Brasil y Argentina limpian la casa
Las empleadas del hogar ven reconocidos sus derechos tras siglos de trabajar en condiciones de semiesclavitud.
La empleada del hogar María José Cameiro trabajando en Río. FOTO: ARTURO LEZCANO
Una frase recorre periódicos, radios y televisiones en Brasil: “Es el fin definitivo de la esclavitud”. Lo que parece un anacronismo es una realidad referida a los empleados del hogar (o empleadas, dado que el 93% son mujeres), un sector profundamente arraigado en Brasil que carecía de derechos laborales y sociales hasta la reciente aprobación de una ley que los equipara al resto de trabajadores. La coincidencia, quizá algo más, ha hecho que en Argentina se haya promulgado también una ley de empleadas domésticas solo 15 días después de la brasileña. Así, y aunque partiendo de una desigualdad vergonzante, los dos gigantes sudamericanos avanzan al mismo compás en las conquistas laborales y sociales.
En el caso de Brasil la aprobación de la ley, el pasado 27 de marzo, sigue causando revuelo por su amplitud. Lo establecido a partir de ahora es que las trabajadoras domésticas tendrán derecho a una jornada máxima de ocho horas diarias, a la hora extra remunerada y a un adicional nocturno, participación del fondo de garantía de empleados y seguro de desempleo, seguro contra accidentes laborales, fondo de apoyo para guarderías de los hijos e indemnización en caso de despido.
Nada de esto estaba regulado hasta ahora por convenio o ley alguna. “Tiene una importancia simbólica importante. Es una victoria, pero no se soluciona un problema cultural que mantiene en este sector, con mayoría de mujeres negras, tres variables claras: sexo, raza y clase, justo las tres que determinan la estructura de desigualdad en Brasil”, proclama Natalia Fontoura, una coordinadora del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada.
El contexto económico de prosperidad ayuda a la convergencia social y, por tanto, a la evolución real de un país que no se sacude la cultura del servicio: en Brasil hay casi siete millones de trabajadores del hogar según el último dato (2011) del Instituto de Estadística, pero solo el 32% estaba registrado, por lo que el esfuerzo para formalizar el sector será aún mayor. El salario medio para los no registrados era de 506 reales (195 euros) y para los que estaban en blanco, 693 (265 euros).
En cualquier barrio acomodado de Río de Janeiro o São Paulo se siguen viendo escenas propias de otros tiempos: es habitual la imagen de la mujer negra vestida de uniforme blanco acompañando a la familia para la que trabaja. Podría ser un asunto meramente formal, pero hasta ahora a esa mujer no le asistía derecho alguno: ”Eso nunca ha sido considerado ni siquiera como trabajo, sino como obligación”, apunta Fontoura.
A empleadas como la carioca María José Carneiro les ha cambiado la cara, por más que no influya tanto en su economía: “Es maravilloso. Mi patrona ya me ha dado por escrito mis derechos y ahora tengo, por ejemplo, una hora menos de trabajo o las mismas, pero con una hora para almorzar, y cobraré extra si me quedo alguna noche”. Su vida es un manual típico de las empleadas del hogar en Brasil: entró a trabajar con 15 años en una casa del barrio de Copacabana y se quedó para siempre en ese edificio porque allí estuvo 18 años trabajando. Los 10 primeros, como interna y luego, cuando se quedó embarazada, externa con una jornada de nueve horas. “Aunque trabajé hasta los nueve meses de embarazo”, cuenta con orgullo. Cuando cumplió 33 años pasó a trabajar para la hija de su ex patrona, y ya lleva nueve años con ella.
A menudo se trata de un empleo dinástico, “reminiscencia de la explotación”, como un economista calificó hace unos días a un vínculo para nada extraño en Brasil que ahora, al menos, se tendrá que regular. Todo ello a pesar de las críticas de muchos empleadores, que se quejan, como es el caso de la publicitaria Juliana Dias, “de que una familia no es una empresa, y una empleada ni ficha, ni está todo el tiempo trabajando, ni hay nadie que la controle”. Pero ahora contará como horario desde el momento que entra en la casa hasta que se va.
En Argentina, el caso es parecido. El 12 de abril la presidenta, Cristina Fernández, anunció el nuevo régimen laboral para los “trabajadores de casas particulares”, nueva nomenclatura para el antes conocido como “servicio doméstico”. Según el nuevo marco, pasarán a tener derechos más acordes a los tiempos. Como en Brasil, se rebaja el horario de trabajo, se duplica la cuantía de la hora extra y la nocturnidad, se amplían los permisos por enfermedad y se aprueba el de maternidad.
En Argentina, hay casi un millón de empleadas, muchas trabajando en negro, que ahora podrán formalizar su situación.
En palabras de la presidenta, “se cumple un sueño, el sueño incumplido de Evita [Perón]”.