Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

El Reino Unido tentado por el divorcio

Comparte
Pertenece a la revista
Marzo 2013 / 1

La salida de la Unión Europea es una opción cada vez menos teórica al otro lado del Canal de la Mancha. Pero ésta no sería deseable ni para el Reino Unido ni para Europa. 

Cortar con el mercado único, donde va la mitad de sus exportaciones, sería un suicidio económico. Y dejaría de poder influir en normativas que le afectarían.

David Cameron en una visita al Presidente de la CE. FOTO: COMISIÓN EUROPEA

Un referéndum sobre la Unión Europea podría empujar el Reino Unido hacia la puerta de salida.  Según un sondeo reciente, un 56% de personas encuestadas desearía que su país dejara la UE.

El euroescepticismo no es nada nuevo en un país que entró tarde en el club comunitario y que no forma parte ni del euro ni de la zona Schengen. Pero la hostilidad tradicional hacia la burocracia de Bruselas y los gastos comunitarios ha tomado una nueva dimensión desde el inicio de la crisis. 

Las dificultades de la zona euro sirven de distracción, para hacer olvidar que al Reino Unido las cosas no le van mejor: la actividad no ha recuperado aún sus niveles de 2007 y la deuda pública ronda el 90% del PIB.

El club europeo ya no se parece mucho a la zona de libre cambio entre países prósperos a la que se incorporó el Reino Unido en 1973. El dinamismo está ahora en otra parte, en los países de la Commonwealth con los que Londres mantiene vínculos privilegiados. Al mismo tiempo, la crisis obliga a los países de la UE a ser más solidarios y a ceder más soberanía. La última –y única– vez que los británicos fueron consultados sobre cuestiones europeas fue en 1975, cuando votaron de forma masiva a favor de pertenecer a la Comunidad Europea.

La posición ideal del Reino Unido sería, según los euroescépticos, salir de la Unión permaneciendo en el mercado único. Para un país que todavía destina la mitad de sus exportaciones a países europeos, el acceso a este mercado es estratégico. Este acceso es también primordial para las empresas no europeas que invierten en territorio británico. Los fabricantes de coches japoneses o americanos estarían menos interesados en producir en el Reino Unido si tuvieran que pagar el 10% de derechos de aduana por los automóviles que se exportan al continente. 

El modelo noruego

El estatus de Noruega, miembro del Espacio Económico Europeo, se contempla con interés entre los euroescépticos británicos. Esta posición  no es tan envidiable. Es cierto que el Reino Unido podría liberarse de la Política Agrícola Común (PAC), de las políticas regionales y de la política de pesca común. Su contribución al presupuesto comunitario se reduciría. Pero no quedaría anulada. Porque tener acceso al mercado único tiene un coste: Noruega contribuye también al presupuesto de la UE con una suma equivalente al 0,12% de su PIB y se le exige respetar la mayoría de normas dictadas por la Unión, en especial en materia de empleo y servicios financieros, pero no puede definirlas. El Reino Unido perdería así toda su influencia sobre la gestión de los asuntos europeos. Su posición en el exterior de la Unión también quedaría debilitada. Debería renegociar ella sola todos los acuerdos comerciales con sus socios exteriores. La isla perdería aura diplomática frente a los Estados Unidos, que aprecian contar con un aliado privilegiado en el seno de la UE.

Ni en medios económicos ni entre los dirigentes de los grandes partidos se desea ver salir al país de la Unión. No obstante, las élites británicas están atrapadas en un dilema. Para que la moneda única sobreviva –lo que interesa Gran Bretaña– Europa necesita mayor integración financiera, presupuestaria y política. Pero debe lidiar con una opinión pública alérgica a cualquier perspectiva federal europea.

Intransigencia

En este contexto, el objetivo de Cameron a corto plazo es evitar que su país deba transferir más dinero ni ceder más competencias a la UE. Así, el Reino Unido ni ha contribuido a la solidaridad financiera a favor de Grecia o de Portugal (sí pactó préstamos bilaterales a Irlanda). Y se ha sumado a un presupuesto comunitario 2014-2020 muy austero. Fue intransigente y rechazó en diciembre de 2011el pacto fiscal. Y se niega a participar en una unión bancaria que daría al BCE la supervisión sobre la City.

 

El Reino Unido ve que se ha esfumado el dinamismo del club al que se sumó en el 73

La paciencia de los socios de Londres tiene sus límites y no están por concesiones


Pero Cameron va más lejos. Quiere aprovechar la integración de la Unión Económica y Monetaria (UEM) para renegociar los términos de la pertenencia del Reino Unido a la UE. En el punto de mira está la PAC, considerada desde hace tiempo como una transferencia indebida a favor de Francia. Pero también la política de cohesión y las normas sociales. Con ese ánimo, el Foreign Office ha lanzado una auditoría a fondo de las políticas europeas, en 2014.

Cada vez más aislado

¿Hasta dónde están dispuestos a plegarse a sus exigencias los socios de Londres? No quieren la salida del Reino Unido. Piensen lo que piensen los nostálgicos del general De Gaulle, que cerró dos veces la puerta a los británicos (en 1963 y en 1967), creer que la UE progresaría de forma armoniosa sin la pérfida Albión es olvidar que los egoísmos nacionales son un problema compartido en Europa. Además, la salida del Reino Unido tendría un impacto simbólico. Privaría a Europa de un país de tradición democrática sólida, funcionarios competentes y parlamentarios europeos serios. Alejaría a una gran potencia diplomática y militar, la única que, junto con Francia, puede asumir la ambición de una Europa poderosa.

La paciencia de los socios del Reino Unido tiene sus límites. Son poco dados a hacer concesiones a un país que desempeña ya el papel de polizón en el mercado único, al aprovecharse de la apertura de las fronteras de sus socios, mientras controla su tipo de cambio. El país se ha ido quedando aislado a fuerza de tener en cuenta sólo sus intereses, y de tender a bloquear la búsqueda del compromiso. El Reino Unido fue, junto con la República checa, el único país que no suscribió el pacto fiscal, contrariamente a lo que hicieron Dinamarca y Suecia (tampoco en el euro). 

Haría falta entonces un esfuerzo considerable de pedagogía de los proeuropeos para darle la vuelta a la opinión pública. Sin ella, una consulta popular podría derivar en un resultado perjudicial tanto para el Reino Unido como para Europa.