En la trampa de las patentes
Biodiversidad: La guerra de las licencias causa estragos en el mercado mundial de semillas, ya en manos de unas pocas multinacionales.
Manifestación contra los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) de Monsanto en Toronto (Canadá). FOTO: Arindam Banerjee
Con el anuncio, el 23 de mayo, de la oferta de adquisición de Monsanto por Bayer, el mercado mundial de semillas prosigue su concentración a marchas forzadas. El número 1 del sector ha rechazado la suma ofrecida por el gigante alemán de farmacia y agroquímica (62.000 millones de dólares), pero podría terminar por ser devorado por un pez más gordo que él. Paralelamente, ese mismo día, se cerraba la operación de compra de acciones de la suiza Syngenta (n.º 3 mundial) por el chino Chim China. El montante de la operación se eleva a 43.000 millones de dólares. En grandes dificultades financieras, el gigante suizo debía encontrar imperativamente un comprador; en febrero se decidió a aceptar la oferta china, más ventajosa que las reiteradas de Monsanto. Por su parte, los dos otros gigantes estadounidenses, Dow Chemical (n.º 2) y DuPont (n.º 5) decidieron fusionarse en diciembre de 2015.
Estas fusiones-adquisiciones se inscriben en una tendencia iniciada hace más de treinta años y que ha transformado profundamente el sector. Desde los años 1980, la aparición de las biotecnologías ha permitido desarrollar nuevas técnicas de selección de semillas: sobre todo la transgénesis, nacida en los años 1990, que consiste en implantar uno o varios genes de un organismo en otro, y ha dado origen a los primeros organismos genéticamente modificados (OGM).
Estos puentes entre el mundo de la agricultura y el de las biotecnologías han llevado a los proveedores de semillas y otros insumos agrícolas a multiplicar las adquisiciones. En Estados Unidos, entre 1996 y 2009, han sido adquiridas más de 200 compañías independientes productoras de semillas. Según un informe de los diputados Verdes del Parlamento Europeo, el grupo francés Limagrain, cuarto productor de semillas mundial, ha adquirido no menos de 15 compañías entre 1990 y 2012. Mientras que en los años 1970 había entre 7.000 y 8.000 seleccionadores, en 2013, los seis primeros grupos del mercado controlaban ya el 63% de las semillas comercializadas en el mundo, según informa la ONG ETC Group.
BAJO EL RÉGIMEN DE LAS PATENTES
Gracias a su alta inversión en investigación y desarrollo (I + D), estas grandes firmas han podido poner a punto variedades de muy buenos rendimientos, tanto genéticamente modificadas como convencionales. Además, estas variedades se han concebido para ser utilizadas con unos pesticidas que venden los mismos grupos. Es el conocido caso del maíz OGM Roundup Ready de Monsanto, resistente al Roundup (glifosato), el herbicida estrella del número 5 mundial de los productos agroquímicos.
Para rentabilizar sus colosales inversiones en biotecnologías y ganar cuota de mercado, las firmas productoras de semillas han conseguido, desde 1980, que se endurezca el derecho a la propiedad intelectual a su favor. En Estados Unidos, las elaboraciones vegetales estaban ya protegidas con anterioridad por el Plant Patent Act, aprobado en 1930. Esta ley prohibía al comprador de una semilla comercial reproducirla para su venta. Sin embargo, un agricultor podía reutilizarla y un seleccionador emplear ese material genético para lograr nuevas variedades.
En 2013, seis empresas controlaban ya el 63% de las semillas
Las firmas han logrado endurecer las leyes de propiedad intelectual
Pero a partir de 1980, cuando el Tribunal Supremo aprobó la primera patente de ese tipo, se adoptó oficialmente la posibilidad de patentar un organismo vivo. A diferencia de lo que establecía la Patent Act, la patente prohíbe la libre utilización de la semilla protegida para crear otra variedad, incluso a título experimental. También prohíbe a los agricultores volverla a sembrar tras la recolección.
EL MODELO EUROPEO, AMENAZADO
Gracias a esas patentes, las firmas han bloqueado la investigación. También han aumentado la dependencia de los agricultores. Entre 1997 y 2010, Monsanto ha interpuesto 144 demandas y ha negociado 700 arbitrajes por atentado a la propiedad intelectual, según informa la asociación Inf’OGM. Protegidos por las patentes, los OGM se han extendido a gran velocidad en los países en los que están autorizados, al menos las raras variedades interesan económicamente a los agricultores. Inexistentes en los años 1990, los OGM representan hoy el 89% del maíz y el 94% de la soja que se plantan en Estados Unidos.
Europa, que ha prohibido la entrada de OGM, ha conservado su propio sistema, comparable al viejo Plant Patent Act: el Certificado de Obtención Vegetal (COV), cuya creación se remonta a 1961. Aunque es cierto que el derecho del agricultor a reutilizar las semillas se ha recortado a partir de los años 1990 debido a la embestida de las empresas productoras, ese sistema abierto sigue en vigor. “En cierto modo, se trata del modelo de la open innovation”, resume Niels Louwaars, director de Pantum, asociación holandesa de empresas del sector de reproducción de plantas.
Pero este régimen está seriamente cuestionado tras las recientes decisiones de la Cámara de Recursos de la Oficina Europea de Patentes (OEB). En marzo de 2015, esta institución otorgó una patente a la empresa británica Plant Bioscience Limited (PBL), válida para toda la Unión Europea. Se trata de un brócoli rico en antioxidantes que se ha obtenido gracias a la identificación del gen responsable de la producción de antioxidantes. A continuación, mediante un cruce, la empresa ha introducido ese gen en plantas de brócoli para aumentar la producción de antioxidantes.
Esas patentes se multiplican en Europa desde hace unos años debido al abaratamiento del uso de marcadores genéticos, lo que ha llevado a las ONG medioambientales a interponer un recurso ante la OEB. Para los demandantes, al otorgar una patente sobre un “gen nativo” (presente en la naturaleza como el que da al brócoli sus propiedades antioxidantes), la OEB entra en contradicción con la prohibición de patentar “variedades vegetales” y “métodos esencialmente biológicos” prevista en la Convención Europea de Patentes (CEP).
Patentar este tipo de producto provoca un vivo debate en Europa. El instituto nacional de la propiedad industrial francés, por ejemplo, se opone, por considerar que ese método no es sino una mejora de la hibridación, y la ley sobre la biodiversidad, aprobada en Francia en julio pasado, prohíbe que se puedan patentar genes “nativos”.
UNA PELIGROSA UNIFORMIZACIÓN
La concentración en el mercado de las semillas y la carrera por las patentes y los royalties son paralelas y constituyen una grave amenaza para la seguridad alimentaria. La concentración de la investigación sobre un puñado de especies híbridas de gran rendimiento tiene, en efecto, como consecuencia la reducción del número de plantas cultivadas.
“En lugar de determinar qué planta conviene a determinado clima y a determinada tierra, las empresas productoras de semillas han modificado las plantas para que se adapten a los mismos abonos y a los mismos pesticidas en todas las regiones. Hoy, una misma variedad de maíz puede cultivarse desde el suroeste de Francia hasta Rumanía”, dice preocupado Guy Kastler, miembro del Reseau Semences Paysannes (Red de semillas campesinas).
El riesgo de esta homogeneización, de la que sólo se benefician las grandes firmas productoras de semillas, es aumentar la erosión de la biodiversidad cultivada a escala mundial. Y, por tanto, reducir la capacidad de la agricultura para adaptarse a los cambios climáticos y de responder a las futuras necesidades alimentarias.