Colombia no renuncia a la paz
Negociación: El fin del conflicto con la guerrilla sólo parece posible si se ponen de acuerdo el presidente Juan Manuel Santos y su antecesor, Álvaro Uribe.
Acto en la plaza de Bolívar de Bogotá a favor de las víctimas y por la paz el pasado 11 de octubre. FOTO: Ministerio del Interior Colombia-Alejandra Parra
“Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad”. Estas palabras aparecen en la página 258 de una de las innumerables ediciones de Cien años de soledad, la obra cumbre de Gabriel García Márquez, y se publicaron en 1967, pero bien podrían haber encabezado cualquier crónica periodística del mes de octubre de 2016 en Colombia, la tierra del Nobel de Literatura y, por extensión, de Macondo.
Tras cincuenta y dos años de guerra y cuatro de negociaciones, el Gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) cerraron el 26 de septiembre el único conflicto armado de América con la firma de un acuerdo en una ceremonia solemne a la que asistieron, entre otros, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon; el rey emérito de España, Juan Carlos I; casi todos los presidentes latinoamericanos y el secretario de Estado de EE UU, John Kerry. Todos vestidos de blanco para celebrar la paz en medio de un recrudecimiento de los conflictos de Siria, Irak y Afganistán, por nombrar sólo algunos.
El presidente Juan Manuel Santos había prometido que el acuerdo sólo entraría en vigor si los colombianos lo aprobaban en un plebiscito. No tenía la obligación de convocarlo, pero lo hizo para dotarlo de la mayor legitimidad. Santos hizo así un ejercicio extraordinario de democracia, y no le salió bien: el 2 de octubre, uno de los pueblos más dañados por la guerra en el mundo se dirigió a las urnas y dijo no al acuerdo de paz más ambicioso y completo de cuantos se han negociado hasta la fecha. Un acuerdo imperfecto, sí, pero el mejor posible.
Todo estaba calculado para que ganara el sí, pero en Colombia, ese Macondo que tan bien definió García Márquez, cada día se pone a prueba la capacidad de asombro. Aquel domingo, 2 de octubre, el desencanto, la tristeza, la incomprensión, la rabia y los anhelos se vinieron abajo en segundos, los que se tardaron en conocer los resultados oficiales del plebiscito.
Los límites de la realidad volvieron a ponerse a prueba sólo cinco días después, el 7 de octubre, cuando la academia noruega anunció que Santos era el ganador del premio Nobel de la Paz por “sus decididos esfuerzos para terminar con la guerra civil”. Fue un espaldarazo al presidente colombiano en momentos bajos, una decisión estratégica porque Noruega había sido facilitador de las negociaciones de La Habana. Fue la manera de decir al mundo que no se puede votar no a la paz.
La montaña rusa dio otra vuelta el 11 de octubre, cuando se anunció que el Gobierno comenzaba, en Quito, conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la segunda guerrilla más importante del país. “Ahora que avanzamos con el ELN será una paz completa”, dijo Santos en una alocución televisada a un pueblo que días antes había rechazado los pactos con la primera guerrilla.
El acuerdo con las FARC es un ejemplo para otros conflictos
Los guerrilleros reafirman su voluntad de dejar las armas
El acuerdo con las FARC es considerado por expertos y las propia ONU como el más completo de cuantos se han negociado para cerrar un conflicto armado interno o guerra civil en la era contemporánea. “El proceso de Colombia ya está siendo estudiado por promotores de la paz en otras partes del mundo para extraer enseñanzas que puedan guiar sus esfuerzos”, reconoció Ban Ki-moon durante la firma en Cartagena de Indias.
Las palabras de Ban dejaban entrever que la ONU no tenía un plan B, al igual que el propio Gobierno. Así se lo confirmó a Alternativas Económicas un funcionario de la organización internacional en Colombia, desde donde se solicitó al Consejo de Seguridad autorización para mantenerse tras el no en el plebiscito, pues sus objetivos iniciales apuntaban exclusivamente a ayudar a implementar los acuerdos.
Es que el resultado que arrojaron las urnas desconcertó a todos, también a los guerrilleros. El máximo comandante de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, salió al paso para intentar no echar a perder años de negociación e ilusiones fundadas: “Las FARC mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar sólo la palabra como arma de construcción hacia el futuro”.
APATÍA GENERALIZADA
Entonces, ¿Por qué la mayoría de los colombianos votó no a los acuerdos de paz?
El 2 de octubre amaneció lluvioso en la mayor parte del territorio colombiano, especialmente en la región del Caribe, por los coletazos del huracán Matthew. Algunas localidades quedaron anegadas y en las ciudades importantes cayó agua durante toda la jornada. El mal tiempo se extendió a todo el país, incluida Bogotá. Eso, junto a una apatía generalizada y el temor a no elegir lo más acertado, dio lugar a que la abstención se situara por encima del 60%.
Del escaso 40% que salió a votar, el 50,24% lo hizo por el no, opción que ganó frente al sí por algo más de 50.000 votos, en una jornada electoral cargada de paradojas. La más significativa es que fue la más pacífica de las últimas décadas, sin incidentes violentos ni ataques armados.
Las razones del no son varias. La primera y fundamental es que el plebiscito se convirtió en un ring para medir el poder de dos pesos pesados de la política colombiana: el ultraconservador ex presidente Álvaro Uribe, partidario del no, y su sucesor, Juan Manuel Santos, gestor de la paz y artífice de la negociación con las FARC.
Uribe, apoyado por las iglesias evangélicas, cuyos predicadores clamaron por el no desde los púlpitos y haciendo uso de un discurso de venganza en vez de reconciliación, logró muchos adeptos. “Fue la campaña más barata y efectiva de la historia”, confesó el senador Juan Carlos Vélez, jefe de campaña del no, quien también reveló que la estrategia fue asustar a los ciudadanos con el discurso de que Colombia “se iba a convertir en Venezuela”.
La campaña, dijo Vélez, tenía como objetivo que “la gente saliera a votar berraca”, es decir, indignada y enfadada, y se supo a posteriori que fue financiada por algunas empresas poderosas de Colombia, como el grupo Ardilla Lülle, propietario del canal de televisión RCN y de la mayor empresa distribuidora de bebidas en el país.
El referéndum fue un combate entre dos rivales políticos
La gran polarización explica en parte el triunfo del ‘no’
En el otro lado, la maquinaria estatal del sí, muy argumentada, lanzó mensajes de hermandad para superar las diferencias, para perdonar sin olvidar las miserias de la guerra. Fue una campaña que entendieron bien los más intelectuales y sobre todo las víctimas, pero no una buena parte de la sociedad, abducida por el discurso más populista. En los municipios y zonas donde la guerra causó más daño, como el Chocó, la región Caribe y el Cauca, se votó de forma mayoritaria a favor de los acuerdos de paz, al igual que en ciudades importantes como Bogotá, Cali o Barranquilla. El no se impuso en el centro del país, especialmente en Antioquia y su capital, Medellín, el gran feudo uribista.
DIFERENCIAS REGIONALES
Otra lección del referéndum es la constatación de la polarización en Colombia, la misma que se vivió en las elecciones presidenciales de 2014, cuando el uribismo estuvo otra vez a punto de ganar, pues no hay que olvidar que Uribe dejó el Gobierno en 2010 —tras ocho años en el poder— con una popularidad cercana al 80 %, una gracia de la que nunca ha gozado Santos.
Un exhaustivo estudio de los resultados del referéndum hecho por La Silla Vacía, una plataforma web de información y análisis político, deja clara una marcada división: votaron a favor de los acuerdos la mayoría de las víctimas y los habitantes de las zonas donde estaba previsto que se concentraran los guerrilleros como paso previo a su desmovilización. También los colombianos de las periferias, es decir, de las regiones más aisladas, donde históricamente ha habido menos presencia del Estado. El no se impuso en zonas pobladas del centro del país y en áreas colonizadas por emigrantes de otras regiones.
Al presidente Santos, con un Nobel a cuestas y un plebiscito perdido, no le ha quedado más remedio que sentarse a hablar con Uribe por primera vez en seis años para conocer cuáles son sus propuestas. Ahora muchos creen que sólo si ambos rivales se ponen de acuerdo puede salir adelante la paz para todos los colombianos.