Análisis de Antonio Franco: "Resumen de todo lo publicado"
Periodista
En España sale a relucir tanta podredumbre y de tanto calado que los ciudadanos además de estar cada día más sorprendidos también están más avergonzados de vivir en ella. Pero España no tiene mala suerte: carece de los mecanismos políticos que habrían podido evitar la decadencia. Es una democracia maniatada por dirigentes elegidos en las urnas. Pasó de estar secuestrada por los franquistas a estarlo en manos de una casta de la que tiene pocas posibilidades de liberarse a través de las elecciones.
Los constituyentes no lo hicieron bien. Presionados por los poderes fácticos de la dictadura, únicamente resolvieron el corto plazo. Su principal error fue no dar a la transición del sistema judicial la misma prioridad que la del estamento militar. Por eso el país ha vivido sin mecanismos eficientes de arbitraje independiente capaces de poner al día los esquemas diseñados –insisto, bajo vigilancia, predemocráticos– en la etapa constituyente.
Dos grandes partidos monopolizan las decisiones finales de todas las instancias. Los dirigentes del PP y del PSOE han tejido un sistema de poder impermeable que les convierte en administradores únicos de la dinamización democrática, y no han dinamizado nada. Opacos, han creado las condiciones idóneas para decidir los nombramientos a través del amiguismo y para financiarse ilegalmente (aunque eso facilite enriquecimientos personales ilícitos). Su prioridad no es resolver problemas sino ganar las elecciones, salvo en el último tramo de Zapatero.
Una cuidadosa inexistencia de controles ha favorecido una notable ineficiencia en el trabajo político y la proliferación de corruptelas menores y grandes corrupciones en la esfera pública. PP y PSOE le han sumado una inmensa impunidad. Prácticamente nadie responde de lo que hace mal o de lo que roba. Los partidos han convertido en sistemática la defensa de los suyos, y cuando se han demostrado incompetencias o hechos delictivos, ¡oh mala suerte!, un elevado porcentaje de errores de forma en las investigaciones las han desactivado judicialmente. El castigo eficiente sólo lo hemos visto contra Garzón. En las ocasiones que se ha llegado a sentencias inculpatorias hemos tenido luego llamativos indultos (despues de etapas penales breves consoladas con tratos benevolentes).
Todas estas agresiones democráticas están en primera linea del debate por la hipersensibilidad creada por la dureza de la crisis y la afloración de niveles increibles de despilfarro e irregularidades. En la peor situación general vivida por este país a causa del desempleo, la caida de ingresos , el encogimiento económico y el desprestigio internacional, los sondeos retratan que lleva las riendas un gobierno que bate todos los records de desconfianza y descrédito, un presidente al que prácticamente nadie cree, mientras enfrente se mueve, sin considerarse siquiera alternativa, la oposición menos valorada de la historia.
En ese contexto afloran casi diariamente nuevos datos sobre corrupción, insensibilidades como los fichajes amigos para los altos cargos de Telefónica, o borradores legislativos para mejorar la transparencia que dejan fuera de su alcance el dinero público que se entrega a la Casa Real, los partidos y los sindicatos. Ante eso, la gente no sabe qué hacer, salvo seguir desmoralizándose y esperar un cambio que nadie ve venir. Mientras, el país soporta refinadas torturas intelectuales como las que aplica Rajoy al anunciar que necesita poner en marcha una auditoría para saber si se han efectuado o no pagos de dinero negro en el PP, partido en el que manda desde hace 24 años, o cuando oye de nuevo lo de que “esta vez se irá hasta el final, caiga quien caiga”, o cuando nadie sonría al explicar que tendremos una comisión de investigación para aclarar lo referente a Luis Bárcenas, cuando aquí estas comisiones nunca echan luz sobre nada.
La gente ve, lee, oye, y pasiva, al menos de momento, intenta resistir. ¿Tendremos un cambio espontáneo? ¿Nos salvará Europa? ¿Nos impondrán a un Mario Monti?