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Alemania // Los Verdes, entre la radicalidad y el compromiso

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Julio 2021 / 93

Ilustración
Lola Fernández

Los ecologistas optan por vez primera a ganar la cancillería federal con una propuesta moderada y tratando de sacudirse el sambenito de 'partido de la prohibición'.

“Tenemos que escoger propuestas realizables. Si algo no se puede realizar, no hay que incluirlo en el programa”. Así de cauto se mostraba Robert Habeck, presidente de Los Verdes junto a la candidata a la cancillería alemana, Annalena Baerbock, un liderazgo bicéfalo muy propio de un partido siempre enredado en las formalidades del poder. Se celebraba el congreso para elaborar el programa en vistas a las elecciones federales de septiembre, que podrán fin a la larga era Merkel. La elección de Baerbock había disparado las expectativas del viejo partido ecologista: en todas las encuestas Los Verdes superaban a la CDU, alcanzando hasta el 28% de intención de voto. 

Han pasado 16 años desde que el partido ecologista dejara el poder en el Gobierno federal, del que formó parte como socio minoritario con el SPD, entre 1998 y 2005. El socialdemócrata Gerhard Schröder como canciller y el verde Joshka Fisher como ministro de Exteriores dirigieron a la Alemania exhausta que había dejado Helmuth Kohl tras la reunificación. No era una tarea fácil. Se trasladó la capital a Berlín, se hizo la reforma del mercado laboral y de la Seguridad Social y se hizo frente desequilibrios financieros impropios de la austera Alemania. 

Antes, para llegar al poder, Los Verdes tuvieron que poner la casa en orden; acabar con sus diferencias internas, hijas de un modelo asambleario poco efectivo, y aceptar que gobernar es, siempre, encontrar la solución menos mala. Hasta bien entrada la década de 1980 eran un partido que se podía calificar de antisistema. Pese a contar con una notable base social, sus militantes se debatían en una lucha sin cuartel entre los fundis o fundamentalistas y los realos, dispuestos a entrar en el gran juego de la política y establecer una estructura funcional, que entre otras cosas pasaba por que los diputados no tuvieran que rotar cada dos años. Algunos de sus miembros más valiosos que ya habían alcanzado una cierta edad se pasaron al SPD argumentando que su vocación política necesitaba concretarse.  

Petra Kelly y Gert Bastian, fundadores del partido.

En los últimos años de la década de 1980 empezaron a entrar, siempre en coalición con el SPD, en ayuntamientos y Estados federados, como en Schleswig-Holstein. El que luego sería su socio, Schröder, formó coalición con ellos en 1988 para poder gobernar en Baja Sajonia, aunque los despidiera cuatro años más tarde tras obtener la mayoría absoluta. Poco antes de la caída del muro de Berlín la pugna se zanjó a favor de los realos, encabezados por Fisher, mientras que la vieja guardia antisistema desaparecía, en algunos casos de forma tan dramática como el del suicidio de Petra Kelly y Gert Bastian, dos personajes que, en sí mismos, definían la complejidad de la Alemania sesentayochista. Ella, bávara de profundas raíces católicas, y él un general de la Bundeswher que a los 18 años había sido voluntario en las tropas hitlerianas y que abandonó el ejército por oponerse a la instalación de los misiles nucleares. 

Graduación con Fisher

Tras la unificación, Los Verdes se fusionaron con la alianza opositora del este, Bündnis 90, aunque quedaron fuera del Bundestag (Cámara baja del Parlamento). Fue en 1992 cuando se graduaron con todos los honores en un land tradicionalmente conservador: Hesse, de la mano de Joshka Fisher. Finalmente, en 1998 llegaron al poder federal como socios del SPD y Fisher, un auténtico hijo de la revolución, que lucía un aspecto más bien desaliñado, una melena mal cortada y algo de sobrepeso, se convirtió en el ministro de Exteriores y apareció en Bruselas libre de michelines en su cintura y enfundado en un traje de tres piezas, a medida, dejando patente que cada mañana hacía jogging con su equipo. 

El Gobierno Schröder-Fisher realizó las profundas reformas que necesitaba el país para recuperarse de la gran factura de la reunificación, irritando así a sus votantes de izquierdas. Pero como decía Fisher, Los Verdes no son un partido de izquierdas según el canon tradicional. Son un partido radical, que incluso puede ser conservador en algunos aspectos; hay muchos agricultores en sus filas. Son, en realidad, el partido de una amplia minoría ilustrada, tan amplia que les ha permitido acceder al poder. 

Los Verdes son un partido radical más que de izquierda clásica

El liderazgo de Baerbock promete, pero la campaña se le está haciendo larga

Finalmente, la llegada de Angela Merkel a la cancillería apartó a Los Verdes del poder federal, aunque no de la primera fila de la política alemana. Desde 2011, uno de sus miembros, Winfried Kretschmann, preside el Gobierno de Baden-Württemberg y forman parte de los Ejecutivos de ocho Estados federados como segunda o tercera fuerza. El modelo político ha pasado de un bipartidismo imperfecto con un partido bisagra —los liberales del FDP— a un multipartidismo al estilo nórdico, con hasta siete partidos con representación. La gran coalición entre democristianos y socialdemócratas ya no da para una mayoría parlamentaria, y la posibilidad de un Gobierno multipartido está sobre la mesa desde hace años; concretamente de la bautizada como coalición Jamaica, por los colores de la bandera de este país, entre los que figura el verde.

Decepción

La política siempre ofrece giros inesperados. El partido antinuclear por excelencia vio como el accidente de la central nuclear de Fukushima, en 2011, les daba la razón y justificaba su larga e intensa militancia contra las centrales y esperaban que los electores les recompensaran. Pero sucedió todo lo contrario. La evidencia del peligro fue tal que Merkel, que estaba a punto de dictar una nueva moratoria para el desmantelamiento de las centrales nucleares, reaccionó ordenando su cierre inmediato. La asunción por casi todo el espectro político de la emergencia climática y la preocupación ecologista les había dejado sin discurso. En las elecciones federales de 2013 perdieron el tercer lugar al quedarse tan solo en el 8,4%. Fue el fin de la vieja guardia. En 2017, otro tanto de lo mismo: con apenas el 8,9%, se transformó en el partido más pequeño en el Bundestag. 

Incógnitas

Ahora parece haber llegado de nuevo su momento. El liderazgo de Baerbock en las encuestas parecía señalar que el posmerkelismo tendría nombre de mujer. Pero la siempre presente alma sesentayochista, el radicalismo emocional, ha hecho que resurja la vieja guerra entre realos y fundis. Y la larga campaña electoral se está convirtiendo en un auténtico calvario para Los Verdes y especialmente para su candidata.

Por un lado, se presentan como los impulsores del cambio, asumiendo que los votantes quieren una política climática mucho más radical, como señalan las encuestas; por otro, Baerbock intenta dibujar una oferta lo suficientemente moderada capaz de atraer a democratacristianos de centroderecha huérfanos de Merkel y socialdemócratas de centroizquierda. Sus adversarios han encontrado un punto débil: los presentan como el Verbotspartei, el partido al que le encanta prohibir. En una reciente aparición en televisión, Baerbock se encontró con un gran trozo de carne cruda sobre la mesa del presentador. “¿Se lo comería?”, le preguntó, “¿podrán los alemanes hacer barbacoas con una canciller verde?”. En las elecciones de 2013 habían propuesto un Día Vegano en los comedores de las empresas, lo que provocó la indignación entre los amantes de la carne. “Todos pueden comer lo que quieran en este país”, respondió Baerbock, “de hecho, me gusta asar en la barbacoa, aunque no estoy segura de que este bistec quepa en mi parrilla”.