El ‘brexit’, un divorcio muy costoso
Theresa May: Prisionera de sus contradicciones, de la división ‘tory’ y con la negativa de los Veintisiete a revisar el acuerdo, se esfuma una salida benigna de la UE.
Theresa May, durante una reunión en el Parlamento Europeo. FOTO : DAINA LE LARDIC - UNIÓN EUROPEA 2018
El brexit es el último acto del desencuentro crónico entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE). La incomodidad, la falta de encaje y el prurito por diferenciarse han pespunteado los 45 años que los británicos llevan en la UE, alentado este clima de desconfianza permanente por la floración de diferentes formas de euroescepticismo, cuando no de eurofobia. Para una parte de la opinión pública y de los políticos sigue en vigor el significado último del famoso titular del Daily Mail: Niebla en el Canal. El continente, aislado. De tal manera que los inductores del brexit quieren presentar la salida como un perjuicio para los Veintisiete y una liberación para sus conciudadanos, algo bastante alejado del vaticinio de los expertos.
El problema hoy es que casi medio siglo después del ingreso el divorcio entraña unos costes humanos, económicos y políticos descomunales para todos. Para decirlo corto y claro, el brexit es un disparate, un despropósito facilitado por David Cameron al creer que convocando un referendo (junio de 2016) y haciendo campaña por la permanencia mataría dos pájaros de un tiro: uniría al Partido Conservador al neutralizar por un largo periodo de tiempo a los ansiosos por largarse de la UE (los brexiteers) y consolidaría su poder a lomos de los partidarios de quedarse (los remainers). Y ya puestos, debilitaría al Partido Laborista, tan dividido como los tories cuando se trata de hablar de Europa.
Reino Unido exporta a la Unión Europea el 13% de su PIB
El 51% de las importaciones vienen del espacio europeo
Las cifras hablan por sí solas: las exportaciones británicas con destino a la UE equivalen al 13% de su PIB (2,6 billones de dólares estimados para 2018); el 51% de las importaciones británicas proceden del espacio económico europeo y sumaron en 2017 unos 600.000 millones de dólares). A mayor abundamiento, la inversión directa que recibe el Reino Unido, un tercio del total de la UE, obedece a la consideración del país como punto de entrada ventajoso en el espacio económico europeo, y el valor de cambio de la libra con relación al dólar y al euro descansa en gran parte en el siguiente dato: la consideración de la City y de la industria británica como una open door al mercado de la UE.
CONTRACCIÓN INEVITABLE
Los informes elaborados por el Banco de Inglaterra y varios think tank dentro y fuera del Reino Unido estiman una caída del PIB de entre el 4% (salida negociada) y el 8-10% (salida sin acuerdo). Los brexiteers niegan este horizonte de tormenta a partir de la convicción de que al desaparecer los mecanismos de control europeos y recuperar la plena soberanía (su frase preferida), aumentará el dinamismo económico. Este punto de vista lo niegan los análisis más desapasionados, que entienden que al desvincularse del mayor mercado de consumidores del planeta, la contracción de la economía será inevitable.
Además de las cifras, hay que tener presente que el debate no es solo de ideas, sino que es en primerísimo lugar la última entrega de la guerra civil conservadora, con una antigüedad de más de 40 años. Una lucha por el poder, con el alineamiento con Europa en el centro de la discusión, que ha impregnado la sociedad y la ha dividido en dos bloques antagónicos, el que votó sí en el referéndum de junio de 2016, añorante de un pasado British-British –el continente y nosotros, volver a ser lo que fuimos–, y el que votó no, aquel que estima que el futuro de la nación precisa seguir en la UE para sacar el máximo partido a la globalización y resistir la competencia de diferentes actores económicos: China, los mercados emergentes, las tecnofinanzas y otros. Esta no es una división que se atenga solo a criterios económicos, sino a parámetros culturales y emocionales, con un mapa perfectamente reconocible: las grandes ciudades, con Londres a la cabeza, el mundo académico y de las artes, las áreas industriales, el sector servicios, Escocia y Gibraltar son grandes conglomerados en la geografía del no; el país profundo, anclado en el local British, si así puede decirse, alarmado por los flujos migratorios, la multiculturalidad y otros fenómenos contemporáneos, alberga la cartografía del sí.
Con salida negociada, la caída del PIB sería del 4%; sin ella, del 10%
El país profundo apoya en masa salir de la Unión Europea
Theresa May tiene en contra más de un tercio de sus diputados
Cuando la primera ministra británica, Theresa May, afirmó que era preferible que no hubiera acuerdo para el brexit a un mal acuerdo, facilitó extraordinariamente la labor a los brexiteers. A partir de entonces, cualquier acuerdo que cerrase con Bruselas sería para ellos inaceptable, como así ha sucedido: el pacto y la declaración política cerrados para un brexit ordenado nunca pasará la prueba de los Comunes. Si la superara, quedarían fuera de juego durante una larga temporada los promotores de la salida, una larga nómina de conservadores dispuestos a asaltar el puente de mando a cualquier precio. La prueba del nueve de tal situación fue la moción de confianza a la que tuvo que someterse May en el grupo parlamentario del partido (12 de diciembre): ganó por 200 a 117, una amarga victoria porque oficializó que tiene en contra más de un tercio de los diputados y, en consecuencia, debilitó su liderazgo.
EL ACUERDO CON LA UE, INTOCABLE
Todo cuanto ha hecho y haga May en el futuro para atraerse a sus adversarios en el partido está condenado al fracaso. En primer lugar, los Veintisiete han dicho por activa y por pasiva que el acuerdo cerrado para el periodo transitorio (del 29 de marzo de 2019 al 31 de diciembre de 2020) es intocable al tenerlo por el único posible, y tampoco aceptarán alguna clase de garantías vinculantes suplementarias –ni para la cláusula de salvaguarda pensada específicamente para la frontera blanda entre las dos Irlandas (backstop) ni para ningún otro aspecto del texto pactado– más allá de aclaraciones sin entidad jurídica. En segundo lugar, los ideólogos de la salida sin acuerdo, Boris Johnson, Jacob Rees-Mogg, David Davis y otros, y los 10 diputados unionistas del Ulster, cuyo voto precisa la premier para completar la mayoría en Westminster, nunca aceptarán una fórmula para Irlanda que no delimite hasta la última coma su duración y efectos.
LA SENTENCIA DE DE GAULLE
Resuenan en los salones de esta crisis descabellada y contra el sentido de nuestro tiempo las palabras que el general Charles de Gaulle dejó escritas en sus Memorias de esperanza a propósito de los primeros escarceos británicos para ingresar en el por aquel entonces joven Mercado Común (1961): “Como no habían logrado desde fuera que la Comunidad no naciese, entonces intentaron paralizarla desde dentro”. La gran sorpresa de May es que las intrigas nacionalistas, por una vez, han quedado sofocadas por la unidad sin fisuras de los Veintisiete y no ha habido riesgo de zozobra (la parálisis desde dentro) a pesar de que la economía del Reino Unido equivale grosso modo al 16% de los más de 18 billones de euros del PIB de la UE (estimación para 2018).
Cada vez se aleja más de lo posible y deseable una consumación benigna del brexit. Cada vez la primera ministra británica es más prisionera de sus propias contradicciones, el universo tory, de su división irrevocable y el Partido Laborista, de su fractura asimismo irrevocable entre los euroescépticos, en la dirección, y los europeístas, que salieron vitoreados del congreso de septiembre en Liverpool. El divorcio avanza hacia un desenlace más costoso para ambas partes de lo que nadie pudo prever.