El polémico aumento salarial

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Mayo 2019 / 69

La subida de salarios divide a los economistas: unos dicen que destruye empleo local; otros, que lo estimula.

En hostelería, los sueldos están cerca del salario mínimo. FOTO: GETTY IMAGES

¿Qué ocurre en una empresa cuando los salarios aumentan por la presión de los asalariados o por una decisión estatal (aumento del salario mínimo, de las cotizaciones sociales personales, reducción de la jornada laboral sin aumento salarial, etc.)? Únicamente problemas para el empleo, pronostica la mayoría de los economistas tradicionales (Pierre Cahuc, Francis Kramarz y Thomas Philippon). Pues, si la empresa repercute ese aumento en sus precios de venta, se arriesga a que sus clientes se vayan a la competencia, sobre todo a la extranjera, lo que reduciría su actividad. Y si, por el contrario, decide no aumentar sus precios, la rentabilidad disminuirá, e incluso será nula o negativa, impidiendo su capacidad de desarrollarse o innovarse. Evidentemente, puede esforzarse en aumentar la productividad para anular lo que ha perdido en competitividad, pero ello implica la supresión de puestos de trabajo mediante la intensificación del trabajo, la robotización y el abandono de las producciones menos rentables. Por último, la empresa también puede optar por deslocalizar su actividad a países con menos costes salariales, por no decir que se verá obligada a cerrar.  En cualquier caso, habrá menos empleos en el país de origen.

 

CANTIDAD Y CALIDAD

Eso no es (siempre) falso como demuestra la desindustrialización de Francia a lo largo de los últimos 40 años. Pero tampoco es (siempre) verdad. En 1908, Henry Ford duplicó el salario de los obreros de la industria del automóvil a la vez que dividía entre tres el precio de venta de los coches gracias al aumento de productividad que provocó el trabajo en cadena. Más recientemente, en 1968, el fuerte aumento del salario mínimo estimuló en Francia la actividad económica y el empleo, lo mismo que pasó en Estados Unidos en 1992, cuando el Estado de Nueva Jersey aumentó el 19% el salario mínimo mientras que el vecino Estado de Virginia lo dejaba tal cual. El empleo en los fast-foods (sector en el que el personal cobra generalmente el salario mínimo) aumentó en New Jersey y no lo hizo en Virginia: el efecto “poder adquisitivo” pudo frente al efecto “coste salarial”.

En 1908 Henry Ford duplicó el sueldo de sus obreros

En 1992 el Estado de Nueva Jersey aumentó el 19% el salario mínimo 

Es innegable que, hoy, el incremento de la productividad es escaso en gran número de servicios. Pero la creciente valorización bursátil de las sociedades que cotizan en Bolsa demuestra que los accionistas pronostican mejores resultados. Ello se debe esencialmente a que la buena salud de las empresas está más relacionada con su capacidad de innovar que con el aumento de su productividad. En otras palabras, el aumento de la calidad es hoy más importante que el aumento de la cantidad, tanto en la industria farmacéutica o automovilística como en la distribución, el transporte, la vivienda y la alimentación. Además, la innovación se traduce generalmente en patentes o en marcas que reducen —al menos durante un tiempo— la competitividad y proporcionan más margen de maniobra a esas empresas. Y esto lleva a un nivel de exigencia mayor por parte de los empleadores sobre sus asalariados en lo que se refiere a competencia, capacidad de adaptación y autonomía. Esta serie de dimensiones justifican que los asalariados pasen a ser parte interesada en el reparto de los beneficios, en lugar de que un accionariado durmiente se arrogue un resultado debido en gran parte al esfuerzo de los asalariados. 

 

SALARIO DE EQUILIBRIO O SALARIO DE EFICIENCIA

A los economistas tradicionales les cuesta asumir estos razonamientos. Siguen con la idea de que el mercado laboral, al enfrentar oferta de trabajo (los que buscan un empleo) y demanda de trabajo (los empleadores que tienen algún puesto vacante), desemboca en un “salario de equilibrio” para determinada cualificación y experiencia. Los que buscan empleo y se niegan a trabajar con ese salario terminan en el paro por culpa de sus excesivas pretensiones. Sin embargo, Adam Smith subrayó en 1776 que se trataba de un “equilibrio” sesgado: “Los obreros quieren ganar el máximo posible, los dueños dar lo menos posible. (…) En general, [estos] podrían vivir un año o dos con los fondos que ya han acumulado. Muchos obreros no podrían subsistir sin trabajar una semana. (…) No es difícil prever cuál de las dos partes va a tener ventaja en el debate e imponer a la otra sus condiciones”. Pero los economistas tradicionales  ignoran hábilmente la asimetría de fuerzas, o consideran a los parados víctimas, ya sea de un salario mínimo por encima del nivel de equilibrio o de unos sindicatos que impiden al mercado laboral fijar “libremente” el salario de equilibrio. 

Algunos economistas contemporáneos más listos —George Akerlof y Joseph Stiglitz, ambos laureados con el denominado premio Nobel de Economía, en 2001— dieron un paso importante con el concepto de “salario de eficiencia”: pagar bien a los asalariados es una fuente de eficacia porque el hecho de que su patrón les trate correctamente les incentiva a trabajar correctamente (Akerlof), y porque saben que perderían mucho si les despidieran (Stiglitz). Esto invertiría el enfoque habitual: no es el aumento de productividad lo que hace posible un aumento salarial, sino el aumento salarial el que hace posible un aumento de productividad.

 

ENFOQUES  MICRO Y MACRO

Otros economistas, los denominados postkeynesianos, han ido aún más lejos al generalizar un análisis desarrollado por John Maynard Keynes con ocasión de la crisis de 1930: aumentar los salarios es beneficioso para el empleo incluso en periodos en los que no hay crisis, pues un poder adquisitivo salarial más elevado genera más gasto y, por tanto, más actividad económica. Ellos ponen el acento en los efectos macroeconómicos (sobre toda la sociedad) del aumento salarial, mientras que los economistas tradicionales lo hacen sobre la dimensión microeconómica (a escala de la empresa). En Francia, el Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (Insee) y el Observatorio Francés de las Coyunturas Económicas (OFCE) han intensificado el enfoque macro indicando que, en 2019, el aumento del poder adquisitivo debido a las medidas tomadas para responder a la crisis de los chalecos amarillos que favorecen a las personas con salarios bajos (aumento y extensión de la prima de actividad) tendrá como consecuencia un aumento algo mayor de la actividad económica. 

Dicho lo cual, no olvidemos que el remedio puede terminar siendo un veneno para las empresas más frágiles. En Francia, en actividades como la limpieza, la vigilancia, los servicios a las personas, la hostelería y la restauración, mucha gente poco cualificada tiene sueldos cercanos al salario mínimo (de 10 a 12 euros la hora) debido a lo sensibles que son los clientes al precio. Es lo que justifica la prima de actividad ese complemento social para los ingresos demasiado bajos. A fin de cuentas, aunque es deseable un aumento salarial, sobre todo en el caso de los más bajos, para reducir unas desigualdades insoportables tanto entre trabajo y capital como entre los propios asalariados, llevarlo a cabo depende ante todo de las cuentas de cada empresa. En resumen, se trata de una pócima beneficiosa que hay que utilizar con precaución.