegas, una de las lagunas más graves de los proyectos que hoy discutimos ”.

No se puede negar que se han  hecho algunos esfuerzos. En ciertos puntos se han armonizado las condiciones laborales, especialmente en la duración máxima de la jornada de trabajo, pero algunos Estados miembros se niegan a adaptar su legislación a una norma común. En este sentido, el Reino Unido consiguió una cláusula de opting out que mantiene la duración máxima del trabajo por encima del nivel europeo. Los niveles de protección social siguen siendo muy diferentes, y un asalariado que hace su carrera en varios países de la Unión se ve perjudicado en su jubilación. Pero unificar los regímenes sociales, especialmente los regímenes de jubilación, a escala europea parece una tarea irrealizable a corto y medio plazo. 

En lo referente al ámbito de la fiscalidad, hasta ahora las autoridades europeas han puesto el acento fundamentalmente en el IVA. Han fijado tipos mínimos y tipos máximos y, en algunos casos, han sometido la modificación de los tipos a la autorización de la Comisión. Hay otros proyectos en discusión (tasa de carbono, tasa sobre las transacciones financieras), pero cuesta que lleguen a buen puerto. 

 

4%

es el índice de paro de Alemania, comparado con el 18% de España y el 23% de Grecia

 

Por el contrario, hasta el momento no se ha hecho nada en lo referente a la fiscalidad del trabajo, muy desigual de un país a otro (véase el gráfico), ya que el porcentaje de deducción varía del 27% en Irlanda al 55% en Bélgica. Tampoco se ha hecho nada en el crucial ámbito del impuesto de sociedades. El tipo impositivo de las plusvalías difiere enormemente de un país a otro (entre el 10% y el 33%, aproximadamente), la base tributaria tampoco es la misma en todos los países y algunos de ellos presentan unos dispositivos especiales que atraen a las empresas. En estos dos últimos puntos se está progresando, pero es de temer una armonización a la baja del impuesto de sociedades, pues las empresas huyen de los países en los que los impuestos son más altos. El mismo razonamiento puede aplicarse a todas las bases imponibles móviles. El impuesto se concentraría, entonces, en el consumo y el trabajo poco cualificado, impidiendo al Estado alcanzar sus objetivos. 

 

3. Una unión monetaria desequilibrada

Desde un punto de vista puramente teórico, una moneda única tiene varias ventajas. En primer lugar, facilita el comercio garantizando la transparencia de los precios y eliminando los costes de transacción y los riesgos ligados al tipo de cambio en las operaciones en el seno de la zona. En segundo lugar, devuelve su autonomía a la política monetaria. En un contexto de libre circulación de capitales, los tipos de cambio fijos del SME obligaban a los gobernantes a concentrar la política monetaria en el mantenimiento del tipo de cambio, descuidando los objetivos internos como la estabilidad de los precios y el crecimiento. 

Algunos Estados no quieren una legislación laboral común

La política monetaria aumenta la divergencia entre economías

Pero crear el euro cuando el mercado común aún no está consumado y la Europa política balbucea presenta serios riesgos. El euro implantado en  19 países de la UE ratifica, en efecto, la existencia de una Europa a varias velocidades y deja a Suecia, por ejemplo, la posibilidad de llevar a cabo devaluaciones competitivas*. Además, los Estados han intentado limitar las transferencias de soberanía, de modo que el Banco Central Europeo (BCE) no ha logrado tener todas las competencias de los bancos centrales nacionales. En caso de quiebra de un Estado o del sistema bancario de un país, la estabilidad de la economía sólo puede garantizarse si el banco central puede impedir el default (impago) y frenar la huida de capitales, cosa que los tratados impiden hacer al BCE. La unión bancaria, actualmente en curso de creación, debe responder en principio a esas carencias, pero las solidaridades financieras que introduce siguen siendo muy limitadas.

Y, sobre todo, Europa no está capacitada para compensar la desaparición de los tipos de cambio como instrumento esencial de ajuste de una economía nacional en una situación diferente a la de sus vecinos. Por ejemplo, ¿qué pasa cuando un país —como Grecia o Portugal— pierde su competitividad y no puede devaluar su moneda? Se pueden producir dos situaciones: si los mercados están suficientemente unificados, los asalariados que han pasado al paro en esos países migran hacia las regiones donde hay empleo; o hay un Estado central europeo que efectúa transferencias financieras hacia las regiones con problemas y hace que éstas se reequilibren. En el caso de la zona euro, ninguna de esas dos soluciones es posible. Una situación que los economistas traducen diciendo que la zona euro no es una zona monetaria óptima.

 

EN EUROPA NO HAY ARMONIZACIÓN FISCAL NI SOCIAL

Impuesto sobre la renta + cotizaciones sociales respecto al coste salarial total para la empresa, en %

Los europeos creyeron que la unión monetaria iba a provocar una convergencia de las economías, alejando así el riesgo de que surgieran diferencias que exigieran ajustes específicos en un país. La profundización del comercio que hacía posible el euro debía facilitar esa convergencia. Pero el comercio interior de la zona euro no ha aumentado más que en un 5% entre 1998 y 2011. Y, sobre todo, el libre comercio lleva a la especialización y no a la similitud, como demostró el economista británico David Ricardo hace dos siglos: la fabricación de automóviles se concentra cada vez más en Alemania y la aeronáutica en Francia, el número de compañías aéreas nacionales ha disminuido, etc. 

La consecuencia de esos problemas es una inadecuación de la política monetaria, pues es única para toda la zona a pesar de que las condiciones económicas varían en cada país. Supongamos que Irlanda tiene un crecimiento rápido que crea tensiones inflacionistas (un alza de los precios del 5%, por ejemplo), mientras que Italia se ve golpeada por la anemia, con una falta de crecimiento que se traduce en la estabilidad de los precios. Si el BCE pone el tipo de interés nominal al 3%, el tipo de interés real en Italia será del 3%, lo que acentuará las presiones recesivas, y en Irlanda del -2%, lo que acentuará las presiones inflacionistas. La política monetaria no es, pues, satisfactoria para nadie y, además, hace que aumente la divergencia de las economías. Una unión económica y monetaria incompleta es, pues, fuente de desequilibrios y de crisis que sólo podrán resolverse mediante una vuelta atrás o mediante una unión mucho más completa.

 

* LÉXICO

Unión económica y monetaria: se define, además de por la existencia de un mercado común, por la “coordinación de las políticas económicas y fiscales, por una política monetaria común y por una moneda única, el euro”, según la Comisión Europea.

Efecto frontera: reducción del comercio ligada a la presencia de una frontera, por razones tanto jurídicas como económicas y culturales.

Devaluación competitiva: disminución voluntaria del valor de su moneda que lleva a cabo un país para aumentar la competitividad de los bienes y servicios producidos en su territorio.